El Museo de la Vega, ese que debe ser algo más que un puro almacén de arados y celemines, ya es una realidad. Ya está ahí para ser frecuentando y disfrutado y bendecido -ya no van curas a las inauguraciones derramando agua con el hisopo; ya está ahí, junto al lecho neolítico del Andarax, esta nueva pinacoteca de los enseres, de los rudimentos, de los aperos de nuestros abuelos; ya está ahí esa galería de reliquias analógicas, cuando todo era manual, cuando aún no había llegado el dígito: una bicicleta como la de Vittorio De Sica, cuyo dueño debe llevar décadas criando malvas, una azada que empuñaría un hombre con la ilusión de levantar una familia, la foto de un cortijo con niños chapoteando en una charca con sapos. Todo lo que fueron las raíces de esta ciudad. Porque si el Puerto de Bayyana fue el origen, la Vega fue la constancia, la línea indeleble que ha llegado hasta nosotros. Lo dijo la alcaldesa: “Este nuevo museo es un homenaje al de dónde venimos”.
Estará abierto los fines de semana y con visitas concertadas para los colegios. Porque uno intuye que estas nuevas salas abigarradas de ecos rurales, festoneadas de lebrillos, hoces y yugos, no están hechas -o no solo están hechas- para que vengan ancianos a enternecerse recordando sus años felices, a recordar con nostalgia sus tiempos mozos viendo la imagen de una era con jornaleros aventando las mies o a mujeres recogiendo rábanos arrodilladas en el caballón como en una ermita. No, el nuevo Museo o Ecomuseo debe ser para que vengan los niños a aprender historia cercana, historia verdadera y si es de la mano de su abuelo mejor. Un Museo para aprender, no solo para recordar.
Lo dijo también María Vázquez: “Lo importante al ir a un Museo es que emocione”. Y este emociona. Si señor, aunque le quede una segunda fase, con escenarios reales, que vendrá pronto: una noria de verdad con un animal sacando agua o una mujer sacando leche apretando la ubre de una cabra. Ha costado 1,5 millones, el Museo de la Vega, cofinanciado con fondos europeos, gestionados en comandita por el Ayuntamiento y la Diputación Provincial. Por eso estaba allí también el presidente del Ayuntamiento de los ayuntamientos, en un día luminoso de San Francisco de Asís, un santo italiano y rural como lo es el Museo.
Recordó Javier Aureliano García que cuando la vega estaba en su apogeo, Almería era una ciudad de apenas 47.000 habitantes. Cuando la Vega era la despensa real de Almería, porque no había Amazon para recibir pimientos ni tomates. Almería entera se abastecía a través de los carros que llegaban de madrugada a la alhóndiga del Mercado con lo que se criaba en la vega. “Se trata de un apasionante viaje hacia nuestras raíces y nuestra identidad”, dijo con aplomo el presidente de la Diputación.
El edificio alberga una exposición de gran valor, una evocación mimosa del legado de la Vega. Recrea cómo eran los cortijos, con sus herramientas, los refajos y zaragüelles de la época, las formas de labrar y recolectar la tierra, la ayuda de los animales para abrir los surcos sobre la tierra milenaria, todo en una superficie etnográfica de 420 metros, donde resuena la memoria de las familias primitivas y de apellidos como Berenguel, Belmonte, Úbeda, Miras, Gálvez, que han ido pasando, con paciencia vegetal, de generación en generación, como una tribu africana.
Acuerdos y recuerdos
Francisco López Ramón, presidente de la Asociación de la Vega de Almería, ha sido uno de los impulsores de este Museo que ayer rompió el cascarón tras 18 años incubándose. López Ramón agradeció la generosidad de los donantes de aperos y de utensilios y fotografías expuestas. Y dijo que hay que aprender del pasado para ser mejores en el futuro. Recordó a urdidores de esta tramoya como Paco Giménez el Pato, Isa María Díaz y Paco Rodríguez, además del médico Manuel Gálvez que puso la semilla. Valoró el apoyo de Juan Megino, “puesto que fue en su corporación cuando se empezó a pensar en este proyecto”. Reclamó que la segunda fase se ponga pronto en marcha para que se pueda completar toda la historia de la Vega. Quizá alguien debería haber evocado también al eclipsado Miguel Cazorla, que algo también trabajó en los orígenes de lo que ya es una realidad.
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