Se ve venir desde hace años, desde que Juan del Aguila, el presidente emérito de Cajamar, sacó un día en una conferencia un mapa de un mar de plástico inmenso, unos invernaderos preñados de hortalizas en su interior que podrían haber pasado por ser de La Aldeílla o de El Parador. Pero no. Eran de una extensa zona agrícola de Turquía.
El sector hortofrutícola almeriense viene temiendo desde hace años al imperio otomano, tanto como los Austrias españoles de otros siglos, con su arsenal de hectáreas de verduras apuntando a los supermercados del corazón de Europa.
El pasado fin de semana se celebró una cumbre bilateral entre la UE y Turquia, coincidiendo con el cierre de fronteras rusas a los productos turcos. El encuentro sirvió para avanzar en la adhesión de Turquía a la Unión Europa y en estudiar ayudas económicas de 3.000 millones de euros, junto a la apertura a mediados de este mes del capítulo económico, en el que frutas y hortalizas pueden colarse dentro de la negociación.
La canciller alemana Angela Merkel ha ofrecido esta semana a Turquia, de forma explícita, acelerar el proceso de adhesión a cambio de incentivar los controles en frontera.
La organización agraria Asaja en Almería ha mostrado su preocupación por que estas negociaciones políticas se puedan utilizar para servir en bandeja el mercado de frutas y hortalizas a los turcos.
Francisco Vargas, presidente de la organización agraria, considera que “desde que se urdió el primer contacto con Merkel, los controles son muy laxos y el mercado para las hortalizas turcas está prácticamente liberado”.
Añade Vargas que “esta entrada de producto turco podría estar contribuyendo a hundir nuestros precios en origen, ya que las cotizaciones de tomate y sobre todo pimiento no son normales, teniendo en cuenta el nivel de producción en Europa”.
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