Oda a la cobardía por Ray Loriga

Marta Rodríguez
22:12 • 29 ene. 2018

No estuve allí. El músico que frustró su vocación por no tener que soportar al resto de una banda, el escritor que en los 90 fue el más moderno de los escritores y que cumplidos los 50 regresa con el Premio Alfaguara de Novela 2017 convertido casi en un clásico o un posmoderno (etiqueta que, seguro, no le gustaría), Ray Loriga, vino al ciclo de Encuentros Literarios de El Ejido y yo no estuve allí.



Había leído Rendición (Alfaguara) y encontrado mágicas conexiones con La carretera de Cormac McCarthy y 1984 de George Orwell y, sin embargo, no estuve allí. No estuve allí, pero sé que dijo que la ciudad transparente de su novela -esa donde siempre es de día y no existen las estaciones, la misma en la que no hay intimidad posible, pues todo es de cristal- nace del ojo que todo lo vigila de Orwell. Dijo eso y dijo también que lo curioso es que hoy en día no hace falta un vigilante porque nuestra voluntad es la exhibición por el mero hecho de contrastar nuestra existencia. Porque tenemos más euforia por el hecho de ser que por el de guardar. Lo dijo él y lo dijo en primera persona del plural a pesar de que justo él vive ajeno a las redes sociales.



El jueves, en la Sala B del Auditorio de El Ejido, ante unas 40 personas, Loriga dijo que al hombre sin atributos -el mismo que aquí nos narra una fábula sobre el destierro- lo ha utilizado toda la vida porque los ‘Brad Pitts’ le agobian. Un hombre sin atributos que en Rendición es el cabeza de familia en un escenario apocalíptico, en una región sacudida por una guerra en la que no se sabe quién es el enemigo, si hay buenos y malos y donde, además, se comercia con la poca agua que queda. La trama se desencadena cuando se procede a la evacuación hasta esta ciudad transparente, donde nuestro protagonista trabaja transportando excrementos que no huelen. Y no huelen porque en esta pequeña sociedad -utópica, distópica- nada lo hace.






Loriga dijo eso sobre su libro y todavía tuvo tiempo para reflexionar sobre si se puede separar al artista del ser humano a propósito de la corriente de poscensura que ahora rechaza la obra de Céline por antisemita. “No tenía que haber dicho lo que dijo, estamos hablando de antisemitismo, pero su talento, fruto del que nos dejó obras maestras como Viaje al fin de la noche, no tenía ninguna culpa de su conciencia social; Caravaggio era un asesino documentado, pero no deja de ser un pintor cojonudo, ¿qué hacemos, tiramos sus cuadros?”, se preguntó.



Ray dijo asimismo que se metió en la camisa de once varas del cine -ha colaborado en la escritura del guiones de filmes como Carne trémula de Almódovar- porque “quería jugar con otros niños”, ya que “ser escritor es la cosa más solitaria del universo”.






Y en una auténtica oda a la cobardía, dijo al final -o quizá no fue al final porque no estuve allí- que en los bares a todos nos gusta presumir de un coraje que no tenemos, pero que todos somos cobardes porque la vida aprieta. Porque duele mucho. Porque es muy difícil. Porque un momento de coraje puede arruinarte la vida. Y porque la cobardía es el músculo más grande que tenemos gracias al que estamos aquí.


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