No se podía hablar de toros en Almería sin que alguno de los caminos te llevara a la figura de Fernando Díaz Gálvez. Nadie como él ha representado al aficionado puro, al aficionado vocacional que no dejó de acudir un solo día a su asiento en la plaza, como si su presencia fuera imprescindible para poder empezar el festejo. Él ha sido la historia viva de los toros en Almería y así lo entendió desde que siendo un adolescente cogió la cámara de fotos que le había regalado su padre para inmortalizar a todas las figuras que pasaron por Almería. Retrató a Manolete en agosto de 1942, antes de que la muerte lo convirtiera en mito, y a todos los toreros que actuaron en nuestra plaza sin importarle tener que renunciar a su condición de aficionado para convertirse en reportero. Fernando Díaz iba a la plaza de toros a trabajar, a cumplir con una obligación que él mismo se impuso: dejar constancia de todos aquellos héroes que se jugaban la vida en el ruedo. Primero con su máquina de fotos y después con la de super 8, grabó corrida tras corrida hasta completar una colección monumental que abarca ochenta años de toros en Almería y que supone un documento excepcional porque cada imagen es un retrato de una época por la que van pasando generaciones de aficionados y de toreros.
Fernando Díaz fue también uno de los comerciantes históricos del Mercado Central. Como sus ocho hermanos, Fernando nació debajo del mostrador del puesto de carne que sus padres tenían en la Plaza. Su madre trabajaba hasta el último instante antes de dar a luz y sin apenas tiempo de recuperarse del todo del parto regresaba a la barraca. Los hijos nacieron y crecieron en aquel mundo de madrugones y olor a embutidos y a carne recién matada, por lo que su destino estaba escrito antes de venir al mundo.
De niño fue a la escuela de don Manuel Tornero, detrás del edificio de Correos y después a la Graduada del profesor Marcelino Domingo, en la calle Granada. Las mañanas que no tenía colegio las pasaba ayudando en el puesto familiar y por las tardes se iba desde su casa, en la calle Cucarro, hasta la Avenida de Vílchez, que en los años treinta era un terregal donde los niños jugaban a la pelota y al toro. Imitaban a aquellos héroes en blanco y negro que veían retratados en las revistas de moda de la época como 'As' y 'Campeón', donde aparecían las imágenes de futbolistas y toreros tratados con aureola de dioses.
Cuando alguien le preguntaba por su vida laboral, Fernando, con su ironía inteligente, solía contestar que no conoció en su existencia más vacaciones que las que tuvo cuando hizo el servicio militar. Toda su vida fue su familia y el trabajo, un trabajo honrado de un hombre que fue la imagen viva de la honestidad, una familia que ha sido, sin duda, su obra maestra.
Fernando Díaz ha fallecido hoy martes en su casa de la calle Jesús de Perceval, a los 99 años de edad, arropado por su familia, tal y como él había deseado. El velatorio se celebrará en el tanatorio Sol de Portocarrero y mañana miércoles se celebrará una misa en los Franciscanos, la iglesia de su barrio.
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