Camina y, a su paso, la vida retrocede hasta una Almería que solo pervive en los pueblos pequeños. La Almería de las costumbres de siempre en la que todo el mundo se conoce y se da las buenas tardes. La Almería de las puertas atrancadas, o como mucho de la llave escondida en la maceta. La Almería que se queda vacía, aunque titanes como él luchen por conservarla.
Terque no es un pueblo más, y no lo es por Alejandro Buendía. Sí, influye el paisaje de la Alpujarra, la confluencia de los ríos Andarax y Nacimiento. También su fisonomía de callejuelas empinadas y sus cuevas, su disposición en cuesta desde la vega al Cerro de Marchena y su olmo centenario de al menos 1791. Y sus casas burguesas entre las que brilla esa que parece de muñecas, pero es de caballitos. Pero si este pueblo de 395 habitantes atrajo el año pasado a 6.000 visitantes, el mérito es casi todo de Buendía.
Aparca a la sombra de un parral donde se cultivan 46 variedades históricas de uva -hasta ahí llega el proyecto-, y se obra el milagro. Todo el mundo conoce y da las buenas tardes a este hombre que llegó en 1984 para trabajar como practicante en Terque y Bentarique y ya nunca se marchó. Al alcanzar la plaza, empuja la puerta atrancada de la casa de su suegra -sí, se quedó por amor- y coge la llave del lugar donde se guarda la memoria de la vida cotidiana de la provincia.
Los Museos de Terque, ese templo a la nostalgia, en un principio no eran más que un centro local nacido de la necesidad de conservar lo más cercano. “Con el tiempo, vi absurdo centrarnos solo en el pueblo, que es pequeño, porque nos llegaban cosas de otros sitios y la vida cotidiana es igual en todas partes; esto nos daba más posibilidad de crecimiento”, explica Buendía, cuyo interés por el pasado surgió al enfrentarse a la tarea de contar la historia de la enfermería.
Los museos
En 2002 abrió sus puertas el Museo Etnográfico, el primero del conjunto. Y de la forma más sencilla, y gracias a aliados como el Grupo Ecologista Mediterráneo (GEM) y el fotógrafo y periodista José Carlos Castaño, la iniciativa ha evolucionado hasta convertirse en uno de los principales atractivos turísticos de la comarca con tres centros -al primigenio se sumaron el de la Uva de Barco que comparte espacio con la tienda de tejidos La Modernista y el de la Escritura Popular, único en España-, y una sala para exposiciones temporales, la Cueva de San José.
“Todos los locales son propiedad municipal; en el que se ubica el Museo de la Uva era un antiguo salón para bodas, bautizos y comuniones y antes teníamos que desmontar todo cuando había alguna celebración”, relata Buendía, que define el proyecto como “ese hijo al que hay que acunar”.
De los pequeños objetos a la Consignataria de Buques Berjón (cuyo mobiliario es una joya de la historia comercial de Almería) y espacios temáticos como la tienda de comestibles, la farmacia, el estanco, la barbería, el dormitorio y la escuela, los Museos de Terque se nutren en esencia de las donaciones.
“No despreciamos nada, nos hemos ganado la confianza de la gente que a veces no sabe qué hacer con las cosas y aquí le garantizamos que estarán bien cuidadas y expuestas al público. Una de las últimas donaciones ha llegado de Felix, de una familia de maestros; entre las cosas venía una valiosa fotografía del 1 mayo que siguió a la proclamación de la República con la Casa de las Mariposas al fondo”, señala.
De forma inversamente proporcional al aumento de las donaciones, escasean los medios de un proyecto que se sostiene en precario. El material sin catalogar se acumula en los almacenes, donde se custodian maravillas como las de la mercería Rosaflor.
“Necesitaríamos a una persona trabajando aquí de continuo e identificando todo lo que nos llega, que se podría abrir a los investigadores. Intentamos dar salida al material a través de nuestras exposiciones temporales; íbamos a organizar una con el Colegio de Farmacéuticos, pero hemos tenido que pararla porque hay muchísimo trabajo”, apunta.
Sin otra ayuda estable que la del Ayuntamiento que, además de aportar los locales y mantenerlos, financia seis meses al año a un guía (los otros seis se cubren con las entradas, que cuestan dos euros), los Museos de Terque tienen un horario de subsistencia: solo abren fines de semana y festivos. De lunes a viernes, solo con reserva previa. De ahí que otra de las aspiraciones de la asociación de amigos que los gestiona sea recibir al público a diario.
Un paseo por las historias
De vuelta a las calles de Terque, un grupo de informadores turísticos del Parque Natural de Sierra Nevada descubre el Museo de la Uva de Barco. Es el lunes previo a la Jornada de Recuperación de Oficios Antiguos, actividad que reúne cada año en el pueblo a unas 5.000 personas. Mientras ejerce de perfecto cicerone, Alejandro Buendía responde al vecino que le pregunta por la hora de inicio y recuerda al niño en bicicleta que cuenta con él para que se vista el domingo.
Si los miles de objetos que forman parte de esta cápsula del tiempo hablasen, escribirían la historia de Almería. La pequeña historia de la gente sencilla. Por ejemplo, la de ese primoroso vestido de fiesta que mandó hacerse Carolina Yebra para los Juegos Florales de la Feria de la capital de 1903 a los que asistió Miguel de Unamuno. Allí puede verse todavía en uno de los escaparates de La Modernista. La de los listines con el precio que alcanzaba la uva de Almería en la subasta de Nueva York. La de las herramientas de Frasquito el barbero, que hacía las veces de sacamuelas. La de las cajas de lata de los Vivas Pérez, mano de santo para los problemas de estómago. O la de la papeleta electoral de Nicolás Salmerón aparecida en un libro.
Objetos que esconden una historia y otros que la llevan escrita a fuego en el Museo de la Escritura Popular, donde la música de un gramófono traslada a un pasado de cartas, postales, orlas y cuadernos con una caprichosa caligrafía. Historias que hablan de emigración y de guerra. De vida. De una vida que se nos escapa entre los dedos y que Terque trata de mostrar a los niños.
“Lo más gratificante es ver a la gente emocionarse al encontrar cosas que han formado parte de su día a día”, expresa José Luis Segura, guía de los museos. Y añade: “Buendía es el alma de esto, la suerte es que haya caído aquí”.
Una señora se asoma al tranco del museo extrañada de no escuchar jaleo. Más bien movida por la curiosidad de quién será esa desconocida. En este pueblo en el que los vecinos viven para fuera no es difícil volver a casa con una cesta de esparto y mermelada de higo. Es la Almería que se queda vacía, pero mientras quede alguien allí no habrá un forastero.
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