Los fantasmas de los antiguos comercios que se resisten a desaparecer

Los letreros mantienen vivos a negocios que ya no existen

La Casa Gutiérrez de la calle de Granada, templo de las bicis y las máquinas de coser.
La Casa Gutiérrez de la calle de Granada, templo de las bicis y las máquinas de coser. La Voz
Eduardo de Vicente
19:57 • 02 nov. 2024

De lo que fueron solo quedan las letras con el nombre de los negocios, los viejos carteles que parecen anunciar la existencia de un fantasma que se resiste a morir. Los comercios cerraron sus puertas, sus propietarios se fueron para siempre, y allí se quedaron los nombres, colgados en el tiempo para recordarnos el esplendor de épocas pasadas. Si uno se da una vuelta por el centro de la ciudad se encuentra con los antiguos vestigios de establecimientos que formaron parte de la vida de los almerienses y que apenas son ya los restos de un naufragio.



En el Parque, en una de las esquinas principales, sigue reinando el nombre de la Casa Ferrera, uno de los grandes comercios durante décadas. A finales del siglo XIX el empresario Emilio Ferrera López compró un gran solar en la calle de Pescadores con fachada lateral que se prolongaba por la calle Martínez Campos y encargó la construcción de un edificio de dos plantas que hoy, todavía sigue en pie junto al Parque, manteniendo en su fachada el nombre de Casa Ferrera, con el que fue bautizado el establecimiento. En la tienda de Emilio Ferrera se podían adquirir toda clase de objetos de ferretería y construcción, utensilios tan sencillos como clavos, martillos y tuercas, que en un maravilloso cambalache se mezclaban en los escaparates con los artículos de regalo más exóticos y novedosos que traía de las mejores casas de Valencia y Barcelona y con juguetes de ensueño que solo era posible encontrarlos allí.



Unos metros más arriba de Ferrera, en la Plaza Virgen del Mar, aparece otro cartel anunciando un negocio que ya no existe. Es la papelería de Santo Domingo, que encima de la puerta aún mantiene el viejo letrero escrito a mano con el nombre del negocio. De su historia se sabe que ya estaba funcionando en 1945 y que durante décadas fue referencia de varias generaciones de niños y niñas  del barrio y del colegio del Milagro, que compraban allí el material escolar y aquellas ristras de cromos que llamaban recortables, con las que las niñas jugaban a las modistas y los niños soñaban con las películas de vaqueros. En su última etapa, la papelería de la Plaza Virgen del Mar estuvo regentada por Encarnita Oña Calatrava, que la tuvo hasta su cierre hace dos décadas.



En la calle de Granada sigue en pie el letrero de la Casa Gutiérrez, que sobre todo en los años de la posguerra fue uno de los referentes comerciales de la ciudad. Tenía uno de los mejores surtidos de bicicletas y llegó a tener la exclusiva de las máquinas de coser de la marca Alfa, cuya fama alcanzó grandes cotas de popularidad a finales de los años 60 por los anuncios de televisión. Las letras de la fachada y el cartel se mantienen intactos a pesar de que el establecimiento ya pasó a mejor vida. También cerró la empresa de las lápidas de la familia Cazorla, en la misma calle Granada, en la misma acera que Casa Gutiérrez. Allí siguen sus letreros anunciando la otra vida de la que ya forma parte la tienda.



En la calle Alcalde Muñoz aparece el letrero de la tienda de ‘Manos’, que lleva casi diez años cerrada. ‘Manos’ fue el templo de los hábiles, la tienda donde era posible encontrar los detalles más excéntricos, la pieza inimaginable que parecía no existir. Allí acudían los desesperados que necesitaban esa particularidad  que no encontraban en ningún otro comercio cuando no existía Internet y Madrid quedaba muy lejos. “Lo imposible lo hacemos en el momento y los milagros tardamos un poco más”, ha sido el lema del establecimiento a lo largo de cuarenta años de existencia. A ‘Manos’ íbamos los niños cuando se puso de moda la asignatura de Pretecnología en el colegio y los trabajos manuales se consideraron a la altura de la Historia o de las Ciencias Naturales. Allí íbamos a comprar la arcilla para ser aprendices de alfareros y allí encontrábamos los trozos de madera y los pelos para la sierra de marquetería con las que recortábamos nuestras obras de arte. 



En el Paseo nos podemos encontrar con el fantasma del antiguo local de la confitería ‘La Dulce Alianza’, que nos recuerda a nuestra infancia, cuando nos llevaban al médico y nuestras madres nos recompensaban por el mal trago con un pastel. El local se ha quedado vacío, sin nadie que lo alquile, tal vez echando de menos todavía aquellos años tan dulces. 



Junto a la calle de Antonio Vico se mantiene firme el letrero de la bodega ‘La Reguladora’, que en sus días de esplendor fue refugio de una generación de hombres almerienses cuando en las tascas no entraban las mujeres. Cerró el establecimiento, pero el cartel sigue en pie como si fuera abrir otra vez esta misma tarde. De todos estos comercios de los que hoy solo queda su espíritu colgando de un letrero, el último en desaparecer ha sido la librería Nobel, que muestra su fachada recién pintada y sus grandes letras mayúsculas como si estuviera pensando en resucitar.




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