El trigo que tantas penas alivió

El primer trigo importado en la posguerra llegó al puerto de Almería desde Argentina

Pedro García Molero, padre de Goyita, la que fue dueña del Hotel la Perla, fue uno de los encargados del servicio del trigo en Almería. F. familiar
Pedro García Molero, padre de Goyita, la que fue dueña del Hotel la Perla, fue uno de los encargados del servicio del trigo en Almería. F. familiar La Voz
Eduardo de Vicente
17:52 • 27 may. 2024 / actualizado a las 20:37 • 27 may. 2024

Cuando llegaba al puerto un barco cargado de trigo los estibadores se amarraban el pantalón a la altura del tobillo, se desabrochaban la correa y al terminar la faena se iban echando puñados por la cintura hasta que engordaban un par de kilos. Otro día llenaban las ‘alforjas’ de uvas o de almendras, lo importante era llevarse siempre una propina que compensara la dureza del trabajo y aliviara el hambre que acechaba.



Si faltaba el trigo la vida se detenía porque al terminar la guerra había muchas familias que no tenían otro consuelo que el bollo de pan y la harina que mezclada con azúcar fue el alimento de tantos niños de aquel tiempo. Para controlar el mercado del trigo, el Estado organizó lo que se llamó el Servicio Nacional del Trigo que empezó a funcionar en la provincia de Almería en los últimos meses del año 1939. Se prohibió que los agricultores pudieran vender el cereal a los fabricantes directamente, pasando a ser potestad del Servicio Nacional. Se actuó sobre los almacenistas, que estaban obligados a tener una autorización especial, llevar un libro de compra y venta debidamente sellado y presentar las declaraciones mensuales de movimientos. Quedó rigurosamente prohibido que los fabricantes de harina fuesen a la vez almacenistas, quedándose el Servicio Nacional del Trigo con la exclusiva para poder vender el cereal a los fabricantes. 



Por mucho que apretara la necesidad, por fuertes que fueran las restricciones, si de las tahonas salía el aroma del pan caliente al amanecer, el pulso de la ciudad seguía latiendo. En los días de mayor escasez se miraba al puerto a ver si llegaba algún barco extranjero con la bodega llena de trigo. Del puerto partían los barcos llenos de barriles de uva y naranja con destino a los mercados internacionales, y al puerto arribaban los buques que en los tiempos más duros de la posguerra nos dejaron sus cargamentos de trigo que tanta hambre aliviaron en los días de las restricciones.



El primer trigo extranjero que probaron los almerienses fue el que mandó Argentina cuando el cereal era escaso y la poca harina que había en el mercado se vendía racionada y en los callejones del estraperlo. En septiembre de 1948 llegó el barco ‘Monte Saja’, que desde Argentina desembarcó en el muelle dos mil quinientas toneladas de trigo que sirvieron para que durante unos meses se pudieran aumentar las cupos de harina en las humildes cartillas de racionamiento de las familias. Aquel 20 de septiembre de 1948 media Almería se congregó en las inmediaciones del muelle para asistir al gran acontecimiento. Nuestro puerto había sido incluido dentro de los de descarga de mercancías de importación tras unas largas negociaciones que mantuvo en Madrid el Gobernador civil, Urbina Carrera, con las autoridades del régimen. El barco del trigo tardó 29 días desde Argentina al puerto de Almería, tanto  que había quien ya aventuraba que el ‘Monte Saja’ había descargado toda la mercancía en otro destino.



Hubo que esperar hasta el año 1951 para que en Almería se pudiera disfrutar del deseado trigo americano. Cuando el gobierno del presidente Truman decidió levantar el veto de castigo a la dictadura de Franco, los barcos llenos de grano se convirtieron en el sueño de miles de almerienses que los esperaban en el muelle como quien aguarda la llegada de Dios.  Cuando en abril de 1951 el buque ‘Cobetas’ asomó por la bocana, la gente se agolpó en los andenes sabiendo que aquel barco traía sus entrañas repletas del trigo que unas semanas antes había cargado en el puerto de Baltimore (Filadelfia)



Fueron días frenéticos, de intenso trabajo y de esperanza.  Una montaña de sacos con las mil doscientas toneladas de cereal destinadas a la capital y a la provincia, se fue amontonando bajo los tinglados antes de ser embarcados en vagones para su distribución por los pueblos. Hubo trabajo para los cargadores, para los operadores de las grúas, para los carreros, para los trabajadores del ferrocarril y para los propietarios de las tiendas de comestibles que por fin iban a tener harina suficiente para poder ponerla a la venta. La llegada del barco americano fue un acontecimiento tan importante que durante los días  que duró la faena el público asistió como espectador para disfrutar de ese querido ‘pasajero’ que venía de América para mitigarles el hambre.





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