Durante más de cuarenta años, el taller de la familia Álvarez fue toda una institución en la ciudad. No había cumplido aún los veinte años cuando en el invierno de 1930, Antonio Álvarez Torres se instaló en una cochera abandonada que había enfrente de la Estación, junto al chalet de Don José Batlles. Allí puso su primer taller de coches, en una época en la que sólo tenían vehículo propio los cuatro capitalistas de la ciudad, los transportistas, los taxistas y los médicos.
Antonio era un apasionado de los motores, un hombre provisto de una habilidad especial para acariciar aquellos aparatos y ponerlos en funcionamiento por extraña que pudiera parecer la avería. Era uno de esos mecánicos vocacionales que se emocionaban cuando escuchaban el sonido de un motor.
En los primeros años tuvo que competir con tres talleres importantes en la ciudad, el de Ricardo Carmona, que estaba situado en el Paseo Versalles, el taller de Ramón Zapata, que formaba parte del prestigioso Garaje Inglés, que estuvo presente en la vida almeriense hasta los años setenta, en la zona de Marqués de Comillas, y el conocido como ‘Gran Garage’, el taller de Miguel García Bretones, que marcó una época en la Almería de los veinte y treinta. Cuando estalló la guerra, Antonio Álvarez tuvo que cerrar el negocio al ser destinado al Parque Móvil de Guadix. Allí permaneció durante dos años, trabajando como mecánico para el ejército de la República y viviendo como inquilino en la casa del doctor Pulido, un médico que supuestamente había huido a zona Nacional, pero que en realidad se encontraba oculto en su propia vivienda. La ración diaria de tabaco que Antonio recibía en el cuartel se la guardaba en el bolsillo para llevársela de noche al médico perseguido.
Logró salir ileso de la guerra y cuando regresó a Almería probó suerte abriendo un taller en la calle González Garbín. Eran tiempos de restricciones en los que había que agudizar mucho el ingenio para sobrevivir. Como escaseaba la gasolina, Antonio Álvarez inventó un gasógeno hecho con leña, carbón y cáscaras de almendras, que en combustión conseguía arrancar los motores.
También faltaban las piezas, por lo que los mecánicos tenían que adaptarlas de un vehículo a otro. En esa época, estuvo trabajando para personajes importantes de la sociedad almeriense como el otorrino José Martínez Zamora, el médico Eduardo Morcillo y el abogado Fausto Romero.
En los años sesenta, tras pasar unos meses trabajando en Cuevas, abrió otro taller en la Avenida de la Estación, en el local donde habían estado los antiguos almacenes de García España, dedicados a la exportación de uva. Este fue su taller definitivo, en el que jubiló y en el que aprendió el oficio su hijo José, su sucesor.
Antonio Álvarez Torres pasó a la historia como uno de los grandes mecánicos de coches del pasado siglo, uno de aquellos pioneros que fueron aprendiendo la profesión más por intuición y experimentando que de forma académica. Apenas había libros donde aprender a arreglar un coche ni maestros dispuestos a enseñar los secretos del oficio.
Antonio tenía tal sentido del funcionamiento de un motor de explosión, que en una etapa de su vida en la que estuvo seis meses de baja debido a un desprendimiento de retina, uno de sus oficiales de confianza, Ángel Bailón, le llevaba los coches a la puerta de su casa, sacaba al enfermo al balcón y le encendía el motor para que con sólo escuchar el ruido que hacía, Don Antonio diera su diagnóstico.
Su hijo José continuó con el negocio cuando el padre se tuvo que ir apartando por la edad. Había heredado la misma habilidad y la intuición para meterse dentro del funcionamiento de los motores, y tuvo la ventaja de que le habían tocado tiempos mejores. En los años sesenta, el uso del coche se fue generalizando en Almería y la ilusión de cada familia, por modesta que fuera, era ahorrar para comprarse el primer vehículo.
José Álvarez aprovechó el prestigio de su ‘marca’ para seguir ganando clientela y disfrutó de años de mucho trabajo. Había días que no tenía tiempo ni para irse a almorzar y le daban las doce de la noche tratando de poner a punto el vehículo de un cliente. Además, tuvo la suerte de ser el mecánico de varias películas. Fue contratado por la productora de Lawrence de Arabia para el mantenimiento de los todoterreno Austin, modelo Gipsy, que fueron utilizados durante el rodaje.
También realizó algunos trabajos particulares para actores. Ponía a punto el Iso Griffo negro que conducía Alain Delon cuando en 1971 estuvo en Almería rodando algunas escenas de la película ‘Sol Rojo’, y tocó con sus manos el Roll Royce de John Lennon.
El taller de José Álvarez estuvo abierto hasta finales de los años setenta. Cuando llegó la hora del cierre definitivo se marchó a trabajar con la casa Michelín y posteriormente a la Opel donde acabó sus años como profesional. A pesar de la edad, siempre mantuvo la ilusión por su trabajo y por los coches como cuando tenía veinte años y arreglaba los primeros motores o pilotaba un coche en el rallye Costa del Sol. Su relación con los automóviles ha sido mucho más que una profesión, un idilio que empezó cuando era niño y veía a su padre hacer milagros con las manos a base de talento e imaginación.
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