Aunque las costumbres de las monjas de clausura han cambiado mucho a lo largo del tiempo, hay aspectos que siguen siendo un gran misterio para el almeriense de a pie. Sus tareas cotidianas, sus funciones y, sobre todo, cómo es el edificio que ocultan las grandes puertas de madera que vigilan las calles cercanas a la catedral son preguntas que se hacen gran parte de los viandantes que pasan frente al Monasterio de la Purísima Concepción.
Su día a día
Antes de que el sol se asome por las montañas almerienses, las monjas ya están en pie: "Nos levantamos a las seis y media, algunas antes", relata María, que a sus 37 años es la hermana más joven del convento. A primera hora de la mañana y hasta las 8.30, llega el momento de la oración personal, que termina con la Eucaristía.
En el convento los horarios son estrictos y las tareas están definidas desde el inicio del día: "Después de desayunar, cada hermana se va a su oficio. Una está en la cocina, otra hace la colada... yo estoy un poco a todo", explica María, quien, aunque no lo reconoce en el momento, sí revela después que toca el teclado durante las misas.
A las 12.00 horas llega el rezo del Ángelus, la oración del mediodía, que precede a la hora de comer y a la tradicional siesta andaluza, que ni siquiera el convento se libra de practicar. "Algunas hermanas se dedican al estudio de la formación hasta las 18.00, hora de la oración con el Santísimo Expuesto", relata. Tras algún que otro rezo más y el oficio de lectura, llega la hora de la cena y, finalmente, el tiempo de recreo. Las hermanas se relajan tras un día de 'oro et laboro': se sientan a charlar e, incluso, en ocasiones ven alguna que otra película religiosa.
Una cotidianidad diferente
Aunque parezca una tradición ancestral, la cotidianidad ha cambiado mucho desde el inicio de la orden. Así lo cuenta María del Mar, una monja que lleva más de 70 años en el convento y que hoy en día es abadesa: "Antes no podíamos salir. Solo había una excepción: los días de elecciones, para ir a votar. Pero las cosas han cambiado mucho. Ahora podemos ir a hacer la compra, al médico, a visitar a algún familiar enfermo que no se pueda desplazar al monasterio...", relata.
Mientras lo hace, señala la reja del locutorio -el lugar en el que las hermanas se encuentran con sus familiares y visitantes-, como si la cancela de hierro escondiese todas las respuestas: "En el pasado la verja era doble y era fija. Ahora solo hay una y tiene cerradura, se puede abrir". Añade que las visitas siempre suelen hacerse de 10.00 a 13.00 y de 16.00 a 18.00 horas. También María cuenta algunos cambios importantes en la clausura: "Las hermanas antes se tapaban la cara con un velo y el médico iba a verlas, no salían ellas".
Un oficio perdido
Pero si algo ha cambiado desde sus inicios es la labor a la que se dedicaban. Al entrar a la parte no visitable del convento, hay varias pistas del milenario oficio al que las monjas dedicaban su tiempo hasta hace poco menos de 15 años, cuando se vieron obligadas a abandonarlo por el cambio del sistema de negocio. Ese oficio era la encuadernación, y así lo atestiguan varios muebles y una prensa manual que acumula siglos de vida, en el interior del monasterio. Así, entre las paredes del convento, cuya historia se remonta a 1515, las Puras se dedican hoy a la oración contemplativa.
Resistir
Hubo una época en la que los muros del monumental complejo religioso dieron cobijo a 40 hermanas seguidoras de Beatriz de Silva, fundadora de la orden allá por los tiempos de los Reyes Católicos. De esa doble veintena de monjas, hoy solo quedan cinco, acompañadas siempre de un simpático Beagle, guardián del complejo.
Hoy, sin el aporte económico de la encuadernación y de las pastas de Navidad, perviven gracias a las pensiones, fruto de toda una vida dedicadas a estas dos últimas funciones. "Necesitamos ayuda y nuevas vocaciones", pide María del Mar, quien también invita a todos los almerienses a pasar por el museo del monasterio a ver con sus propios ojos cómo y dónde viven las servidoras de Dios.
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