Una cadena invisible conecta el tobillo o la muñeca de medio centenar de ciudadanos con el centro penitenciario El Acebuche. Son ciudadanos de a pie, trabajan, duermen en casa con normalidad y, en cambio, forman parte del registro de internos de la prisión de Almería.
Su caso pertenece a la vertiente más representativa de la voluntad de reeducación y reinserción del sistema penitenciario español. Un sistema de seguimiento GPS les permite normalizar su vida poco a poco, comenzar a trabajar antes de finalizar su condena y alejarse de la dureza de la permanencia entre los muros del penal de Cuevas de los Medina.
Según datos actualizados a final de diciembre, 44 internos disfrutaban de las ventajas del régimen abierto monitorizado por las famosas pulseras de seguimiento telemático. Se trata de un opción cada vez más apreciada en el sistema penitenciario y judicial por sus virtudes en la reinserción de reclusos.
Ahora bien, la cárcel busca perfiles concretos, válidos para esta fórmula terapéutica, con bajo riesgo de reiteración en las actitudes criminales. “Este tipo de medidas de vigilancia evitan el ingreso en prisión, tanto de los internos en régimen ordinario como en régimen abierto y de infractores no peligrosos que no hayan cometido delitos graves”, señala Instituciones Penitenciarios.
“Facilitan también que se cumpla la condena en el entorno familiar y social, evitando la desestructuración familiar. Permite, además, que el penado continúe su vida laboral y pueda atender así a la indemnización de la víctima”, añade. El objetivo es evitar que “la persona sometida a control telemático no sufra los efectos desocializadores del internamiento en prisión”.
Aunque el Reglamento Penitenciario es flexible y permite interpretaciones distintas para impulsar la reeducación de los internos, siempre con respeto a la condena, la concesión de las pulseras GPS está restringida y no suele realizarse en delitos de sangre o violencia de género. Además, se prima la evolución del preso en su estancia en la cárcel, su comportamiento, sus espectativas y la cercanía de la salida en tercer grado.
Un fórmula creciente
Por otro lado, el seguimiento de los pasos a los ‘excarcelados’ es estrecho porque las pulseras son monitorizadas con un sistema informático. Se establecen zonas de inclusión (trabajo y casa, por ejemplo) y zonas de exclusión (espacios vetados por el caso del interno). Si el sujeto incumple la medida, automáticamente se activa la alarma y se emite la correspondiente orden contra él.
“Todos estos sistemas de vigilancia telemática permiten también establecer previamente las restricciones de movimiento que se estimen convenientes en cada caso para hacer compatible la integración social y la seguridad ciudadana”, precisa Prisiones.
Son, igualmente, dispositivos muy prácticos. Pueden ocultarse bajo la ropa para no perjudicar a sus usuarios, se pueden mojar e incluso por enfermos de corazón o con marcapasos.
El tiempo durante el que se usan cuenta a todos los efectos como cumplimiento de la condena y, por ello, se trata de una fórmula cada vez más aceptada por los propios internos y por Instituciones Penitenciarias que, de paso, continúa con su esfuerzo para reducir la tasa de hacinamiento en las prisiones españolas. Ejemplo de ello es El Acebuche, que actualmente está por debajo de los 900 internos.
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