Si Castelar levantara la cabeza y viera su calle

La calle Castelar resume perfectamente ese estado de dejadez que envuelve el centro de Almería

Bancos ocupados por personas sin techo y antiguos comercios que tuvieron que cerrar sus puertas.
Bancos ocupados por personas sin techo y antiguos comercios que tuvieron que cerrar sus puertas.
Eduardo Pino
19:06 • 14 oct. 2023 / actualizado a las 19:22 • 14 oct. 2023

A la calle Castelar la sostienen los negocios que han resistido la decadencia de este céntrico escenario en la última década. Es una calle principal y fue en su tiempo una de las más importantes de la ciudad cuando se abrió el nuevo Mercado Central al otro lado del Paseo, pero hoy, lejos de antiguos esplendores, sobrevive a duras penas envuelta en ese estado de dejadez que tanto se repite en el casco histórico como un mal endémico. Solo la presencia de comercios importantes y su condición de lugar de paso, salvan el prestigio de esta importante arteria que está pidiendo a gritos un cambio de rumbo.



Actualmente hay ocho locales cerrados a lo largo de una calle donde hace cuarenta años era imposible encontrar un espacio vacío donde instalar un negocio. Algunos de estos locales llevan más de una década sin vida, entre ellos el de la antigua farmacia y el de la Papelería Cervantes, que tanta vida le daban a toda la manzana. La fuerza de la calle Castelar está en la resistencia de comercios como ultramarinos San Antonio, que sigue siendo una bendición para el barrio, y la vieja pastelería del Once de Septiembre, que mantiene activo su primitivo local, complementando al nuevo establecimiento que abrió hace unos años en la calle Concepción Arenal. Conviven con dos tiendas de moda, una de ropa infantil y desde hace un año con una heladería que ha encontrado acomodo en la esquina con la Plaza de San Pedro y se ha convertido en un importante motor que ha reactivado la vida de la calle.



Por la calle Castelar pasan a diario los equipos de limpieza, pero la calle no pierde su aspecto descuidado porque el problema no se soluciona con una máquina barredora más ni con cuatro manguerazos a presión por la mañana temprano. Falla el concepto, el no entender que estamos ante una de las arterias fundamentales de la ciudad, que no puede seguir siendo, en el tramo que desemboca en el Paseo, el solar de carga y descarga de Carrefour, ni en un cementerio de contenedores que general a su alrededor un espacio de basura permanente.



Suciedad



La calle Castelar se ve sucia, se siente sucia, y la presencia de edificios antiguos con sus fachadas venidas a menos, acentúa esa sensación de decadencia. Como si los problemas fueran pocos, en las últimas semanas se han instalado en los bancos de la calle personas sin techo que acuden con sus mantas y su escaso equipaje a pasar la noche y parte del día. ¿Tan difícil es encontrarle acomodo en un lugar digno? 



Con tantos locales vacíos, con esa huida de comercios que se ha ido produciendo en los últimos quince años, se hace difícil recuperar la calle, pero no es imposible si el problema se afronta en serio. 



Los niños de mi generación conocimos la calle Castelar funcionando a toda máquina, cuando tenía hasta un hotel encima de la confitería. Lo montó el empresario José Maldonado Villegas en el año 1911 y llevó el nombre de Hotel Victoria, aunque el peso de los años y los nuevos tiempos acabaron convirtiéndolo en hostal hasta su desaparición hace unos años. Enfrente funcionó durante décadas la farmacia de don Antonio Gómez Campana y allí estuvo la casa de su hermano, el prestigioso médico don Manuel Gómez Campana, padre de los hermanos Gómez Angulo, que se criaron en la calle de Castelar. 



El comercio más antiguo que se mantiene en pie en la calle, sin haber cambiado de propietarios, es la tienda de ultramarinos San Antonio, fundada por Enrique López Andrés en 1940 y desde hace más de veinte años en manos de sus hijos. Todavía conserva la esencia de aquellos viejos establecimientos de coloniales, con sus amplias estanterías de madera que llegan hasta el techo. Fue también la calle de Brasil Radio’, que comenzó su andadura en el otoño de 1956 en el local que había dejado el establecimiento de calzados Anfegi, y el de aquel bazar, tan pequeño como mágico, donde íbamos a ver los juguetes. La tienda de juguetes de Alfonso era la más pequeña por el escaso espacio que ocupaba, pero para muchos de nosotros, fue la más grande porque llegó a formar parte de los años dorados de nuestra infancia. Hoy, aquel local de los milagros que nos parecía inmortal, se resume en una persiana cerrada a cal y canto que espera que vuelva alguien para devolverle la vida.


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