Inmigrantes: Lo que nadie (o casi nadie) se atreve a decir

Cartas del director

Dos trabajadores inmigrantes en una explotación de tomates.
Dos trabajadores inmigrantes en una explotación de tomates. La Voz
Pedro Manuel de La Cruz
21:03 • 14 sept. 2024

Pongamos la imaginación a trabajar. Imaginen que mañana los 17.089 trabajadores y trabajadoras marroquís que están afiliados al Sistema Especial Agrario, los miles de hispanos llegados del otro lado del Atlántico al levante y a la capital, los miles de rumanos que trabajan en el sector agrario y las decenas de miles de personas, fundamentalmente mujeres llegadas de esos mismos países, que trabajan en otros sectores como el servicio doméstico o la hostelería decidieran abandonar Almería, ¿cuántos de los más de mil camiones que salen cada día cargados con nuestros productos agrícolas al resto de Europa no cruzarían la frontera por imposibilidad de recoger  y cuantas familias dejarían desasistidas de cuidados a sus mayores y a familias en las que trabajan el hombre y la mujer? Imagínenselo.



Seguro que no les ha hecho falta mucho esfuerzo llegar a una misma conclusión: El perjuicio económico y personal situaría a la provincia al borde del colapso y sin solución posible, ni a corto ni a largo plazo. 



Y, ahora, hagamos otra reflexión: ¿Cuántos almerienses de los 47.987 que están inscritos y cobrando el desempleo, estarían dispuestos a abandonar su espera en las listas del paro para ocupar esos puestos de trabajo en los invernaderos, en los almacenes o en el servicio doméstico? Ninguno.



Y, una última reflexión: ¿es posible comparar las supuestas perturbaciones puntuales que provoca la inmigración con el caos, este sí estructural y no puntual, al que nos veríamos abocados desde El Sabinal a Palomares y desde Topares hasta Guainos? 



A veces pienso que no hay actitud más despreciable que la de mirar desde la inmoralidad insolidaria a quienes ahora tratan de salir de la pobreza por aquellos que antes estuvieron en ella y sufrieron el sentimiento devastador de tener que abandonar a sus padres, sus calles y sus afectos. Que pronto olvidan algunos de donde vienen.



Besos recibidos en el adiós



El verano que ahora llega a su fin ha tenido en las olas migratorias a Canarias y a otros territorios, como  Ceuta o Almería, uno de sus argumentos informativos más destacados. La llegada de seis mil menores a las playas del archipiélago ha hecho saltar todas las alarmas y, también, todas las miserias que muchos llevan en sus mochilas. 



Un país que fue capaz de acoger de forma admirable a decenas de miles de niños ucranianos en apenas una semana no puede ser incapaz de acoger en una geografía como la española a seis mil inmigrantes hacinados en los barracones de la isla de El Hierro. 

La inmigración se ha convertido en un arma política detestable. No solo por su cínica utilización partidista, sino porque los propagadores del odio al diferente utilizan como metralla electoralista a seres humanos condenados desde su nacimiento en una aldea africana o en un barrio del centro o sur de América a la desolación de la miseria.


Las familias que juntan sus escasísimos bienes para pagar a las mafias que luego los trasladaran a las costas españolas en cayucos y pateras y en las que, durante varios días o semanas, se van a encontrar cara a cara con la muerte no despiden a sus hijos desde la comodidad, la seguridad y la ilusión con que embarcan en la terminal de un aeropuerto para hacer un Erasmus en París, Berlín o Roma. Lo hacen desde el desgarro desolador de no saber si volverán a verlos regresar o acabaran teniendo como lecho de muerte el profundo silencio de un mar que les ahogará  sin piedad  y  en el que solo estarán acompañados en la agonía aterradora del último suspiro por la imagen irrecuperable de los besos recibidos en el adiós de quienes tanto les seguirán queriendo mientras vivan. Y no, no es literatura. Es la realidad.


¿O es que la capacidad de amar es propiedad solo de una raza, un color de piel o una religión?, ¿Dónde está escrito que una madre de Mali quiere menos o sufre menos por sus hijos que una madre de La Mojonera?


Las grandes migraciones van a marcar el siglo XXI y nadie tiene soluciones mágicas para afrontar esta realidad ineludible y, menos que nadie, los populismos de derechas o de izquierdas que engañan a los ciudadanos vendiéndoles soluciones fáciles a problemas complejos. Ni el buenismo de puertas abiertas sin límites, ni el racismo del desprecio son la solución.


Y no olviden que estos predicadores del odio a través del fuego y la palabra que convierten a los inmigrantes en delincuentes son los mismos que, por las noches, abren las tiendas de Puerto Banús para que los jeques del Sur y las mafias del Este se paseen por las tiendas exclusivas de Marbella, rodeados de putas y exhibiendo de forma obscena el dinero que obtienen de la explotación o de la delincuencia.


No sucederá, pero regreso al primer párrafo de esta Carta: ¿Qué ocurriría si un día todos los inmigrantes que llegaron a España de forma ilegal- la inmensa mayoría, no lo olviden- dejaran de trabajar? 


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