De la Fuentecica al timón de Amazon

Manuel Arana, un ingeniero almeriense, dirige la división de Productos Avanzados del gigante americano

Manuel Arana, en su división de trabajo en Amazón, en San José (California).
Manuel Arana, en su división de trabajo en Amazón, en San José (California).
Manuel León
01:00 • 19 abr. 2017

Este hombre que aquí ven, sonriendo desde el otro lado del mundo, vive en el futuro, como Julio Verne cuando imaginó la luna pisada 104 años de que ocurriera, como Michael J.Fox tratando de corregir la posteridad para poder nacer, como Orwell imaginando un Gran Hermano en 1984, antes de que existiera la televisión.




El  almeriense Manuel Arana Manzano (Cuevas del Almanzora, 1974) no es cualquier tipo: está a los mandos de Amazon Lab 126, la filial de proyectos avanzados del gigante americano de la distribución y su trabajo en  Silicon Valley consiste en coordinar la labor creativa de 80 ingenieros por el mundo -indios, rusos, australianos o españoles- detectando cómo serán los  móviles del porvenir.




Pero también mira al pasado este brillante ingeniero de telecomunicaciones, como Proust cuando escribía del dulzor de las magdalenas y de nenúfares sobre los lagos de Swann, como Grass cuando  relataba las tardes infantiles con un tambor de hojalata. Y se acuerda de la persona clave de su aprendizaje, del maestro don Andrés Galdeano, que le transmitió a borbotones la pasión por las matemáticas, por el álgebra, por la ciencia, por preguntarse por qué sucedían las cosas que sucedían.




Hijo de un guarda forestal
Antes, su padre, alpujarreño de Bérchules, trabajaba como repoblador forestal para el antiguo Mopu en la Sierra de Almagro y allí, en Cuevas, nació y vivió, en el barrio de Las Arenas, hasta que cumplió once años, cuando a su padre lo mandaron a hacer trabajos en Berja y en Darrícal, y se trasladaron al barrio de La Fuentecica de Almería, donde estudió en el colegio Molina Martín, con maestros como Mari Carmen Giménez y José Figueredo.




Su obsesión por el cálculo empezó a aflorar ya en el Instituto Al Andalus. “Estábamos con las integrales y teníamos un club de astronomía y recuerdo que queríamos calcular el tamaño de las manchas de sol”. Era alumno de matrícula de honor y se fue a hacer telecomunicaciones a la Politécnica de Valencia y cuando acabó, en el mítico 1992, estaba empezando la fiebre de la telefonía móvil. Le surgió la oportunidad de trabajar para Ericsson, entonces la primera potencia de los celulares, y  allí se fue, a la división americana de Virginia. “Allí hice el proyecto de fin de carrera, con sistemas de seguridad crítica, para las emisoras de policías y de bomberos”.




En 1994, Clinton quitó dinero a Defensa y se lo dio al desarrollo de las telecomunicaciones y Manuel aprovechó para trasladarse a Carolina del Norte, donde aprendió el valor de la estética en la tecnología.




Silicon Valley
 Hizo de nuevo el petate a San Diego, a la dorada California, a trabajar en Texas Instruments, que fabricaba la mayor parte de los procesadores de la telefonía móvil.




“Toda nuestra obsesión era aumentar la duración de la batería y aún seguimos en eso y creo que será posible que haya baterías que duren una semana, aunque aprendiendo a disipar el calor”. Estuvo cuatro años en Francia con su mujer, Ivana Fantozzi, una bióloga molecular italiana, que tuvo que renunciar a su carrera para que el almeriense pudiera seguir con la suya. Volvieron, por eso, a EEUU,  a la tejana Dallas de Falcon Crest, con dos hijos con nombres de estrellas y en 2013 fue cuando lo fichó Amazon.


“Esta corporación es algo más que una empresa de e-commerce, produce también contenidos,  fabrica e investiga, que es donde yo estoy. Ya tenemos un Siri perfeccionado  que se llama Electra, yo paso el tiempo entre productos que aún no existen, nosotros ponemos la semilla y el tiempo crea el fruto, no tenemos miedo a equivocarnos”.


Junto al garaje de Steve Jobs
Si en alguna remota parte hay que buscar el talento  almeriense verdadero -no el postizo- el del I+D, el de la innovación real y la capacidad de crear, hay que mirar hacia California, hacia la ciudad de San José, en el corazón del Valle del Silicio, donde vive desde hace años este anónimo almeriense chapeau, a cinco minutos del mítico garaje de Steve Jobs, allí donde empezó todo.



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