De la incompetencia de Garzón a las mentiras de la oposición

Carta del director de La Voz de Almería

El ministro de Consumo, Alberto Garzón.
El ministro de Consumo, Alberto Garzón. Europa Press
Pedro Manuel de La Cruz
20:59 • 15 ene. 2022

La política española se está volviendo irrespirable. El último episodio de su pestilente olor ha sido el sonido estruendoso provocado por el bombardeo político y mediático a que se está viendo sometido el ministro Garzón tras sus irreflexivas, inoportunas, desafortunadas y contraproducentes declaraciones a The Guardian en las que alertaba sobre el impacto medioambiental de las macrogranjas y la menor calidad de la carne de los animales que en ellas se ceban. Lo que dijo el ministro de Consumo que, con suma pericia, han manipulado quienes han convertido la política y el periodismo en un lodazal en el que tan cómodos chapotean, es de una obviedad tan incuestionada que, hasta que se declaró la cacería preelectoral, nadie las había puesto en duda.



¿Que las macrogranjas tienen un impacto negativo en el entorno en el que se construyen? Ahí están los purines, el metano o el olor para atestiguarlo. ¿Qué la calidad de la carne que en ellas se “fabrica” es menor que la que se obtiene en la ganadería extensiva? Dese una vuelta por el lineal de cualquier supermercado y compare. ¿Que esas dos circunstancias ciertas obliguen a cerrarlas? No; decididamente, no. La aportación de sus exportaciones a la balanza comercial española despeja cualquier duda. Cosa distinta es adoptar decisiones para aminorar su impacto medioambiental, definir las condiciones geográficas sobre dónde deben permitirse o implementar normas que contribuyan a mejorar la calidad de la carne y el bienestar de los animales.  



La realidad está construida sobre matices y es sobre esos entornos económicos y sociales, tan complejos siempre y tan contradictorios casi siempre, sobre los que debe transitar un buen político. Entre las orillas simplificadoras del blanco y el negro hay un mar de colores sobre los que navegar. 



El error de Garzón, su torpeza, es hacer público una opinión en el lugar más inadecuado y en el momento más inoportuno. Los políticos deberían saber que cualquier declaración encierra en su texto el inevitable campo de minas de un pretexto y un contexto que solo puede ignorarse desde la torpeza apresurada del mal aprendiz, Y Garzón ya ha dado muestras sobradas de ser un alumno aventajado en abrir desfiladeros al enemigo para que le acribillen. Cuando descalificó el turismo con aquella frivolidad de adolescente y cuando planteó -mal en la forma, pero no en el fondo- la necesidad de reducir el consumo de carne, atendiendo a los criterios de los expertos en salud y nutrición, ya avaló su escasa predisposición a considerar los matices como columnas imprescindibles en las que dar solidez a un argumento. 



Solo desde la torpeza o la ingenuidad- dos condiciones incompatibles con la dirección de un ministerio-pueden justificarse la declaración de Garzón al Guardian londinense poniendo en la bandeja de la competencia en los mercados extranjeros un argumento con el que atacar a una parte del sector ganadero español. 



LLegados a este punto del relato, tampoco puede ignorarse si se quiere servir a la verdad que el ministro criticó las macrogranjas, nunca lo hizo al sector ganadero en su conjunto, como, con premeditado cinismo, aseguran PP, Vox y los restos del naufragio de Ciudadanos ante la equidistancia intencionada del PSOE. Que Garzón sea un perfecto incompetente- no se puede llegar a ser ministro sin haber gestionado ni una comunidad de vecinos (y esto vale para Garzón y todos los demás que lo han sido y lo serán y entre los que hay de todos los partidos, de todos)-, que Garzón haya cometido un error que revela su impericia no le convierte en enemigo de toda la ganadería española. Ese hueso puede valer para los perros que han salido de cacería ante las próximas elecciones en Castilla-León, pero resulta incomestible para los que contemplan el espectáculo desde el desapasionamiento partidista.  



El ministro dijo lo que dijo, no lo que algunos dicen que dijo. Pero esta realidad, constatable con leer toda su declaración, no solo una parte para luego interpretarla de acuerdo con los intereses de cada tribu, demuestra que la política española ha entrado en un nivel de torpeza, encanallamiento y obscenidad que la está llegando a hacer irrespirable. 



Cuánto olor a podrido. 


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