Desde Abla hasta Canjáyar: Ruta para dos, con las sierras de fondo

Desde Abla hasta Canjáyar: Ruta para dos, con las sierras de fondo

Jacinto Castillo
12:42 • 10 jul. 2013



07:45 La ventaja de salir temprano es que se llega a tiempo de lo mejor del paisaje. Las sierras, que son los rasgos más acusados de la fisonomía almeriense, apenas se intuyen, dibujadas por el tenue perfil de las primeras luces. Pronto, las crestas se van adueñando del paisaje, una vez roto el amanecer.


El día recién estrenado puebla de vehículos la salida de la ciudad y el viajero se siente un privilegiado porque no está sujeto a otras urgencias que las de disfrutar del camino y de sus caprichosas paradas.


El Andarax se reivindica como río y enseña un hilo de agua que serpentea por su lecho, flanqueado de naranjos que parecen pequeños árboles de Navidad. Desde el asiento de al lado, la compañera de viaje se resiente del madrugón y de la nostalgia de los viajes de la infancia y hay que parar a tomar café.




08:35 El cerro Alfaro, que es como una ola pétrea en la antesala del desierto, despide al viajero y a su compañera después de la parada del café. Ya tienen decidida la ruta: hay que llegar a Canjáyar a la hora de comer.


Da tiempo a pararse allí donde el corazón o la curiosidad lo manden. Se va quedando atrás Sierra Alhamilla y un lado los cerros lunares de Tabernas. Los Filabres crecen y la Sierra de Gádor se va abriendo en perspectiva. Al frente, Montenegro, rodeado por la Sierra Nevada Almeriense que quiere presumir de su flequillo de nieve y de su azulada contundencia. El viajero necesita apuntar algo en su cuaderno de bolsillo y toma la salida de Gérgal. De la panadería sale una mujer con una bolsa de tela repleta de panes y una cesta en la que descansan unas tortas que pueden ser de manteca o de chicharrones. Da lo mismo, ambas son igualmente tentadoras. Por eso, no hay otra opción que pasarse por la panadería a respirar ese aroma de horno honrado y llevarse un poco de cada cosa. El Castillo de Gérgal adorna las agrestes faldas de Los Filabres, con su porte austero y elegante.




Es un buena excusa para un paseo de enamorados o para disparar la imaginación de los aficionados a la novela histórica.


09:55 La recta de Gérgal apunta a Sierra a Nevada y va dejando al frente y a la izquierda la intrincada sierra del Ricaveral, rica en revueltas y en viejas hazañas de la edad dorada de los rallyes.




10:03 Venta del Pino. ¿Hay tiempo para otro café? La duda ofende. Hay tiempo para infinidad de cafés. La ventaja de ir cerca, de elegir rutas interiores de la provincia es que se viaja de verdad, es decir, eligiendo las paradas no por necesidad, sino por deseo.


10:35 La autovía sigue buscando paisajes cada vez más alejados de Los Filabres y más cercanos a Sierra Nevada, con el Almirez apuntando desde lo más alto. Buscando el valle del río Nacimiento, con sus olivos y sus bancales, que en este recién estrenado invierno parece un poco más feraz, un tanto más rico en verdores distintos. Más adelante aparecen, como dormidos, Doña María y Ocaña, ya sobre el río y, al otro lado, Escúllar, agazapado al pie de la sierra filabreña, guardando la subida al alto de Los Chispones. Abla está ya a la mano y hay que dejar la autovía. Es bueno pararse a estirar las piernas y recorrer las calles resplandecientes de balcones floridos, dando un paseo hasta el final del pueblo. A la vuelta de la caminata, la ermita de San Sebastián (de los Moros le decían antes), que invita a una reflexión y da tiempo para probar las tortas de chicharrones compradas en Gérgal. Una reflexión sobre como los vestigios de la historia dan cuenta de pasados esplendores y como el deterioro explica cosas del presente de menor lustre.


11:27 Saliendo de Abla hacia la sierra, aparece pronto el santuario de los Santos Mártires, junto al camposanto. Hay un grupo de personas delante, esperando a una mujer que está asomada al interior del templo. Cuando llegan el viajero y su compañera, la mujer se aparta de la puerta y cede el sitio a los recién llegados sólo con una sonrisa. Dentro, humean las velitas delante de la Virgen del Buen Suceso y de los Santos Mártires, Isacio, Crotato y Apolo que fueron tres legionarios romanos convertidos al cristianismo. El santuario está ya en la falda de la sierra, rodeada de pinares, dando la salida para tomar la montaña. La montera de nubes que tenía la sierra se ha ido dejando caer y ahora algodona los pasillos y las laderas por donde discurre la carretera. Entre la blancura grisácea se distinguen los verdes más vivos del pinar y los más profundo de los encinares, que se resisten a perder terreno en su terreno. El amarillo macilento del piornal y los tonos pardos del suelo de este invierno terminan de pintar el cuadro. Seguir esta carretera es como pintar un cuadro. La compañera de viaje quiere un poco de música y suena un concierto del maestro Rodrigo: un motivo más para reducir la velocidad, que ya era bastante moderada.


12:20 Tices. El santuario en medio de la sierra aparece con su armonía de formas en medio de la arboleda, sereno y solitario como los sabios de las fábulas. Un paseo rodeando el santuario, donde se guarda la imagen de la Virgen de la Consolación, sirve de antídoto contra la prisa y otras patologías del siglo XXI. Sienta bien quedarse callados mientras se rodea el edificio pensando en como lo humano es capaz de sugerir lo divino.


12:37 Queda aún un tramo de sierra hasta llegar a Ohanes. La carretera va cambiando de ladera acomodándose en cada revuelta al capricho de la sierra. Se quedó atrás el alto de Santillana y ahora se divisan ya con más precisión los picos altaneros de la cuerda de Sierra Nevada, a los que les esperan las nieves de lo más crudo de este invierno. La ruta elegida deja a Ohanes a un lado, esperando a que llegue el mes de abril. Por San Marcos habrá que venir a ver las calles de Ohanes rebosando de banderas, de gentes y de toros ensogados. Ahora hay que seguir para bajar al Andarax y ver sus riberas frondosas y el valle que preside Canjáyar como un altanero sultán. Hay que llegar hasta esta villa de vieja alcurnia morisca a darse el gusto de comprar aceite en la misma almazara. Canjáyar es naranjera y aceitera y por eso merece una escala en esta singladura por los cerros almerienses.


13:08 El aroma de la almazara envuelve la charla con el hombre que vende las garrafas de este delicioso aceite. Se habla de la cosecha, de las lluvias que llegaron más tarde de la cuenta y del calvario de los precios. Pero también se comenta con orgullo el elogio que todo el mundo hace de este oro verdoso y aromático. Queda ya poco para el final del camino y la despedida no se demora. Canjáyar se queda atrás y el viajero toma el camino de la Barriada de Alcora, que se asoma a la rambla escarpada y profunda que separa las lomas de Sierra de Nevada de las de Sierra de Gádor. Otra sierra más para anotar en el libro de bitácora. Son sólo cuatro kilómetros, pero la compañera de viaje pide una tregua en las curvas para no arrepentirse del viaje. Por fin, arriba del todo, espera la acogedora penumbra de la casa de Salmerón, con su sencilla hospitalidad. Después de un paseo entre bancales, en la mesa humean las patatas a lo pobre y el mejor conejo al ajillo del mundo. El viaje ha terminado.



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