Cuántas veces escuchamos a una vecina preguntar en la calle si había pasado ya el hombre de los muertos. Eran pocos los que preguntaban por el cobrador del Ocaso o de Santa Lucía, casi todo el mundo se refería al personaje diciéndole el hombre de los muertos. De aquel oficio huíamos los niños de antes porque pensábamos que tenía que ser muy triste ganarse la vida negociando con la muerte. Lo mirábamos con curiosidad y con cierta distancia e imaginábamos que el hombre de los muertos tenía que ser un tipo taciturno y que tal vez habitaba alguna casa sórdida cerca del cementerio.
Después, cuando descubríamos al hombre de los muertos entre los vivos, bebiendo vino en la bodega Montenegro o en Casa Puga, comprendíamos que nuestra imaginación había corrido demasiado, que aquel obrero del último viaje era un tipo normal, un trabajador humilde que se ganaba la vida llevando el recibo de la muerte de casa en casa.
Uno de los primeros hombres de los muertos que hubo en la ciudad fue el señor Andrés Enriquez. Fue el primer agente de Seguros ‘El Ocaso’ en Almería. Llegó destinado de La Coruña en octubre de 1942 con la misión de abrirse camino y labrarse un mercado en una ciudad que había quedado destrozada y empobrecida tras los años de guerra. Andrés Enriquez era el responsable y el único empleado de la empresa en nuestra ciudad, el que hacía los seguros de defunciones y accidentes. Andrés Enriquez, un trabajador incansable que pasaba una vez al mes por nuestras casas enfundado siempre en un traje gris que acentuaba su rectitud, con la seriedad que requería su oficio, y ofreciendo siempre a su clientela la formalidad de la marca que representaba.
Tenía la oficina al comienzo de la calle de Granada, junto al antiguo Hostal Andalucía, y en los primeros años, cuando ‘El Ocaso’ batallaba por cada cliente casa por casa, era él, Andrés Enriquez, el director y el empleado, el que organizaba el trabajo en la oficina y el que agarraba la cartera de cuero y se echaba a los caminos buscando nuevos contratos y cobrando los recibos.
En los primeros tiempos tenía que recorrer las calles y los pueblos andando porque no se podía permitir el lujo de tener un vehículo; a veces cogía la Alsina que llegaba hasta Adra y allí se pasaba un día entero haciendo negocios. A la mañana siguiente se montaba en el autobús y se quedaba otro día en Roquetas, siempre de puerta en puerta, hasta que terminaba el trabajo y regresaba a Almería andando, caminata que aprovechaba para hacer nuevos seguros en las aldeas y cortijos que se iba encontrando por el camino. En verano, su familia solía esperarlo en la playa de San Telmo, con la cesta de comida y allí terminaban la jornada, felices si el marido había conseguido hacer nuevos afiliados en sus salidas.
A fuerza de trabajar sin descanso, el hombre del ‘Ocaso’ fue progresando y pudo tener una bicicleta. Antes de recorrer las carreteras y las calles pedaleando, se iba con la bici al descampado donde después se levantó el sanatorio del ‘18 de julio’ y allí aprendió a montar con la ayuda de un amigo. Después llegó la moto y más tarde el coche, como también llegaron las nuevas oficinas y los cobradores contratados que le permitieron a Andrés Enriquez dirigir los seguros desde su despacho.
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