Uno se hace mayor Saecios y echa de menos muchísimas cosas, cosas simples y básicas que hacían feliz a cualquier niño de la época...
Recuerdo los veranos en Aguadulce, las horas muertas en la piscina, los juegos con los vecinos, las peleíllas entre otras comunidades, las primeras salidas...
¡Cómo pasa el tiempo! Realmente se emociona uno si echa la vista atrás y compara el pasado con el presente. ¡Está todo tan cambiado que asusta!
¿Quién no se acuerda de esas mañanas en la playa haciendo castillitos de arena? ¿Y cuando de repente se escuchaba la avioneta que soltaba pelotas de Nivea como si no hubiera un mañana? ¡Todos los niños nadando y corriendo para conseguir alguna! ¿Y cómo olvidarse de aquellas cangrejeras transparentes que te comprabas, te las ponías contentísimo y al llegar a casa después del primer baño traías el pie marcado y la hebilla oxidada?
Y tantas otras cosas… Esas quedadas para colarte en la piscina de los vecinos, las guerras de agua, los Patapalos con sus premios, los cuadernillos Rubio a todas horas...
Lo que sí es verdad que recuerdo con anhelo, Saecio, son esos flotadores que me compraba mi madre que todavía, con casi 30 años, ¡no sé de dónde son! Eran unos flotadores de corcho y de colores, eso sí, más duros que la milanesa de la Cabaña del Tío Tom. Había con forma de conejitos, tortugas, jirafas...
También estaba el vinagre fresquito que te echaban mamá y papá en las quemaduras, y dos días la casa oliendo a boquerones. El carrito de los helados, el “pipas, caramelos y garrapiñás”… ¡Vamos a las pipas!
¿Y tú qué echas de menos de tus veranos? ¿Volverías otra vez a la infancia?
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