El jardín de las Claras perdía ayer la rosa más delicada y exquisita que ha habitado nunca tras los muros conventuales. Cerca de las siete de la tarde, un nutrido cortejo, salía del templo escoltando a la Virgen del Consuelo, acompañándola en su traslado de regreso a casa.
Todo ello, después de los meses de obras de la iglesia parroquial de San Agustín. Una vez reabierto al culto, la Hermandad del Silencio organizaba el traslado de vuelta a su sede canónica.
Y así fue lo que sucedió en la tarde de ayer: se abrieron las puertas del convento de las Claras y se hizo el silencio en la habitualmente ajetreada calle Jovellanos.
Tras la cruz guía, todo un ejemplo de orden. No en vano, no fueron pocos los hermanos del Silencio que acompañaron a su titular mariana en el regreso a San Agustín. En un parpadeo para el espectador, que vio pasar el cortejo en poco más de cuatro minutos (siendo esto un dato, no una exageración ni una figura literaria: cuatro minutos desde la cruz guía hasta las andas en las que fue portada la Virgen del Consuelo).
Ella, en unas sencillas andas, llevaba exorno floral con rosas blancas, nardos e hypericum blanco, también con jazmines y rosas del jardín de las Claras. Y, sobre las andas, la rosa cuya fragancia quedará por y para siempre en el convento.
Con el acompañamiento musical de la capilla Sacra Redemptio y rezando el rosario, los hermanos del Silencio regalaron a la Almería cofrade una luz irrepetible poco después. La Casa de las Mariposas parecía iluminada por el Consuelo, en una puesta de sol inolvidable para los allí presentes.
Y de ahí, a casa. A San Agustín. Donde la Virgen del Consuelo seguirá celebrando el 75 aniversario del Silencio.
La rosa más delicada de las Claras ha vuelto, dejando tras de sí un recuerdo imborrable para unas monjas que han tenido la suerte de rezarle al Consuelo.
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