Rodolfo Lussnigg y el Hotel Simón

“Su nombre está unido a la historia de Almería por ser uno de los empresarios más importantes”

Don Rodolfo, su esposa Teresa, sus hijas Resi y Conchita, junto a la institutriz austriaca.
Don Rodolfo, su esposa Teresa, sus hijas Resi y Conchita, junto a la institutriz austriaca.
Eduardo de Vicente
00:24 • 14 dic. 2019 / actualizado a las 00:34 • 14 dic. 2019

Su nombre está unido a la historia de la ciudad por ser uno de los empresarios más importantes que se establecieron en Almería en la primera mitad del siglo pasado y por su continua lucha por sacar del aislamiento a una provincia condenada por la falta de infraestructuras y las pésimas comunicaciones.



Rodolfo Lussnigg nació el seis de julio de 1876 en Viena. Su padre era un comerciante prestigioso que le inculcó el amor a los negocios y le concedió la oportunidad de adquirir un extenso aprendizaje en el mundo de la hostelería en distintos países de Europa. Con 28 años, ya era director del Hotel Braganza de Lisboa, pasando después a la Sociedad Franco-Española de Grandes Hoteles como máximo responsable de la reconstrucción, amueblamiento y dirección del Hotel Reina Victoria en Alicante.



En 1907 se hizo cargo del Hotel Regina de Málaga y en 1909 compró el Hotel París de Almería y se establece con su esposa, María Teresa Arjona Blanco en nuestra ciudad. Desde entonces, Almería formó parte de sus vidas. Aquí nacieron, en 1910 y 1914, sus dos hijas, Resi y Conchi, aquí se educaron bajo la tutela de Fraulen María, la imponente institutriz que la familia se trajo de Austria, donde estuvieron afincados hasta 1965, fecha en la que vendieron la casa para la construcción del edificio de Simago.



La historia del viejo hotel nació en 1853, cuando Bernardo Hueso, un artesano que se ganaba la vida haciendo ratoneras y jaulas, encontró filones de plata en la mina Adelaida de la Sierra de Gádor y se hizo rico.  Una parte del dinero lo invirtió en la compra de un solar en lo que había sido huerta del Convento de San Francisco.



En 1858, Bernardo Hueso remitió al Ayuntamiento la petición para construir allí “un palacio que sirviera para fonda, café, baños y otros usos análogos”. El resultado fue un edificio monumental con fachadas a tres calles: Paseo, Castelar y San Francisco. Fachadas de elegante arquitectura con sesenta y dos balcones, veinticinco rejas de artísticos herrajes, cornisas labradas en piedra, puertas talladas, artesonados, arcos, columnas y escaleras de riquísimos mármoles. 



En una parte del inmueble, Bernardo Hueso puso una fonda que popularmente se conoció como de Ratoneras, en referencia al oficio que el dueño había tenido hasta que se hizo millonario con la mina.



Después se llamó ‘París’ hasta que en 1909 el empresario austriaco Rodolfo Lussnigg compró el establecimiento y lo bautizó con el nombre definitivo de Hotel Simón. 



Su objetivo fue transformar lo que era un modesto hostal de provincias en un hotel de lujo a la altura de otros establecimientos similares donde él había trabajado desde su llegada a España.


Rehabilitó el edificio y montó más de cien habitaciones, once de ellas con cuarto de baño, lo que constituyó un gran adelanto en la Almería de comienzos de siglo, donde casi nadie había visto de cerca una bañera ni había probado los beneficios de un bidé, inventos que se consideraban exclusivos para las clases altas, los artistas y los toreros.

Además de dirigir el Hotel Simón de Almería, Rodolfo Lussnigg siguió colaborando con otros establecimientos del sur de España. Fue requerido por el presidente del Consejo de Administración del Hotel Alfonso XIII de Tetuán para remediar la deficiente marcha del negocio.


En los años veinte dirigió el Reina Victoria de Melilla, el Simón de Málaga y promovió la apertura del Hotel Atlántico de Cádiz.


Desde 1922 fue nombrando cónsul de Austria en Almería, cargo que le sirvió para intentar promocionar el nombre de la ciudad por los países de Europa. En 1928, un año antes de la celebración de la Exposición Internacional de Barcelona y la Iberoamericana de Sevilla, planteó el proyecto de unir estas dos ciudades a través de la costa mediterránea, desde Sevilla, vía Cádiz, Málaga, Granada, Almería, Murcia, Alicante, Valencia y Barcelona, emulando a la Costa Azul francesa y a la Riviera portuguesa, que ya eran centro de atención turística internacional. 


Bautizó la costa desde Málaga a Almería con el nombre de ‘Costa del Sol’ y se inventó el eslogan de ‘Almería, donde el sol para el invierno’, con el fin de promocionar las bondades de nuestro clima. Para dar a conocer las playas almerienses editó y divulgó gran cantidad de propaganda y folletos en inglés para repartirlos por las principales ciudades europeas. 


A finales de los años veinte, cuando empezaban a venir automovilistas extranjeros a España, insistió ante las autoridades en la necesidad de construir nuevas carreteras y arreglar las existentes para poder atraer a ese turismo que no llegaba nunca hasta la costa almeriense por culpa del aislamiento de nuestra provincia.


En los años veinte el Hotel Simón vivió momentos de esplendor, coincidiendo con el auge de la exportación de uva y el negocio minero. Por las mañanas, don Rodolfo Lussnigg mandaba sacar a la puerta los sillones de mimbre y algunas mesas para que los exportadores y los empresarios tomaran café, té y vermú mientras cuadraban las cuentas de sus importantes negocios. 


El Hotel Simón era un lugar de culto en la ciudad. Lo más granado de la sociedad almeriense pasaba a diario por el ‘Simón’ para desayunar leyendo la prensa, para asistir a las tertulias que se montaban por la tarde en sus discretos salones y para jugar las partidas de billar que tanto apasionaban a los comerciantes británicos.


Al ‘Simón’ llegaban a primera hora los periódicos más importantes que se editaban entonces en Almería: ‘La Crónica Meridional’, ‘El Diario de Almería’ y ‘La Independencia’, así como algunos diarios nacionales procedentes de Madrid y la edición semanal de la revista ‘La Esfera’, una publicación ilustrada que era muy requerida por la exigente clientela del hotel.  También recibían prensa británica y hasta algún periódico de Nueva York, aunque fuera con varias semanas de retraso.


El establecimiento contaba con un servicio esmerado de buenos profesionales, pero lo que más cautivaba al forastero eran los espléndidos rincones que albergaba en su interior. Nada más entrar, aparecía un hermoso vestíbulo al que llamaban ‘el patio’ por la cantidad de luz que penetraba a través de las enormes cristaleras que aparecían coronando el techo de la casa. 


El lugar estaba decorado con macetas de todos los tamaños y destacaban en las paredes dos gigantescos espejos venecianos que desataban la admiración de todos los visitantes. Uno de esos espejos sufrió las consecuencias del bombardeo de los alemanes durante la guerra, cuando uno de los proyectiles cayó en el hotel.


 Por dos escaleras de mármol paralelas se subía a los pisos superiores. En el primero estaban las habitaciones de lujo, reservadas siempre para los personajes más ilustres que no querían subir demasiados escalones y exigían tener el cuarto de baño en la misma habitación.


En los buenos tiempos llegaron a funcionar más de cien habitaciones y en el comedor llegaron a coincidir más de doscientos comensales en alguna celebración de las muchas que solía organizar la empresa. De todos los banquetes en los que participó el Hotel Simón, el más importante fue, sin duda, el que se le dio al rey Alfonso XIII el 18 de diciembre de 1922, cuando el monarca visitó Almería para imponerle la medalla militar a la bandera del Regimiento de La Corona por su heroica participación en la guerra de África.


Rodolfo Lussnigg afrontó el reto de preparar la comida para el Rey y su amplia comitiva. Más de cien comensales a los que hubo que contentar con un menú compuesto por: entremeses, tortilla a la imperial, merluza a la Cardenal, ternera a la Perigort, espárragos con salsa noruega, pastel de foie gras a la Bella Vista, Macedonia y Helado

El banquete ocupó a todos los trabajadores del hotel y hubo que contratar a camareros de otros establecimientos como el Casino y el Balneario Diana, para realizar el trabajo con las máximas garantías.


Los platos, según iban saliendo recién hechos de la cocina del ‘Simón’, se llevaban en varios carruajes de caballos hasta la Plaza Vieja y de allí se subían al salón de sesiones de la Casa Consistorial, donde se celebraba la fiesta. El esplendor del negocio no tuvo freno hasta que llegó la guerra civil y empezó la decadencia. 


Tras la muerte de Rodolfo Lussnigg, en 1950, fue su hija Resi, junto a su marido, José Díaz Torres, los que se hicieron cargo del hotel. Fueron años de apogeo, de volver a ser un referente en la ciudad por la calidad de los servicios que ofrecía.


La historia del Hotel Simón terminó en el año 1965, cuando el monumental caserón del Paseo, que daba vida a tres calles del centro, fue vendido y pasó a manos de un grupo de empresarios que se encargaron de derribarlo con la complicidad del ayuntamiento. Sobre su solar levantaron el edificio donde montaron ‘Simago’.


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