En cada barrio había al menos una modista de las que tenían el taller en la casa y cosían para la calle. Muchos de estos talleres eran también pequeñas academias donde iban las muchachas a aprender el oficio. El corte y la confección fue la única salida para muchas de aquellas mujeres de posguerra que se pasaron su juventud soñando con las espléndidas máquinas de coser que veían en los anuncios de las revistas y en los reportajes del NODO. La más popular fue la máquina Alfa, que en 1942 la vendía Joaquín Gutiérrez Salmerón en la calle de las Cruces. En tiempos de autarquía, la Alfa anunciaba su fabricación “netamente española”, y había llegado al mercado ofreciendo un modelo económico y otro de lujo por la calidad del mueble que la acompañaba. Las máquinas Alfa se fabricaban en Eibar y las Sigma, que eran la competencia, en Elgóibar.
En 1951 apareció en escena una máquina de coser alemana, la Wertheim, que trajo a Almería el empresario Mario Torres Gázquez, presentándola como si fuera una estrella de cine. Sus dos establecimientos de Bazar Almería, en el Paseo y en la calle de las Tiendas, lucieron en sus escaparates la prestigiosa marca que se anunciaba como “la más elegante, sólida y perfecta”. Las muchachas se pasaban los años ahorrando para poder adquirir una de aquellas máquinas, mientras que otras se conformaban con soñar con que le tocara el gran regalo en alguno de los concursos que entonces celebraban distintas casas comerciales. Las cuchillas de afeitar Iberia sorteaban, como regalo estrella, una lujosa máquina Alfa, mientras que la empresa Bazar Almería ofrecía como premio mayor una máquina Wertheim.
Para la Navidad del año 1960, Bazar Almería puso en las ondas de Radio Juventud el programa ‘Rondando la suerte’, un concurso que celebraba el 25 aniversario de la firma. Repartía premios entre sus compradores, desde maquinillas de afeitar, cazuelas, planchas eléctricas, aparatos de radio y cubos de basura hasta el premio estrella que era la máquina de coser. La furgoneta de Bazar Almería y los micrófonos volantes de Radio Juventud iban por las calles repartiendo los premios casa por casa. Por donde aparecía el coche de los obsequios se organizaba un tumulto de niños que lo seguían como si se tratara de la visita de los Reyes Magos. Cualquier detalle, el premio más insignificante, era entonces un gran regalo que revolucionaba el barrio.
Aquella Navidad la prestigiosa máquina Wertheim se la llevó la señorita Pilar Ibáñez Tapia, que vivió sus momento de gloria cuando el locutor de Radio Juventud pronunció su nombre en las ondas ante la mirada y los aplausos del respetable público que acudía al auditorio para participar de aquellas tardes de radio de verdad.
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