En mayo de 1875, el célebre industrial Eustaquio de los Ríos Zarzosa, dueño del Café Suizo, en aquellos tiempos el más famoso de Almería, sorprendió a la ciudad con un nuevo negocio que se iba a convertir en uno de los lugares de referencia de la sociedad local.
El señor Zarzosa obtuvo el permiso municipal para instalar, en la entrada del Paseo por la Puerta de Purchena, frente a su Café, un gran pabellón de verano destinado a negocio y a lugar de conciertos. Se levantó sobre la misma calzada central de la avenida, que en aquellos tiempos había sido bautizada con el nombre de Paseo del 30 de Julio, en homenaje a los almerienses que el 30 de julio de 1873 habían defendido heroicamente la ciudad del bombardeo de la escuadra cantonal. Unos días antes de su inauguración, la prensa describía el nuevo negocio diciendo: “Hemos tenido el gusto de ver casi terminado el elegante kiosco que el señor Zarzosa ha levantado. La forma es preciosa y nada tiene que envidiar a los que hay establecidos en poblaciones de primer orden”.
El kiosco presentaba un lujo desconocido en Almería, mezclado con el ambiente bucólico que le proporcionaban las gran variedad de plantas aromáticas y de macetones que el propietario colocó alrededor, en su afán de convertir ese espacio en café de verano y en jardín de recreo. La noche de la inauguración fue vivida como un acontecimiento especial en Almería. Fue tanta la expectación que horas antes tuvieron que intervenir los municipales para poner orden en el tumulto que formaron los betuneros de la ciudad, tratando de establecerse en los puntos estratégicos para hacer su negocio. La Banda Municipal de Música tocó piezas escogidas durante toda la velada y fue tanta la gente que quiso presenciar el espectáculo que se fue imposible transitar por el Paseo durante horas.
Para ese día, el señor Zarzosa presentó al público los exquisitos helados del prestigioso maestro heladero Antonio Amate, que sorprendió a la clientela con una amplia carta de helados elaborados artesanalmente con frutas de América: sorbetes de pistacho, piña, ananá, plátano, guayaba, lo nunca visto en Almería. Otro producto estrella fue la gaseosa marca El Águila, que se sirvió en elegantes sifones de colores traídos expresamente por el dueño del establecimiento.
El kiosco del Suizo no tardó en convertirse en el lugar de moda. Fue tanto su prestigio que en marzo de 1877 se colocó para que sirviera de salón de descanso al Rey Alfonso XII en su visita a Almería. Fue el pabellón de reposo del Rey, donde estuvo recuperando fuerzas durante unas horas antes de proseguir su visita por la ciudad. El Pabellón de verano del Café Suizo era mucho más que un kiosco. Desde su inauguración, en junio de 1875, fue un lugar de referencia para la clase media alta: sentarse en uno de sus veladores era una señal de refinamiento, una dignidad que no estaba al alcance de todos.
Cada año, el señor Zarzosa, dueño del establecimiento, trataba de sorprender al público con alguna novedad que subrayara la originalidad del negocio. En julio de 1890, el señor Zarzosa volvió a ganarse los elogios de la sociedad almeriense cuando preparó su Pabellón de verano de forma especial con motivo de la inauguración del ferrocarril de Linares a Almería: “Ha instalado su hermoso arco de fachada, embellecido con sorprendentes luces de colores que dan al salón un tiente mágico que bien pueden asemejarle a los fantásticos que se describen en las Mil y unas noches”, contaba el periódico de aquellos días. Pero el esplendor del kiosco de verano del Café Suizo y su rotundo éxito, temporada tras temporada, no era del agrado de toda la población, sobre todo de aquellos que le hacían competencia.
En abril de 1910, Domingo Lozano, José Gil, Diego Morata, Francisco Roldán, Antonio Gálvez, Antonio Acosta, Julio Fernández y Andrés Fernández, propietarios, comerciantes e industriales, presentaron en el Ayuntamiento de Almería un escrito pidiendo que se le negara a don Juan Campoy, entonces propietario del Suizo, la instalación del famoso kiosco en la entrada del Paseo. La autoridad aceptó la petición y fue el comienzo del final de más de treinta años de historia en la vida de los almerienses.
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