Para 1968, el teniente de Alcalde y presidente de la Comisión de Festejos, Ángel Gómez Fuentes, se sacó de la chistera un Festival de Guitarra Flamenca para darle mayor realce aún a los Festivales de España que todos los veranos traían a Almería a grandes artistas del panorama nacional.
Como gran atractivo del acontecimiento encabezaba el cartel el joven tocaor algecireño Paco de Lucía, que en los grandes templos del flamenco como Madrid y Sevilla empezaba a ser considerado como una auténtica revolución. El éxito fue absoluto y en los años posteriores Paco de Lucía se convirtió en un clásico de nuestros festivales, en los que actuaba dos noches, una en solitario, mano a mano con otros guitarristas, y otra noche acompañando a los grandes maestros del cante como eran entonces Mairena, Meneses y Fosforito. Paco de Lucía protagonizó actuaciones magistrales tanto en la Plaza Vieja como en la Alcazaba, los dos grandes escenarios durante el mes de agosto.
Los Festivales de España fueron un auténtico lujo para Almería desde que empezaron a organizarse a mediados de los años cincuenta. El Ayuntamiento hacía una gran inversión en la que perdía dinero cada verano, pero creaba conciencia sobre la importancia de la cultura y el arte en la nueva sociedad que empezaba a gestarse. Los recintos se llenaban cada noche pero no todos los espectadores pasaban por taquilla, ya que el personal, haciendo gala de una buena dosis de picardía y a veces de cara dura, se buscaba la vida para entrar gratis. Aquí quien no tenía un familiar trabajando en el Ayuntamiento conocía al que cortaba las entradas en la puerta o al Policía Municipal que estaba de guardia, por lo que las recaudaciones casi nunca eran suficientes para cubrir los gastos.
A pesar de todo, aquellos queridos festivales de agosto revolucionaban la ciudad y también el barrio y llenaban nuestras calles más íntimas de luz y de vida. Cada verano se producía una resurrección de aquel rincón de la ciudad que iba desde la Plaza Vieja hasta la Almedina. Pasaban los barrenderos dos veces al día, el camión de la regadora mantenía la tierra mojada durante toda la tarde y el Ayuntamiento invitaba a los vecinos a que le dieran una mano de cal y de pintura las fachadas de sus viviendas.
Los Festivales nos revolucionaban a todos y a los niños de entonces nos permitían que nuestro horario de recogida en las noches de agosto se estirara al menos un par de horas más, hasta que después de las doce empezaba a bajar toda la comitiva que había estado presenciando el espectáculo.
Corríamos por la calle de la Reina hacia arriba y por la pendiente de la cuesta de Almanzor para jugar a ‘ver los coches’, que no eran unos coches cualquiera, sino los vehículos oficiales de las autoridades y los grandes automóviles de la aristocracia almeriense que era la que asistía cada noche a las ceremonias. Íbamos a ‘ver los coches’ y también a disfrutar de aquellas mujeres tan bien arregladas, oliendo a perfume y con los hombros llenos de sol, que para nosotros constituían otro gran espectáculo. En aquellos primeros años setenta La Alcazaba se había consolidado ya como un recinto abierto al público y un gran escenario en las noches de verano. Había tenido que recorrer un largo trayecto para que los viejos muros derruidos volvieran a cobrar vida, para que el monumento se pusiera en valor como la principal atracción turística de la ciudad.
La historia de aquella recuperación había comenzado en la posguerra, con los trabajos iniciados por el arquitecto conservador Prieto Moreno. En agosto de 1955 se organizaron allí los Festivales de España, un acontecimiento artístico de primer nivel que sirvió para presentar oficialmente la nueva cara de la fortaleza. Aquellas veladas sembraron de flores y de artistas La Alcazaba y reunieron entre sus murallas a lo más granado de la sociedad almeriense de la época.
El éxito social que supuso la organización de los festivales animó al Gobernador Civil, Ramón Castilla Pérez, a promover la construcción del nuevo camino de acceso para que se pudiera subir en coche hasta el tercer recinto bordeando la ladera sur del cerro que daba al mar. La nueva carretera facilitó la organización, en el mes de agosto, de los Festivales de España, ya que los camiones repletos con la tramoya que requerían los espectáculos, pudieron entrar directamente hasta la parte más alta de La Alcazaba.
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