No es necesario decir una vez más -porque desde hace días se repite machaconamente hasta la saciedad- la situación que estamos viviendo a causa del fatídico y mortal coronavirus o Covid-19, que al final da lo mismo el nombre que demos al dichoso bicho. Es tan malo y feo y con tantos tentáculos en forma de ventosas que ya se le califica también de apocalíptico o casi.
A otros, con algo de memoria bíblica, les recuerda alguna de las famosas plagas de Egipto, o a aquella torre de Babel que se les echó encima a sus constructores y los aplastó, o a Sodoma y Gomorra, que ya sabemos cómo acabaron sus habitantes.
Esta pandemia no es totalmente nueva; no hace muchos años padecimos la del SIDA, el ébola y otras; y si miramos más atrás recordaremos aquella súper devastación llamada Peste Negra que terminó con la vida de media Europa; o en tiempos más modernos y “civilizados” con millones de personas (holocausto, guerras, etc.) si es que queremos pasar por alto la epidemia del hambre que sigue segando la vida de miles de personas un día sí y otro también. Algunos pensarán que hay una diferencia sustancial entre unas desgracias y otras. Que unas nos caen del ¿cielo? y otras exclusivamente de la ¿tierra? Y ¿de cuáles seremos nosotros responsables directos y/o indirectos?
Se me ha ocurrido comenzar esta breve reflexión con la frase bíblica 'dies irae, dies ille!' ("¡día de ira, día aquél!") porque no son pocas las personas religiosas que me dicen si lo del coronavirus no será un castigo divino como otros que de cuando en cuando padece la humanidad.
Desde la fe nadie puede culpar a Dios -si creemos que es tan bueno- del mal que ahora nos acongoja, oprime y nos tiene enclaustrados, maniatados y con un índice creciente de pánico y de psicosis que Dios no permita derive en algunos en desesperación y suicidio. La cercanía y el contacto interpersonal es contagioso, pero el aislamiento y encerramiento claustral y casi carcelario puede ser angustioso hasta la desesperación. Acostumbrados desde niños a vivir en espacios libres y abiertos (calle, plazas, parques, playa) la encerrona a la que nos obliga este huésped imprevisto e indeseable habrá que domesticarlo y amabilizarlo para que su fiereza no nos coma a nosotros.
El Gobierno de España y sus muchos medios parece haberlo previsto todo para paliar los efectos de la actual pandemia. Pero ¿ha previsto también la psicosis que dicho encerramiento forzoso en casa -y que al parecer va para largo- amenaza a la ciudadanía a causa de la situación que nos tiene atrapados? Menos mal que nos queda la resignación, la paciencia, el correcto comportamiento aconsejado por los técnicos sanitarios y para muchos, y sobre todo, la esperanza cristiana de que Dios a veces aprieta pero nunca ahoga.
Que nuestra Patrona la santísima Virgen del Mar: 'salus infirmorum' nos eche una vez más su mano protectora.
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