Manuel Carmona, el tendero del economato de las minas de plomo, cerró ese colmao en el que los mineros cambiaban los vales por latas de bacalao y hogazas de pan a mediados de los 60. Bajó el comerciante del Marchal de Antón López al pueblo, porque allí no había más mineral que arañar ni más negocio que emprender.
Descendió de la Sierra hasta Enix con la prole -ocho hijos en total- que se fue diseminando como las tribus de Israel. Hoy día, la única tienda de comestibles que queda en el municipio está regentada por Manoli, una nieta de ese comerciante aguerrido que se las tenía que ver todas las semanas con los macistes del mineral.
Este es el Enix del siglo XXI, alejado ya del fragor minero, de la vida a golpe de yunta de mulas, del trueque como única economía. Ahora se ha ido posicionando como uno de los pueblos con mayor gancho para atraer a capitalinos de fin de semana ávidos de comer una paila de migas y de respirar algo de aire serrano.
Hubo un tiempo, sin embargo, en que Enix era uno de los municipios más extensos de la provincia, con mayor diversidad agrícola y su término municipal chorreaba como goterones desde las cumbres hasta la playa. No en vano, Aguadulce, el pueblochalet de media Almería, le pertenecía hasta 1938. No obstante, aún conserva, a pesar de su lejanía, el Hotel La Parra, un bloque de pisos y las arenas blancas de la playa de El Palmer. Es parte de su término municipal por el que pleiteó -a pesar de que a su plaza no llega el sonido de las olas - y que le supone una propina para su presupuesto.
El alcalde de este pueblo tranquilo, en el que la leña de olivo palpita en los hogares, es Alvaro Izquierdo, un abogado de derechas con despacho en el Paseo de Almería, y excedencia en el área de Hacienda en el Ayuntamiento de El Ejido, que se las tiene que ver con una corporación atomizada de siete concejales: tres para el PP, en el que milita él, dos para el PSOE, uno para Ciudadanos y otro para IU. Alvaro asegura que, por ahora no necesita ni de Policia Municipal, que se arregla con lo que tiene para, sobre todo, tener las calles limpias como una patena y las casas encaladas por ley. Enix, silencioso como una noche cerrada, se llena de domingueros revoltosos y parlanchines los fines de semana, cuando los comedores de sus restaurantes como el bar Almería de Pepe Arcos y la tasca Alkanzyya, fundada por Avelina, no dan abasto llenando jarras de cerveza y sacando de las cocinas raciones de callos y caracoles.
Hay también una entrañable tienda de artesanía, miel, vinos y pestiños de la tierra, que regenta Juan, la tierra en la que corretearon cuando eran niños el perseguido escritor Agustín Gómez Arcos y Monseñor Justo Mullor. Por el Marchal sigue apareciendo, por Santa Bárbara, aquel futbolista donostiarra llamado Roberto López Ufarte. También refulgen a lo lejos, como un Falcon Crest, los viñedos de Verissa y su cotizada Bodega Anfora.
Enix, a 26 kilómetros empinados de Almería, con sus 200 lugareños, con su acicalado Ayuntamiento y su Iglesia consagrada a San Judas Tadeo (no al malo Iscariote), es como la reserva espiritual de los capitalinos de asfalto y BMV. Y el afán de su alcalde es dotarlo de más plazas de turismo rural: Fernando, un emprendedor de Denia, casado con la maestra de la escuela de Felix, está arreglando una casa vieja para convertirla en dos apartamentos con wifi. También han restaurado el hostalito de Las Tres patas, desde el que se ve la Sierra de Gádor a lo lejos y está La Cimbra que abriera Augusto Césare.
En la entrada está la miniurbanización Los Cortijillos que el BBVA ha ido sacando a la venta a precio de saldo, junto a un enorme cartel labrado en piedra que reza: Enix, tierra de hombres libres.
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