En la Plaza del Quemadero se forma el mayor cruce de caminos que existe en Almería. Allí confluyen ocho avenidas, como ocho ríos inagotables que nutren al barrio de una vida que se ha ido renovando continuamente en los últimos años, y que actualmente se caracteriza por la fusición de culturas y de razas. La parte norte del barrio, la que ahonda hacia la Fuentecica y el Camino de Marín, se ha llenado de familias musulmanas, mientras que la zona más próxima a la plaza sigue habitada por familias arraigadas al barrio desde hace décadas.
La Plaza del Quemadero se mueve alrededor del mercadillo que acaba de cumplir sesenta años. Ya no es aquel mundo de pequeñas barracas madrugadoras donde los vecinos compraban la verdura recién llegada de la alhóndiga y el pescado que traían en carros desde la lonja. El mercado del Quemadero ha evolucionado y muchas de aquellas barracas se han convertido en tiendas adaptadas a las nuevas demandas de la clientela, pero que siguen dándole al lugar ese carácter de corazón, de fuente de vida, que tuvo siempre el mercado.
Por la Plaza del Quemadero ronda la vida a todas horas. Es a la vez lugar de encuentro y de tránsito, ya que en ella desembocan y en ella nacen ocho caminos: Gran Capitán, Regocijos, Barranco de las Bolas, Largo Caballero, Paseo de la Caridad, calle Quemadero, Restoy y Fuentecica. El volumen del tráfico que recorre la plaza obligó a las autoridades a levantar una rotonda disimulada con un jardín y una estatua dedicada al ilustre lutier almeriense Gerundino Fernández.
El barrio se ha ido haciendo mayor y ha ido creciendo alrededor de mercadillo. Hasta 1963, la Plaza del Quemadero no tuvo mercado estable y en aquel anchurón existía un cañillo de agua que abastecía a medio barrio. Allí iba la gente a llenar los cántaros, y un poco más arriba, a la entrada del Camino de Marín, estaban los pilones de Rosica, el santuario donde las mujeres lavaban la ropa. El cañillo y el lavadero eran puntos de encuentro, como también lo fue el bar del Observatorio, una de aquellas bodegas masculinas donde los hombres dilapidaban el tiempo compartiendo unas botellas de vino, o el kiosco de Antonio, donde vendían los tebeos y los caramelos, y donde los vecinos acudían los viernes a echar la quiniela. En la esquina con la calle de Regocijos aparecía la tienda de Carmen Castillo, que abastecía de carbón y petróleo a aquel distrito. La vivienda donde estuvo la bodega de El Observatorio está todavía intacta, haciendo esquina con la calle Restoy. Es una de las señas de identidad de la plaza, a la misma altura en popularidad que el colegio del Ave María, que corona el barrio en la cuesta que sube al cerro de las Bolas, que ostenta la marca de ser la pendiente más vertical y una de las más largas que existen en la ciudad, tan dura que para bajarla hay que ir agarrándose con los zapatos al pavimento.
Revolución urbanística
El cambio de mercadillo ambulante a mercado estable le dio otro carácter al barrio, lo hizo más atractivo e impulso la revolución urbanística que llenó el contorno de grandes bloques de edificios. La Plaza del Quemadero perdió el tipismo y su imagen de otro siglo, pero se llenó de cientos de familias jóvenes que formaron una ciudad independiente. La veda se abrió cuando en 1961 se construyeron las 68 viviendas sociales bautizadas con el nombre de ‘Grupo Fructuoso Pérez’, que siguen dando guerra a pesar de su aspecto de abandono.
Al pasar la plaza del Quemadero uno tiene todavía la sensación de que la ciudad empieza a quedarse muy lejos, sobre todo cuando llegas a la altura de la Fuentecica y al Camino de Marín, que hasta los años sesenta fueron dos aldeas que se quedaban fuera de los planes de desarrollo municipales. Almería, para las autoridades, terminaba por esa zona en la Plaza del Quemadero, y más al norte sólo había caminos impracticables, senderos de tierra que conducían a un universo de pobreza donde la mayoría de los vecinos seguían viviendo en cuevas, sin luz y sin agua. La Fuentecica ha sido siempre un barrio de grandes contrastes: a la pobreza del lugar y su falta de infraestructuras, se oponía la belleza salvaje de aquel rincón protegido entre cerros desde donde se podía ver la ciudad derramándose hacia el mar. Desde los cerrillos se veían los barcos que llegaban al puerto, los trenes que iban a descargar el mineral al Cable Inglés, y hacia el Este, la desembocadura del río y la vega. A pesar del nombre del lugar, la Fuentecica, el agua era una de las grandes carencias de la barriada. No tenían agua potable en las casas y había que acercarse al caño del Quemadero para poder abastecer las casas.
Hoy el agua llega a todos los rincones de todos los arrabales que rodean a la Plaza del Quemadero, pero los problemas son otros. La zona de la Fuentecia se ha ido degradando y todavía, en su tramo norte, el que linda con el barrio de las Trincheras, hay familias que habitan en cuevas y en chabolas.
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