Mi nombre es Matilde, y mi hija Matilde murió el 25 de septiembre de 2017, cuando le faltaba un mes y medio para nacer. La causa de su muerte fue una torsión del cordón umbilical. Un accidente, muy mala suerte.
Yo ya tengo un hijo de 4 años y desde el día que nació busqué encarecidamente otro hijo, pero no venía. Cuando ya me dijeron que no me merecía la pena ni siquiera hacerme una in-vitro, por mi edad e historial, me quedé embarazada. Yo creo que influyó que mi padre enfermara de cáncer.
Mi padre murió, fueron meses muy duros, y poco después murió mi hija.
Y cuento esto porque cuando murió mi padre, todos me dieron el pésame, entendían nuestro dolor, se nos permitía estar tristes, llorar. Cuando murió mi hija, nadie nos entendía y muy pocos se acercaban a nosotros. Muchos amigos se quedaron por el camino. Es un tema tabú.
De mi padre, nadie me dijo: olvídate, por lo menos te queda tu madre, eres joven, puedes buscar otro, mejor ahora que dentro de tres años. Nunca le digas a unos padres que han tenido un aborto o una muerte perinatal lo que no le dirías a otros que perdieron a un hijo de 3, 16 ó 40 años. ¿Cómo se mide el dolor? ¿Si pesa menos duele menos? ¿Si tienes dos hijos y muere el más pequeño es mejor? Ojala hubiera tenido más años y tuviera más recuerdos. Es la muerte de un hijo y como tal, se vive o se sufre.
La mayoría de personas se comportan como si no hubiera ocurrido nada, porque tu vida aparentemente sigue igual. Otros desaparecen literalmente de tu vida. Y también hay quien te ayuda, te escucha e intenta ponerse en tu lugar y comprenderte.
Es muy difícil sentir lo que sentimos, por mucho que te intentes poner en el lugar, no es igual que vivirlo. Puedes pensar por un momento y si fuera mi hijo, pero después vuelves a la realidad. Nosotros vivimos en esa realidad para siempre, al llegar a casa, ver sus cosas, ver niños de su edad... Estoy segura que hasta el fin de mis días, aunque tuviera muchos hijos más. Para nosotros es importante el no hacer como que no ha pasado nada, no silenciarnos. A todos los padres les gusta hablar de sus hijos, a nosotros también. No los queremos olvidar.
Es muy importante el trato en el hospital. Todo lo que ocurre ese día, los detalles quedarán grabados para siempre y te ayudarán o te dificultarán en tu duelo. Cómo te hablan, qué te dicen o lo que no te dicen, cómo te miran, te tratan, los olores, la habitación, todo.
Tuve la suerte de dar a luz en el Hospital del Poniente, donde el personal está muy comprometido, son buenos profesionales. Si me comparo con otros padres que han pasado por lo mismo hace más tiempo, algo está cambiando, me da pena por lo que ellos tuvieron que pasar, y me siento agradecida de que sus quejas han servido para algo. Yo hablaré por los que vengan detrás.
No hay que hacer nada especial, no se necesitan grandes inversiones de dinero. Solo cariño, cuidado y respeto. El que entraba en mi habitación se presentaba, me explicaba, me escuchaba. Me hablaron de Alcora, un grupo de apoyo a la muerte perinatal, en el que me siento muy arropada. Me aconsejaron la despedida de mi hija. No he conocido a ningunos papás que no se hayan arrepentido de no despedirse. No conozco a nadie que no llore al decirlo. Y tampoco conozco a nadie que se arrepienta de haberlo hecho.
Yo me despedí el tiempo que quise, con calma e intimidad. Hice el piel con piel, incluso le dí pecho, no sé muy bien porqué o sí lo sé. Hicimos fotos, la besamos, le hablamos, la acariciamos y la quisimos. Hasta que su pequeño cuerpo se enfrió y pedí que se la llevaran. Vino una enfermera, me pidió si podía verla, dijo algo bonito y se fue.
Otros papás no han corrido la misma suerte, sus hijos han sido tratados como objetos sin vida. Llevándoselos en una bolsa de basura. O empaquetado con cinta aislante delante de sus papás. Y mil historias más que superan cualquier película de terror.
Y que importantes son los recuerdos. Me dieron una hoja con sus huellas, la pulserita. Cualquier cosa. Cada cosa es un tesoro cuando te quedas sin nada. Todo lo que tengo de mi hija cabe en una pequeña cajita, la que me dio la matrona.
También tuve suerte porque me pusieron en una habitación sola, sin bebés, no como a otras mamás, que tienen que llorar la muerte de sus hijos compartiendo habitación con recién papás felices con sus bebés y las confusiones del personal que les preguntan si quieren biberones o dónde está el bebé. Esos detalles son importantes. Pero también hubo cosas que me dolieron muchísimo y que se podrían cambiar. Como pasar toda la noche escuchando nacer un montón de bebés, uno tras otro. Pensando que mi hija nunca lloraría. Y salir por la misma puerta por la que salen las recién paridas con sus bebés. Donde las familias las esperan. Pasar por allí vacía, sin mi hija en los brazos, con la mirada al suelo y los ojos llorosos. Preferiría haber muerto en ese momento. Tampoco me gustó la habitación donde nació mi hija. Era triste, fría y vieja. Eso no ayudó.
El 15 de octubre es el día Internacional de la muerte gestacional, neonatal e infantil. Y papás de todo el mundo encendemos una vela en recuerdo de nuestros hijos. También en octubre, desde Alcora, vamos un domingo al parque de las familias, a recordar y a dar visibilidad a nuestros hijos. Este año hemos elegido el día 28 para reunirnos allí, hacer una suelta de globos y expresar lo que sentimos.
Desde aquí reivindico la importancia de la muerte perinatal. El miedo a volver a quedarnos embarazadas y la comprensión del entorno y del personal sanitario. Es necesaria la humanidad en los hospitales. Se trata de unos padres que pierden a un hijo.
Gracias a mi matrón y al personal y a mi familia, y a Alcora y a todas las mamás y amigos que me han apoyado tanto.
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