Entre las calles de Granada y Murcia, en la explanada que conduce hasta la Rambla de Belén, aparecen una serie de callejuelas que son hijas del cauce, como el humilde barrio del malecón de los Jardinillos que se construyó al encauzar las ramblas después de la terrible inundación que castigó la ciudad el once de septiembre de 1891.
Aquella manzana forma un barrio peculiar, con algunos rincones que permanecen anclados en el tiempo y con los restos de la pared de la que fue la primera Plaza de Toros que tuvo Almería.
En el último tramo de la calle de Murcia surge la calle dedicada al practicante Santiago Vergara, que perdió la vida en una epidemia de tifus en Adra cuando intentaba salvársela a los demás. El Ayuntamiento de Almería quiso perpetuar su memoria y tras su fallecimiento le puso el nombre de Santiago Vergara a la antigua calle del Escondrijo.
Subiendo por esta calle, a la derecha, aparece uno de esos rincones de la ciudad que sorprenden por su nombre. Es la calle del Gordito, que fue bautizada así en honor de un famoso torero sevillano que en sus años de esplendor actuó en la primera Plaza de Toros de Almería, que ocupaba una parte de los terrenos donde después se levantó esta calle. Todavía se puede ver un trozo de la antigua tapia del primitivo coso taurino, que forma parte de lo que se conoce como el Patio Gordito, un estrecho laberinto aislado del mundo.
La calle del Gordito vivió tan ligado a la Rambla que sus vecinos tenían que estar atentos al cauce, que cuando venía crecido inundaba las puertas de las casas de agua y barro. Fue en la primera década del siglo veinte cuando este calle empezó a urbanizarse.
En 1913, el insigne doctor don Eduardo Pérez Cano, que entonces era uno de los médicos más destacados en la lucha contra las enfermedades venéreas, compró varios solares y levantó un grupo de casas de las llamadas de tipo obrero, pequeñas viviendas de puerta y ventana tan características de esta ciudad.
La calle del Gordito primitiva era distinta a la de ahora. Era un callejón sin salida que estaba comunicado con el exterior por un estrecho pasadizo que daba directamente al malecón de la Rambla. En 1925, los vecinos se unieron para pedirle al Ayuntamiento que abordara el problema y expropiara las dos viviendas que impedían que la calle del Gordito se comunicara con la del Escondrijo (actual Santiago Vergara). La iniciativa fue recibida por los responsables municipales con agrado y se le encomendó al arquitecto Guillermo Langle que se encargara de poner en marcha la apertura de la calle hacia el costado de poniente. Entre los vecinos que firmaron el escrito pidiendo la apertura de la calle estaba el practicante Santiago Vergara, en aquellos tiempos toda una institución en el barrio.
Las dos casas que taponaban la salida eran propiedad del vecino Juan Cañadas Gil, que mantuvo un pleito con el Ayuntamiento para que le dieran más dinero por las viviendas expropiadas.
En 1930, la calle del Gordito dio un paso más hacia la modernidad cuando derribaron una de las viviendas que daban a la Rambla de Belén, lo que facilitó la salida hacia el lado del andén.
Tanto la calle del Gordito como el patio que esconde en su interior vivieron años de apogeo después de la Guerra Civil. En la calle del Gordito vivían sesenta vecinos en 1945. Había dos guardias civiles: Joaquín García Galindo y el cabo Francisco Cabezas: un guardia municipal, José Soler Aguilar; dos hermanos que trabajaban en Telégrafos: Juan y Gabriel Artés y dos trabajadores de la estación del ferrocarril: Diego Carmona Reina y Carmelo Magaña.
El Patio Gordito también tenía su vida propia en aquellos tiempos. Contaba solo con cinco viviendas, pero tan bien aprovechadas que allí convivían treinta vecinos. Como el lugar era tan estrecho se podían dar la mano de una ventana a otra.
Paralela a la calle del Gordito, unos metros por encima, aparece la calle del Circo, que recuerda a los espectáculos que allí se montaban cuando en la antigua Plaza de Toros se dejaron de organizar corridas y el solar era aprovechado por las compañías circenses para instalar allí su tramoya.
La calle del Circo vivió su esplendor en las primeras décadas del siglo pasado. En 1910 contaba con doce casas de tipo obrero en las que habitaban medio centenar de vecinos. La calle se fue despoblando y en la posguerra el número de vecinos se redujo a la mitad. Allí vivía Juan Murcia Murcia, uno de los escribientes de la fábrica de El Chorro. Cuando se iba la luz en el barrio la gente acudía en su busca, como si él tuviera en sus manos el milagro de la electricidad.
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