Para los niños de 1975 el Caudillo fue un personaje remoto, como de otro siglo, un señor mayor al que nos habíamos acostumbrado a ver pescando en los reportajes del NO-DO y dándole el trofeo al ganador de la Copa del Generalísimo en el palco del Santiago Bernabéu.
El nombre de Franco nos sonaba a guerra lejana y lo asociábamos siempre al hambre feroz que pasaron nuestros padres cuando eran jóvenes; a los relatos del estraperlo y del hombre del saco que nos contaban las madres para que nos comiéramos de una vez el maldito plato de lentejas; a la mesa de camilla con brasero donde se juntaba la familia por las noches mientras sonaba la sintonía de Radio Nacional de España; al rincón oscuro del arresto municipal donde encerraban a los borrachos que deambulan por las calles sin oficio ni beneficio; al cuarto de los ratones donde llevaban a los niños que desobedecían al profesor; a la música militar que todos los domingos sonaba por los altavoces del estadio de la Falange antes de los partidos del Almería.
Franco era para nosotros el retrato que presidía la pared principal de nuestra clase, un personaje que tenía que ser muy importante porque estaba a la altura del crucifijo y del venerado cuadro de la Virgen María al que todos los años, por mayo, le llevábamos flores. Percibíamos su presencia en los pequeños detalles de nuestra vida cotidiana: en los domingos de cine; en las exhibiciones de los soldados del cuartel que se pasaban la vida desfilando por las calles; en aquellas demostraciones al régimen que todavía, a comienzos de los años setenta, se organizaban en el patio de la Cruz de los Caídos del convento de las Claras.
Franco estaba también en las coplas que sonaban por la radio mientras las madres lavaban la ropa en la pila del patio, y en las canciones que los jóvenes de la OJE iban entonando por las calles cuando iban camino de algún campamento. Lo intuíamos en las banderas y en aquellos pelotones de regulares y legionarios que de vez en cuando venían de Melilla para llenar de vida las tascas y el barrio de las putas. Casi nadie hablaba entonces de Franco, salvo alguno de aquellos pobres vagabundos que transitaban las calles refugiados en su locura irremediable.
Recuerdo la figura de don José ‘el curica’, que todas las tardes salía del asilo del Hospital para darse una vuelta y tomarse unos vinos a escondidas en la bodega del Patio. Era un hombre pequeño y delgado, todo nervio, que refugiado en su demencia, enarbolaba su bandera de viejo republicano y se atrevía a desafiar a Franco cuando éste todavía no había muerto: “Cuando mandaba Azaña había pan para toda España, y ahora que manda Franco hay colas hasta en los estancos”, gritaba en medio de la calle, para acabar sus frases entonando una cancioncilla que decía: “Niña, suave, caballero, caballero, dónde hemos llegado, dónde llegaremos”, y se retiraba con paso ligero hacia el Hospital recibiendo el aplauso de la concurrencia. A veces, alguien gritaba: “la policia”, y don José daba un brinco y se marchaba a su escondite.
También solía acordarse mucho del Caudillo un tipo que allá por el año 1974 recorría las calles pregonando que había llegado del barrio Chino de Barcelona donde había ejercido como pirata. Se llamaba Juan Abab y cada vez que venía triste se peleaba con el mundo, espantaba a los niños a garrotazos y se meaba en las esquinas. “Cuando se muera Franco vais a comer mierda”, decía, mostrando sus atributos a todo el que pasaba por delante. Si alguien lo amenazaba con llamar a los municipales, el viejo le respondía: “Que vengan, que me van a tocar los huevos”.
El día que murió Franco algunos nos acordamos de la profecía del Juan Abad, sobre todo cuando escuchábamos los temores de los mayores que se preguntaban qué iba a ser de nosotros sin la mano protectora del Caudillo.
Aquel jueves 20 de noviembre de 1975 el Gobierno Civil decretó un ‘plan de silencio’ en la ciudad durante tres días. Todos los espectáculos y actos públicos quedaron suspendidos hasta el domingo y hasta los colegios echaron el cerrojo para alegría de los niños que tuvimos unas vacaciones anticipadas.
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