El puente sobre el río Andarax

En septiembre de 1927 se inauguró el gran puente que unía la ciudad con la Vega de Allá

Manuel Sagredo atravesando el puente hacia Los Molinos con su Harley Davison. Fue la primera moto de esta prestigiosa marca que hubo en Almería.
Manuel Sagredo atravesando el puente hacia Los Molinos con su Harley Davison. Fue la primera moto de esta prestigiosa marca que hubo en Almería.
Eduardo de Vicente
19:41 • 07 nov. 2023

La ciudad tenía varias fronteras que aunque no eran oficiales sí formaban parte del inventario sentimental de la gente. La primera frontera era la Rambla, nuestro cauce seco que separaba el centro de Almería de lo que llamábamos las afueras. Cruzar al otro lado era como cambiar de aires y para los niños de hace cincuenta años, como empezar una aventura. En nuestras casas nos tenían prohibido pasar de esa línea que marcaba el muro de piedra de la Rambla y cuando lo hacíamos teníamos la impresión de estar quebrantando la ley.



Otra frontera que iba marcando territorios dentro de la ciudad era la Carretera de Ronda. Cuando la dejabas atrás tenías la sensación de que estabas iniciando un viaje. Cada vez que íbamos andando al campo de fútbol del Seminario o al barrio de Los Molinos sentíamos que Almería se había quedado muy lejos. La tercera frontera era sin duda la del río Andarax. Muchos de mi generación recuerdan la emoción que nos embargaba en aquellos domingos de excursión cuando en el coche de nuestros padres pasábamos por el puente del río. Era como si cada vez que cruzáramos por allí descubriéramos un territorio nuevo, como si aquel escenario cambiara de una semana a otra y siempre tuviera algo distinto que ofrecernos. Ese efecto se multiplicaba por dos cuando llovía con fuerza y el viejo cauce se llenaba de agua. Entonces, la ribera se llenaba de verdes y las bandadas de pájaros volaban por encima del puente, rozando los techos de los coches que por allí pasaban.



Atravesar el puente del río era entrar en otra dimensión y en ese momento notabas un sentimiento de lejanía, como si todos tus lugares cotidianos, tu pequeña patria, se hubiera quedado atrás. Esa sensación era compartida y la habíamos ido heredando desde los tiempos remotos en los que el río era el que  mandaba en todos aquellos territorios, dividiendo la ciudad, dividiendo la vega, dividiendo la vida de sus gentes.



El río que regaba las huertas, el río que imponía su ley, el río que cortaba el camino y dejaba incomunicadas las dos orillas. La fuerza del río que llegaba dos o tres veces al año, cuando al dios de la lluvia se le iba la mano y que recordaba a los hombres la necesidad de construir un puente que pudiera unir de forma permanente las dos vegas. Fue en abril de 1909, después de un periodo de tormentas que despertó la furia del río, cuando las autoridades empezaron a plantearse en serio que había que levantar un puente sobre el Andarax, que la capital y los pueblos del Levante no se podían quedar aislados durante cuatro o cinco días cada vez que llegaba un episodio de lluvias torrenciales. Los vecinos de la Vega de Allá se quedaban completamente aislados: si cogían el camino de los Partidores para llegar al barrio de Los Molinos se encontraban con el río y si optaban por el sendero del sur, por el de la playa, también se encontraban con el mismo obstáculo.



Durante años la ciudad estuvo batallando por esa obra de ingeniería que le solucionara el problema, hasta que por fin, en el año 1920, quedó aprobado el presupuesto para la construcción del puente sobre el río Andarax. Dos años después comenzaron las obras, que se prolongaron durante cinco largos años y que estuvieron sembradas de graves problemas. En mayo de 1923 se registró un grave accidente mientras se realizaban los trabajos de cimentación. A consecuencia de un desprendimiento de tierras quedó sepultado el obrero Dionisio Carretero, vecino de Los Molinos



Las obras continuaron, con periodos de obligado  parón debido a la falta de recursos económicos para pagar los jornales, hasta que por fin, en septiembre de 1927, Almería pudo celebrar por todo lo alto la inauguración del ansiado puente que unía para siempre la ciudad con la Vega de Allá y los pueblos del Levante. El puente medía 160 metros de largo y estaba formado por cinco tramos rectos de hormigón armado. La obra contó con un presupuesto superior a las seiscientas mil pesetas y fue dirigida por el ingeniero almeriense José López Rodríguez.





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