Turre fue el primer pueblo de España, quizá aún sea el único, en el que los plenos se retransmitían por un altavoz callejero para todo el vecindario. Los turreros, sentados en sus sillas a la puerta de su casa, en la calle La Rambla, escuchaban con pasión futbolera cómo Arturo defendía una moción, cómo Paco Sánchez o José Navarro la combatían, cómo Diego el Pegote se iba por los cerros de Ubeda o cómo Agustín Gallardo, sentenciaba. Esas sesiones berlanguianas de los 90 marcaron una época y llegaron por el empeño de Arturo Grima, el actual alcalde, de que los vecinos conocieran de viva voz todos los asuntos de Turre. Quizá ya no se retransmitan como en una terraza de verano, como el gran Alfredo en Cinema Paradiso, esas acaloradas sesiones políticas, pero Turre guarda, como quizá ningún otro pueblo del Levante esa entreverada pasión por la política local. El resultado de las elecciones del domingo ha dado como lista más votada la del PP que encabeza Arturo Grima, con cinco concejales, por cuatro del PSOE y dos de Somos Turre, de Martín Morales. Pierde así Grima la mayoría absoluta y corre el riesgo de que las otras dos fuerzas políticas junten meriendas y lo descabalguen del sillón consistorial.
A Grima no le pilla de nuevas el reto de pactar: lleva haciéndolo desde que irrumpió en política hace un cuarto de siglo, cuando gastaba bigote mexicano y servía jarras de cerveza con caracoles en el Restaurante Grice de su familia. Ha protagonizado pactos en pasadas legislaturas con Izquierda Unida, con el PP, cuando él era independiente, con todos menos con el PSOE. Tuvo buenas relaciones con Agustín Gallardo, de Izquierda Unida, del que ahora Martín Morales es su delfín. Pero eso no le garantiza nada. Él lo sabe.
EL PSOE, con una debutante como cabeza de lista, empujará para llegar a un acuerdo de izquierdas con Morales. Todo está en el aire, todo puede pasar o no pasar en esa tierra de molineros, en ese municipio tranquilo, donde aún se respira ambiente de pueblo de verdad.
A Arturo no le ha bastado para revalidar su mayoría la reciente fuente morisca restaurada, uno de sus logros históricos. La clave la tiene ahora Martín Morales, un joven impetuoso, dinámico, que ha sabido impulsar una asociación vecinal henchida de nostalgia como Los Moralicos, una antigua aldea en los riscos de Sierra Cabrera. El futuro de Turre está aún en el aire, pero los protagonistas han empezado ya a moverse.
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