“Mientras el diagnóstico llega, no nos podemos quedar parados”. Así de rotunda se expresó ayer la profesora de la Universidad de Almería (UAL), Inmaculada Gómez Becerra, ponente en el curso de verano que debate las estrategias a llevar a cabo para tratar, lo más tempranamente posible, a niños con Síndrome de Asperger.
Desde su experiencia también como psicóloga clínica, Gómez Becerra ha trabajado mucho con padres de niños que tienen esta patología. Hoy explicó que es fundamental que estos aprendan a romper las barreras emocionales que se crean cuando se dan cuenta de que no tienen un hijo “normal” sino un niño con capacidades diferentes.
El gran problema es que el Síndrome de Asperger es muy difícil de diagnosticar cuando son pequeños y la detección se hace de forma muy tardía. Y es difícil porque el Asperger es un síndrome muy extraño, comórbido, es decir, que se entremezcla con otras patologías y con síntomas que evolucionan mucho desde que el niño es pequeño hasta que crece. “Cuando un chaval tiene ya 15 años, ya es muy evidente que eso es Asperger y no cualquier otra cosa, pero antes se puede confundir con un autismo o con un déficit de atención temprana”, afirmó esta experta.
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Los niños con Síndrome de Asperger hablan de manera extraña y presentan problemas para relacionarse, pero en distintos grados. “Hay niños que no se relacionan, pero en otros no se da de manera tan brusca o tan temprana. La manera de actuar es que cuando cualquier padre se de cuenta de que algo no es normal, empiece a fomentar áreas sociales, verbales y motoras a la espera de que llegue un diagnóstico, que seguro va a llegar más tarde. Mientras, no nos podemos quedar parados”, señaló Gómez Becerra.
Hay niños que durante años se quedan con una etiqueta que no es la de Asperger, sino que puede ser la de autista o la de hiperactivo. También, en clase, pueden ser considerados chicos maleducados, con rabietas o con déficit de atención.
Testimonios
Para esta psicóloga, no se trata de nada de eso, sino de todo lo contrario: “Lo que tienen son fuertes sensaciones de incomprensión, de no saber cómo expresar lo que los demás esperan de él”. El problema es que el síndrome no se detecta muchas veces hasta que el niño no tiene 7 u 8 años o más tarde, ya en la adolescencia.
Precisamente el lunes, este curso de verano contó con el testimonio de dos chicos Asperger, uno de ellos recién licenciado en la Universidad de Almería. Lo que contaron es que, durante años, “estuvieron perdidos”. Sus padres y educadores trabajaban con ellos, pero no sabían qué les pasaba. Hasta los 16 años en un caso y los 17 en el otro no supieron que padecían este síndrome.
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