Viaje por las ramblas en busca de los sabores del invierno

Viaje por las ramblas en busca de los sabores del invierno

Jacinto Castillo
12:10 • 02 jul. 2013

Las naranjas son el primer saludo con sabor que ofrece el paisaje almeriense partiendo de la ciudad. Como no hay prisa, se puede eludir la autovía y seguir la antigua carretera para ir más despacio, dando tiempo a mirar y pensar. El Bajo Andarax fue en otro tiempo una especie de paraíso para viajeros y escritores de la época hispanoárabe. Seguramente ellos lo conocieron mucho más extenso y enriquecido por la corriente del río, pero, todavía conserva esa impronta del verdor de los naranjos rompiendo milagrosamente la sugerente amenaza del desierto.  Una estampa que, sin duda, formaba parte del imaginario de la cultura árabe como alegoría paradisíaca.


 


Rioja




No hay mucho tiempo para ensoñaciones históricas. Pronto, el puente de Rioja se ofrece para salvar el río, a la sombra casi mitológica del toro de Osborne. Al otro lado, más naranjos sembrando las márgenes del río y la feraz rambla de Rioja. En este pueblo, es posible detenerse a comprar naranjas y mandarinas recién cogidas. Al final del pueblo se suceden una serie de casas antiguas en cuyas puertas se exhibe las cajas de naranjas. Dentro, se pueden encontrar infinidad de productos autóctonos de otras zonas de Almería, con especial protagonismo de las Alpujarras, tanto la granadina como la almeriense. Embutidos de Fondón, vino de Albondón, soplillos de Laujar, jamones de Trevélez o aceite de Alcolea. Después de la parada y la compra, toca incorporarse a la autovía, pero por poco tiempo. El sentido de la ruta opta por el desvío de Tabernas, cruzando esta vez el puente sobre la rambla que lleva su nombre. Una rambla que nunca deja de sorprender a quienes la recorren, ya sea buscando escenarios naturales para una película, ya sea con el propósito de dejar que vuele la imaginación. A fin de cuentas, el cine y la imaginación son parientes tan cercanos, que no es difícil tener la sensación de escuchar una banda sonora del spaguetti-western al atravesar por estos parajes.


Tabernas




Tabernas es un pueblo rodeado de badlands (malas tierras) según los geólogos, pero, en realidad envuelto en buenas vibraciones, según el viajero. Su castillo, entre la ruina y la leyenda, saluda a quienes pasan por la carretera, recordando que la historia no se resuelve en balde Tabernas es tierra de aceite. No es mala idea detenerse a desayunar y pedir una buena tostada de pan hecho en el pueblo con cualquiera de los excelentes aceites que se producen en estos campos, en estas almazaras que reciben esas pequeñas joyas que producen los olivares del desierto en forma de olivas. El camino sigue adelante buscando la Venta de los Yesos, donde hay que tomar a la derecha para poner rumbo a Uleila del Campo. Hay olivares y sierras a ambos lados del panorama. A la derecha, sierra Alhamilla, con El Colativí reinando entre cerros hermanos y a la izquierda la impresionante muralla de Los Filabres que aún está en este año esperando que la nieve le ponga una resplandeciente corona blanca. De momento, solo presume de las cúpulas del Calar Alto. El camino vuelve de nuevo a sortear ramblas, como la de El Cañal, que le da su impronta a estos pagos. Las ramblas son como las arrugas del terreno que conforman el carácter de Almería. Las ramblas organizan los usos del terreno, dan paso o lo cortan, dependiendo de los caprichos del clima. Por eso, la geografía almeriense es, entre otras cosas, caprichosa como una moza que quiere fingir que aún es doncella.


 




Uleila del Campo


Uleila tiene parada por muchas cosas, casi todas relacionadas con el paladar, cuando no con la vista. Uleila del Campo da la bienvenida a quienes se atreven con la Cuesta de la Virgen hasta llegar a Monteagud o quienes quieren llegar al honrado pueblo de Lubrín, esa villa donde llueven panes por San Sebastián. Pero, entretanto, Uleila ofrece sus embutidos y sus bares acogedores donde no falta un buen vino de sus viñas nuevas. No es descabellado detenerse en uno de esos mostradores donde, con algo de suerte, se puede escuchar una apasionada conversación de caza, llena de verdades a medias. Dicen las guías de la provincia que esta impresionante iglesia que sorprende al visitante se llama de Santa María y que la construyeron a finales del siglo XVIII en estilo neorrománico. Calles empinadas y estrechas unen la Plaza de los Alamos, que es el corazón de Uleila, con esta otra que alberga la iglesia.


 


Rambla del Marqués


Tomando un camino que no parece tentador por su aspecto, se deja atrás Uleila, dejando a mano derecha, a poco de salir, la carretera que va a Alcudia de Monteagud, orgullosa de su era. Un cigarrillo más adelante se puede tomar el camino que lleva hacia la Rambla del Marqués. Una Rambla poco transitada ahora, pero que ofrece un paisaje seductor, salpicado de restos de antiguas cortijadas, entremezcladas con algunas que siguen en activo. Esta Rambla conserva la impronta de los paisajes naturales y humanos más característicos de las faldas de Los Filabres. Como no es de tránsito frecuente no conserva una actividad intensa, ni está sometida a los excesos de la vida actual. Es una rambla para detenerse a disfrutar de un silencio antiguo que concede la paz para estos días.


El viaje sigue despacio para verlo todo, preguntándose como sería la vida en esta rambla cuando había cereales que cultivar y bancales que mantener en producción. Aún más despacio se torna la ruta en cuanto se comienza a ascender por este camino que se convierte en río si llueve lo suficiente. El final de la rambla es la carretera que sube a Macael por la sierra, muy cerca del Collado García. Ya se presienten esos escenarios megalíticos que son las canteras de mármol, pero ese será un espectáculo para otro día.


 


Tahal


La sierra le gana ahora la partida a las ramblas y ya es serrana la ruta que alcanza el pueblo de Tahal, con su pedanía de Benitorafe asomada a la orilla de la carretera. Tahal merece tomar el corto desvío para ver si hay suerte y en sus tahonas queda alguna torta de chicharrones o algunos roscos de anís para llevarse un buen recuerdo de esta ruta. Si todavía la hora de comer deja margen, se puede desandara algo del camino y bajar hasta el cercano cruce de Senés, que es pueblo capaz de dar de comer al viajero que aspira a disfrutar de lo auténtico.


La ruta termina ante una mesa de sencillo mantel. Ante un platoque parece un viaje en el túnel del tiempo a los sabores de antes. Fuera del bar, la tarde comienza a dorar las ramblas. Después, tras la sobremesa, las ramblas se perfuman de misterio para acompañar el regreso.



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