Nuevos negocios para intentar recuperar a la decaída calle de Castelar

La apertura de una tienda de ropa casual, el último brote verde

La empresaria Ana Gil acaba de abrir la tienda de ropa Maruja Limón.
La empresaria Ana Gil acaba de abrir la tienda de ropa Maruja Limón. La Voz
Eduardo de Vicente
19:13 • 19 oct. 2024 / actualizado a las 19:14 • 19 oct. 2024

La apertura de un nuevo negocio que no sea un bar es una gran noticia para levantar el ánimo del decaído pulso comercial del centro de la ciudad, que parece abocado a convertirse en una feria permanente de la gastronomía y del tapeo. Ahora que hemos perdido hasta la esencia del edificio del Mercado Central con el desembarco de bares para sustituir a los barracas de toda la vida, que alguien tenga la iniciativa de embarcarse en la aventura de una tienda en medio del páramo es, al menos, un acontecimiento extraordinario.



Una de las últimas en llegar ha sido la joven empresaria Ana Gil, que está de estreno con su tienda de ropa en la histórica y desmejorada calle de Castelar. Cuenta que se dedica a la ropa casual, esa ropa diferente que se puede adquirir a un precio razonable. Ha bautizado el negocio con el nombre de ‘Maruja Limón’, dice que para hacerse un homenaje a ella misma cuando ejercía como auténtica ama de casa. Le gustaría que fuera un proyecto de futuro, que la tienda navegara en medio de tanta tempestad y poder cumplir con una vieja aspiración que lleva en la mochila “poder contratar a personas que están sin sitio en el mercado laboral, ya sea por la edad o por discapacidades”, comenta la empresaria.



La nueva tienda de ropa compartirá acera con un negocio que ha conseguido abrirse paso en la calle en los momentos más delicados, la heladería Alpino's, que después de la crisis de la pandemia inició una aventura que por ahora está funcionando. Situada en ese punto estratégico que forma la esquina de la calle Castelar con la Plaza de San Pedro, ha sabido aprovechar el renacer de la plaza, dedicada hoy a los juegos infantiles, para ganarse una clientela y funcionar a buen ritmo a pesar de la aparente decadencia que estaba viviendo la calle.



La tienda de ropa de Anal Gil y la heladería de Pablo Giménez son dos brotes verdes en una calle que históricamente ha sido de las más comerciales del centro de la ciudad, pero que en la última década estaba sumida en una profunda crisis de la que parece complicado salir. La mitad de los locales que componen la calle están cerrados y de los negocios antiguos solo permanecen abiertos una sucursal de la confitería El Once de Septiembre y la tienda de Ultramarinos San Antonio, que con su forma de concebir la profesión y su arraigo se ha convertido en un lugar de culto no solo para sus clientes, también para la gente que pasa y se siente atraída por un comercio que ha sabido mantener la esencia con la que nació en los primeros años de la posguerra.



Son los últimos testigos de la edad de oro de la calle Castelar, cuando allá por los primeros años 70 era imposible encontrar un local libre. En una de las esquinas que daban al Paseo estaba todavía funcionando el Café Español, que llenaba de vida las mañanas de la calle. Los niños de aquel tiempo frecuentábamos la fachada del Español para impregnarnos del olor al chocolate y al café caliente que salía del interior. Enfrente se acababa de abrir el primer supermercado de verdad que tuvo el centro de Almería, la tienda de Simago. Mientras que el Café Español iba languideciendo, ese gigante llamado Simago crecía sin parar hasta convertirse en un lugar de culto no solo de las compras de las amas de casa de aquella época, sino de aquellas bandadas de niños que jugaban a la aventura de llevarse el género sin pagar.



En la calle de Castelar estaba la mercería de Mena, la papelería Cervantes, la farmacia de Gómez Campana, la joyería de los Pérez Cardila, la papelería de Valverde, la ya referida tienda de comestibles de López Andrés, la sastrería del maestro Domínguez, el taller de bordados de las hermanas Emilia y Carmen que hacían fundas para botones y vestidos de muñecas. Era la calle de calzados Miguel, del negocio de confecciones de don Fernando Vals y del Hotel Victoria, que tenía dos puertas de entrada. Era la calle del almacén farmacéutico, de la fontanería de Carmen, de la joyería Zenit, de la confitería que nos recordaba a la inundación de 1891 y de la tienda de Brasil Radio de los hermanos Enrique y José Pérez Pérez, en cuyo escaparate muchos almerienses de los años sesenta vieron por primera vez el milagro de una televisión.



La calle de Castelar fue para una generación de niños la calle de la tienda de los juguetes, la de Alfonso, aquel bazar lleno de magia en cuyo vientre se guardaban todos los tesoros que se pudieran imaginar: soldados de plástico, ciclistas de juguete, muñecos paracaidistas, penitentes en miniatura, muñecas y hasta un amplio surtido de artículos de broma que tanto éxito tenían entre los adolescentes de aquel tiempo.




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