Su negocio depende mucho de la fe: la que tienen las niñas de quince años que acuden al establecimiento en busca del último disco de Bisbal; la que empuja a los devotos más inexpugnables a llevarse para el salón de su casa una escultura de escayola de San Pancracio; la fe que el dueño de la tienda ha tenido en los últimos años para reinventarse todos los meses y sobrevivir a pesar de internet y la música gratuita.
Andrés Felices mantiene su nave a flote en medio de la tempestad. ‘Río Preto’ es una de las pocas tiendas de discos que sigue ofreciendo su magia en los viejos muestrarios donde aún es posible encontrar una de aquellas cintas de cassettes que fueron número uno en ventas hace treinta años. Hace ya quince que no se fabrican, pero él las trabaja sabiendo que siempre hay algún rezagado que en un arranque de nostalgia acude buscando una de esas cintas de grandes éxitos que ya no existen ni en las gasolineras de carretera.
Qué lejos quedan los buenos tiempos, cuando se formaban colas en la tienda para comprar el último gran éxito del grupo de moda. “Cuando las Grecas sacaron ‘Te estoy amando locamente’ los pedidos se me agotaban en una semana. Venía gente de los pueblos y no había un bar en Almería donde no sonara el disco”, recuerda. Entonces, eran los años setenta, se habían puesto de moda las máquinas tragaperras que por un duro pinchaban un disco y las pandillas de jóvenes llenaban por las tardes los bares del centro para tomar cañas y escuchar música.
Y que decir del ‘Que viva España’ de Manolo Escobar. No faltó una casa en Almería y en su provincia donde no compraran el disco y en algunas más de uno porque muchas familias de entonces tenían a sus parientes en Francia o en Alemania trabajando y para ellos, los emigrantes, el ‘Que viva España’ fue la banda sonora de aquellos tiempos de exilio.
También tenía una fiel clientela en los disc jockey de Almería, que todas las semanas se pasaban por la tienda para escuchar lo nuevo que acababa de salir al mercado. “Yo tenía una habitación dentro del negocio que estaba habilitada para ellos. Allí se metían, se enchufaban los cascos, probaban los discos y se llevaban una bolsa repleta”, me cuenta.
Era la época de ‘Fiebre del sábado noche’ que contagiaba también con su éxito a las tiendas de discos, que tanto le deben a aquellas películas musicales. Cuando se estrenó la película de ‘Greasse’, en el cine Imperial, los jóvenes salían tan entusiasmados que al bajar la calle muchos se detenían en la tienda para comprarse el disco, que se agotaba dos veces por semana.
Internet Las discotecas fueron muriendo como lo hicieron después los discos de vinilo y desde hace unos años las tiendas que se dedicaban a la música. En el camino se fueron quedando Brasil Radio, Radio Sol, Galería del Disco, los tres establecimientos de la firma Radyelec, Modi y Simago. De las antiguas, ‘Río Preto’ es la única que ha seguido adelante, aunque para sobrevivir haya tenido que reconvertirse en un gran bazar.
Vender ahora un compact es una hazaña porque la revolución de internet ha dinamitado el negocio y cualquiera puede tener el último éxito de Alejandro Sanz antes de que aparezca en el mercado y sin salir del dormitorio de su casa. “Con la música solamente ya no se podría vivir porque se vende un disco de vez en cuando”, asegura.
Por eso, para adaptarse a los nuevos tiempos, Andrés Felices transforma su negocio varias veces al año, adaptándose a lo que el mercado demanda en cada temporada. Mantiene las vitrinas de los discos, porque son el alma de la casa, pero las estanterías y los escaparates que se asoman a la Avenida de Pablo Iglesias van cambiando según la época del año.
Ahora, de cara al otoño, se llena de caretas con la imagen de la muerte y de todos los artículos necesarios para celebrar la noche de Halloween: calabazas de plástico, vestidos de bruja, llamativos disfraces de monstruos. La moda americana de celebrar los difuntos con fiesta se ha impuesto y le ha venido bien al viejo comercio de discos, que hace su agosto en noviembre.
Unos días después de Halloween la tienda vuelve a transformarse y de la noche a la mañana los escaparates cambian las caretas y los adornos mortuorios por las figuras de los belenes que anuncian la Navidad, que en esos días se mezclan con los artículos de broma para el día de los inocentes y con los ‘ingredientes’ imprescindibles para el cotillón de fin de año. Quién no ha pasado alguna vez en su vida por ‘Río Preto’ para comprarse una de aquellas bombas fétidas que tantas expulsiones originaban en el instituto, o la clásica y repugnante araña de goma que era el terror de las adolescentes más aprensivas.
Disfraces y santos En enero, al acabar los Reyes Magos, la tienda se convierte en el paraíso de los disfraces de carnaval y la venta de música aumenta gracias a los discos con los repertorios de las comparsas y las chirigotas. Para marzo hay que cambiar de nuevo el decorado porque llega la cuaresma y hay que llenar las vidrieras de penitentes y de pasos de Semana Santa en medio de una atmósfera de incienso y marchas religiosas. Más que una tienda, el local parece en esos días la nave trasera de la Catedral en un Miércoles Santo.
Por mayo, ‘Río Preto’ se llena de artículos de Primera Comunión, y de pequeños detalles para bodas y bautizos, que anuncian el final de la temporada. El verano es un paréntesis en el negocio, un tiempo de hacer balance del año y de prepararse para la nueva campaña. En esos meses el viejo bazar sigue tirando de la venta de discos, que aunque escasa sigue teniendo sus seguidores; de los camping gas de toda la vida que tienen mucha demanda en los excursionistas; de las imágenes de santos que forman parte de la historia del negocio y que nunca pasan de moda. Quién no conoce a un familiar que en el mueble principal de su casa o sobre el mármol de la cocina no tiene una estatuilla de San Pancracio, adornada con perejil, para pedirle salud y trabajo. Quién no tiene en su dormitorio una figura de San Martín de Porres, de la Virgen del Mar o de San Judas Tadeo, el patrón de las causas perdidas.
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