Una bombilla de más, un farolillo colgando de una cuerda, la presencia del barrendero a deshoras y la tramoya de un humilde escenario levantado con cuatro tablas, vestían a mi barrio para la fiesta, que era algo así como un ensayo familiar de cara a la grandes celebraciones que llegaban en el mes de agosto.
Cuando el ayuntamiento se inventó las fiestas de San Cristóbal los vecinos tuvimos la sensación de vivir en un festejo permanente porque tras las humildes celebraciones del barrio venía el intenso verano con los festivales de España y detrás toda la programación de la Feria en Honor de la Patrona, cuyos actos se organizaban mayoritariamente en nuestro querido distrito primero.
Por la calle Arráez subían los carrillos con su cargamento de golosinas, frutos secos, chufas, tostones, sombreros de cartón y trompetas de plástico. Era una caravana habitual que aparecía por las fiestas de los barrios en una época, a finales de los años cincuenta, en la que se pusieron de moda las pequeñas ferias de calle; no había un sólo distrito en la ciudad que no festejara a su santo, como si a todos nos invadiera de pronto una explosión de ganas de juerga después de los duros años de la posguerra.
Fue en el verano de 1959 cuando el ayuntamiento organizó por primera vez las fiestas del distrito primero en honor de San Cristóbal. Unos días antes, aparecían por los alrededores de la Plaza Vieja varios operarios con una escalera interminable y un manojo de bombillas pintadas de colores que colocaban como adorno colgadas de una fachada a otra.
En la calle Juez, a las espadas de la casa consistorial, se montaba un escenario para los músicos y los barrenderos limpiaban cada calle del barrio con esmero y el camión de la regadora pasaba varias veces hasta dejar brillante el pavimento. Los carrillos de los vendedores ambulantes se iban instalando en las esquinas principales, todos provistos de su quinqué de petróleo que les daba luz durante la noche, mientras los componentes de la orquesta instalaban los altavoces y afinaban sus instrumentos.
A las diez de la noche empezaba la música y las calles se llenaban de jóvenes con los bolsillos repletos de calderilla, la justa para comprarse una bolsa de garbanzos y una gaseosa fresca de las que llevaba el vendedor en un cubo de cinc cubierto con trozos de hielo. Yo no he vuelto a probar jamás unas gaseosas tan buenas como aquellas de nuestra infancia. Quizá nos parecían las mejores porque eran un pequeño lujo que no lo podíamos tener todos los días.
El día grande de la fiesta las niñas se peinaban como si fuera un domingo y los niños revoloteaban a su alrededor esperando el regalo de una caricia en la oscuridad de un portal cercano. Las madres sacaban a las puertas de las casas las sillas para los abuelos y la gente cenaba esa noche en la calle y nadie se acostaba mientras que siguiera sonando la música.
Por la mañana salían los gigantes y cabezudos y en la Plaza de la Catedral se instalaban dos canastas para el campeonato de baloncesto. Había un festival de música y danza en la Plaza de Castaños y los muchachos se jugaban el tipo en la carrera de sacos que recorría la calle de La Almedina de una punta a otra.
Para las fiestas de 1962, el ayuntamiento intentó que las del distrito primero fueran las más celebradas de la ciudad y las organizó con la colaboración del Sindicato provincial de Transportes. Aquel año la procesión con la imagen de San Cristóbal salió de la iglesia de Santiago y atravesó las principales calles del barrio desde la calle de las Tiendas hasta el Parque. La imagen del santo la subieron en un jeep adornado con la bandera nacional y en uno de los tinglados del muelle levantaron el altar donde fue oficiada una misa.
La imagen de San Cristóbal, patrón de los conductores, iba seguida de un gran número de taxis, turismos, motos y autobuses, formando un espléndido cortejo de regreso al templo. En la Puerta de Purchena, al paso de cada vehículo, un sacerdote les daba la bendición.Aquel año hubo carrera de cintas en la Plaza Vieja y se instaló un teatro de Guiñol delante del edificio de Radio Juventud. Los ‘Cristobicas’, como eran conocidos popularmente, fue la gran atracción para los niños del barrio. Por la noche la orquesta tocó sin descanso hasta la madrugada y se organizó un concurso de baile para elegir a la mejor pareja y las muchachas más atractivas compitieron por el título de Mis Distrito Primero. La comisión organizadora de las fiestas ofreció un ‘lunch’ a los caballeros aspirantes de las milicias universitarias que habían llegado a Almería después de jugar bandera en el campamento malagueño de Montejaque y fue tanto el gentío que parecía una noche más de Feria.
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