Antonio Gómiz, un almeriense en la Sevilla del siglo XVI

Evaristo Martínez
01:10 • 22 mar. 2017

Cuando era más joven quiso ser futbolista. Tiempo después incluso se planteó convertirse en sacerdote. Y al final ha acabado ejerciendo la única profesión en la que puede ser todo eso, y más: policía, camello, periodista, criado, proxeneta, médico, camarero, juez. El actor Antonio Gómiz Méndez (Almería, 1971) cumple este año dos décadas de trayectoria profesional y lo celebra participando en una de las más ambiciosas producciones para televisión realizadas en España: La peste, serie que dirige Alberto Rodríguez (La isla mínima) para Movistar Plus. 10 millones de euros de presupuesto, 18 semanas de rodajes y más de cien localizaciones andaluzas y extremeñas para mostrar, en seis capítulos de cincuenta minutos, la Sevilla del siglo XVI a golpe de thriller histórico y con un reparto en el que figuran Paco León, Manolo Solo, Jesús Carroza y Nya de la Rubia, entre otros. Su estreno está previsto para final de año.



Gómiz ha llegado a La peste, donde defiende un secundario que le ha obligado a aprender a montar a caballo, tras encadenar desde noviembre dos óperas en el Teatro Real de Madrid: La clemenza di Tito, dirigida por Ursel y Karl-Ernst Herrmann, y Billy Budd, bajo la dirección de Deborah Warner. Y tras verano, si todo sale según lo previsto, le esperan nuevos proyectos teatrales de la misma dimensión.



“Nunca he sabido qué quería ser. Parece que ahora con cuarenta y pico años lo tengo claro”, reflexiona entre risas antes de incorporarse al rodaje de La peste. Allí ha vuelto a ponerse a las órdenes de Alberto Rodríguez, quien ya contó con él para un papelito en Grupo 7. “Hacía de camello; los policías entraban en mi piso y me metían droga en el bolsillo. Apenas tenía un par de frases pero estuve tres días en Sevilla porque no sabíamos cuándo íbamos a rodar a causa de la lluvia. Compartí plano con José Manuel Poga y con Joaquín Núñez, que luego ganaría el Goya. Y Alberto es un crack, crea un gran ambiente de grupo”, recuerda.  






También ha aparecido en Miel de naranjas, de Imanol Uribe, y en El niño, de Daniel Monzón. Aunque buena parte de este título se rodó en San José, a él le tocó viajar hasta Gran Canaria. Así, sus únicos rodajes en su tierra han sido los cortometrajes El exceso de silencio de una luz inesperada, de José Luis Estévez, y El sueño de Salih, de Juan Gabriel García.



En televisión ha disfrutado de muchos episódicos: Los hombres de Paco, Los Serrano, Yo soy Bea, Hospital Central, Aída, Víctor Ros, Mar de plástico, Olmos y Robles... En Arrayán sí tuvo continuidad con un personaje que aguantó más de sesenta capítulos frente a la previsión inicial de doce. “Durante una semana, salía de rodar en Málaga a las tres de la tarde y mi padre me llevaba en coche a Madrid, porque aún no había AVE, ya que allí representaba Madama Butterfly, dirigida por Mario Gas”.



Porque su medio natural son las tablas. “En teatro es donde aprendes el oficio y creas una relación diferente con la gente, con los compañeros”. En su carrera, casi una veintena de montajes desde su debut en el Teatro María Guerrero, en 1997, con Eslavos, dirigida por Jorge Lavelli. “Tienes veintipocos años, llegas al María Guerrero y piensas que siempre va a ser así. Pero esto es una carrera, luego tienes que hacer muchas cosas por sobrevivir”. ¿Por ejemplo? “Pasear disfrazado de euro por la Feria del Libro de Madrid durante la campaña de comunicación de la nueva moneda, ofrecer postres en grandes superficies o hacer de cliente incógnito por concesionarios, fingiendo que me iba a comprar un coche para luego hacer un informe del vendedor: así me recorrí toda España. Es mi trabajo; a veces puedes discriminar, pero no siempre”.



Su amor por la interpretación viene desde la adolescencia, de aquellos años en los pasó por su cabeza ser cura o sudar la camiseta en un campo de fútbol como profesional. “Jugué en benjamines y alevines en la Agrupación Deportiva Almería hasta que desapareció. Luego pasé al Polideportivo Almería, de ahí al Pavía y acabé en liga nacional con Los Molinos”. El deporte perdió un gran defensa pero las artes ganaron un actor. “A los dieciséis años tenía los papeles para la RESAD pero mis padres no me dejaron. Así que con dieciocho me fui a Madrid para estudiar Publicidad y en el último curso entré en el estudio de Juan Carlos Corazza. He tenido la suerte de formarme con maestros como él y José Carlos Plaza: tiene una capacidad de trabajo enorme, no descansa. Lo que aprendes de él es pura sabiduría teatral”. Y en la desaparecida Escuela Libre de Interpretación con Juan Diego y José Luis García Sánchez. “Lo último ha sido un taller de movimiento oriental que he hecho en Madrid con unos coreanos. No veas qué disciplina tiene esa gente”. En su carrera le ha sorprendido asimismo Nuria Moreno, hija de Núria Espert. “Es una máquina en producción, como actriz, como bailarina. Nunca he visto a nadie trabajar como ella”.  




De sus maestros ha aprendido a respetar los textos y asegura que una de sus armas interpretativas es la naturalidad. “Y soy muy honesto trabajando, no me gusta vender humo por lo que respeto este oficio. Creo que hay gente que no lo hace, como cuando desde la Unión de Actores se firman convenios que no son muy positivos para que la profesión evolucione. Hay actores que ganan mucho dinero y un término medio pero también un vacío muy grande, gente que vive de esto haciendo equilibrismo. Estoy convencido que esta actitud me ha podido cerrar alguna puerta, como el miedo. En ocasiones tienes medio a hablar con uno u otro, con los peces gordos. Pero hay que ir y hacerlo, solo que cuando eres más joven te la acabas envainando”.


A estas virtudes el periodista añade la humildad, sobre la que sustenta la ilusión de quien ama su oficio, a pesar de los sinsabores.  “A veces estoy en Almería y me llaman por la tarde para un casting que hay al día siguiente en Madrid. Si merece la pena, cojo el bus, a las siete llego, me ducho y para la prueba. Así todo el día arriba y abajo. Mientras el cuerpo aguante”. Cuando regresa a casa, aprovecha para pasarse por el Cineclub de La Factoría, en el Apolo, y saludar a su amigo David del Pino.


Una vida en la carretera que le obliga a cargar sobre sus espaldas muchos sacrificios. “Los niños sí que se echan mucho de menos aunque se han habituado desde pequeños. Pero hemos preferido que se críen aquí, cerca de sus abuelos. Yo crecí muy feliz en Almería, se echan unas raíces preciosas”, confiesa. Con la fe del principiante. Como si más de veinte años viajando entre Almería y la ninguna parte de los teatreros de Fernán-Gómez no pesaran.


La foto que encabeza este artículo muestra a Antonio Gómiz en la ópera 'Billy Budd' y es obra de Javier del Real.


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