Los coches de caballos habían sido indiscutibles en la Almería de la posguerra. Convivían con los taxis que iban llegando y con los pocos utilitarios que entonces transitaban por las calles de la ciudad.
Los coches de caballos tenían hasta su servicio nocturno que era el más utilizado por los médicos y por las comadronas a la hora de desplazarse para ver a un paciente. Cuando se puso en marcha la Maternidad del 18 de Julio, en 1958, la mayoría de las mujeres parturientas que acudían al sanatorio a dar a luz lo hacían en coches de caballos.
Los cocheros tenían entonces un buen negocio, pero con un futuro incierto debido a los cambios que se iban produciendo en la sociedad, donde una creciente clase media tenía cada vez más facilidad para poder tener un coche propio.
Poco a poco, los viejos coches de caballos que formaban parte del paisaje cotidiano de nuestras calles como los edificios y como los monumentos, se fueron quedando acorralados en una Almería que empezaba a quedarse pequeña para tanta circulación.
A comienzos de los años 60 los cocheros se fueron quedando sin espacio y el oficio fue decayendo. En los barrios todos conocíamos alguna de aquellas viejas cocheras de caballos instaladas en caserones antiguos que también iniciaron el camino de la desaparición cuando empezaron a levantarse los bloques de edificios.
La figura del auriga con el látigo en la mano, el cigarrillo pegado a los labios y el caballo dejando un rastro de boñigas por las calles del centro comenzó a ser una rareza y también un estorbo.
En plena época de cambios, a comienzos de 1962, un acontecimiento extraordinario rescató a los viejos cocheros y le dio un soplo de vida. En marzo corrió la voz de que la productora de la película Lawrence de Arabia, que se estaba rodando en Sevilla, necesitaba coches de caballos y cocheros para tenerlos a su disposición de forma casi permanente durante al menos tres meses, el tiempo previsto de rodaje en Almería.
La noticia corrió como la pólvora y no hubo un solo cochero de la ciudad que no se presentara en las oficinas adaptadas para la película, en el piso alto de la Estación de Autobuses, para inscribirse. Hubo trabajo para todos y algunos tuvieron el privilegio de probar el néctar del cine en sus carnes convirtiéndose en actores, de tercera fila, pero al fin y al cabo actores que disfrazados con chilabas y con los rostros maquillados de oscuro, aparecían después en algunas escenas transformados en auténticos musulmanes.
Lawrence de Arabia llegó como una bendición del cielo para rescatar a los cocheros de su letargo y para que ganaran en tres meses el sueldo que con su humilde trabajo cotidiano conseguían en un año. Fue la película que más puestos de trabajo dio y también en la que más vecinos de raza gitana participaron. Se dijo entonces que fue tanta la demanda de personal en aquellos días que trabajaron todos los gitanos jóvenes de Almería y que tuvieron que traer un ‘batallón’ de gitanos de la provincia de Granada para completar el equipo de extras, mano de obra barata que cobraba veinte duros al día trabajando más de doce horas. Se hablaba de más un millar de extras y de más de un centenar de profesionales los que estuvieron ocupados en los meses de rodaje. “Los figurantes de tipología musulmana han sido reemplazados con elementos de los estratos suburbiales de la ciudad”, contaba el periódico de aquellos días y no le faltaba razón, porque menudos elementos trabajaron en Lawrence de Arabia, algunos de ellos, lo mejor de casa, auténticos artistas de la vida que pasaron a la historia por haber tenido un único trabajo en su trayectoria profesional: el de extra en la película.
Los taxistas no descansaban ni de día ni de noche, cobrando por jornada cinco veces más de lo que solían ganar en un día cualquiera haciendo carreras por las calles de la ciudad; los restaurantes se llenaban para la cena y los albañiles, los carpinteros, los electricistas y los zapateros de la ciudad, ganaban más de tres mil pesetas semanales formando parte del equipo de tramoyistas. Hasta en las farmacias y las droguerías se beneficiaron del rodaje a fuerza de vender productos para repeler mosquitos, que se cebaban con los cuerpos inmaculados de los extranjeros.
Hubo trabajo para los hombres y también para los animales. Lawrence de Arabia fue la película de los caballos y de los camellos. La productora le encargó a Mister Taylor, jefe de especialistas de caballos, que recorriera el Sáhara Occidental para que comprara los animales que se necesitaban para el rodaje. De los 159 camellos que participaron en la película 129 se trajeron de África. También hubo que buscar caballos lejos de nuestra provincia para completar los 700 que formaron parte del elenco.
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