Este mes de abril se cumplen 105 años de la muerte de una mujer cuya huella todavía permanece en la memoria de muchos vecinos del Valle del Almanzora y el Levante almeriense. De hecho, el Ayuntamiento de Cantoria le ha dedicado una plaza a las puertas del monumental palacio que tanto significó para ella.
Fue una mujer poderosa, generosa y con carácter. Tanto, que según los mayores del lugar, cuando el marqués de Almanzora llegaba al poblado por un lado, la marquesa salía por otro. Un chascarrillo que ha sido recordado durante décadas y que sirve para describir el ímpetu de una de sus vecinas más ilustres.
Catalina Casanova y Navarro (Cuevas del Almanzora, 1831-1914), condesa de la Algaida y marquesa consorte de Almanzora, destilaba poder y generosidad a partes iguales. Fue la marquesa del pueblo para los vecinos del Almanzora y el Levante. El eco de sus acciones solidarias resonaba de un rincón a otro de la cuenca del Almanzora cada vez que Catalina visitaba una de sus fincas repartidas entre el Levante y el Almanzora.
Poder y generosidad
Desde Cuevas del Almanzora hasta Tíjola, todos sabían de la marquesa. En 1901 repartió 3.000 panes en Garrucha (donde la iglesia reservaba una capilla para los marqueses) para familias necesitadas. También cedió junto al todopoderoso marqués, Antonio Abellán, los terrenos para la construcción de la estación de ferrocarril de Almanzora, una de las más transitadas de la provincia. De igual modo, compró las estanterías para el gabinete de Física y Química del colegio de Cuevas del Almanzora, costándole gesto 2.000 pesetas, una nada desdeñable cantidad. Aunque si algo le sobraba a la marquesa era generosidad... y dinero. Se estipulaba que el matrimonio ingresaba 20.000 pesetas diarias. Una fortuna para los años a caballo entre el siglo XIX y XX.
Porque, a pesar de todo, tal y como ha recopilado en sus investigaciones el historiador local Miguel Ángel Alonso, quien ha detallado estos episodios, la marquesa era una noble. A falta de años para que apareciera Coco Chanel y cuando pocos sabían de la moda parisina, ya viajaba a la capital gala para ir a la última. Tenía que deslumbrar en los bailes a los que acudía la alta sociedad y que celebraba en su palacete de la calle Leganitos, en Madrid. Las relaciones con gente influyente les permitieron hacer un poco menos pobre el Almanzora. Por no decir que fueron pieza clave en el desarrollo de la comarca. Eso sí, si alguien esperaba con ansias la visita de la marquesa eran los más jóvenes. Durante sus estancias en el Palacio de Almanzora repartía caramelos desde un balcón entre los pequeños que se agolpaban debajo.
Lo hacía desde un balcón que escondía a sus espaldas el Salón de las Conspiraciones. Haciendo honor a su nombre, en esa sala el marqués bendecía o echaba por tierra nombramientos políticos. Pero esas cuatro paredes guardaron más secretos, como las reuniones en las que el marqués consiguió que el tren llegara al Almanzora en lugar de Los Vélez. Incluso cambió el trazado para que pasara por delante de su palacio en lugar de por Albox. Todo en la misma habitación desde cuyo balcón la marquesa obsequiaba a sus paisanos, retrato del rol que cumplía con eficacia cada cónyuge. Uno en el control del poder político y económico, otra repartiendo buena parte de los ingresos en obras caritativas. Hasta su muerte sustentó con 250 pesetas anuales el hospital de Cuevas.
Generosidad
En el pueblo cuevano recordaron durante un buen tiempo la ayuda que prestó a los damnificados por las inundaciones de 1879. Tal era la influencia de los marqueses que su poder propició escenas napoleónicas. No fue el Papa quien vino a coronar al marqués, pero sí fue el mismísimo obispo de Almería, Vicente Casanova, quien en una fiesta religiosa en el Palacio confirmó a sus hijos.
Tras 105 años desde su muerte, el olvido de su papel protagonista durante décadas en la comarca comienza, tímidamente, a corregirse con acciones como la del Consistorio cantoriano y el nombramiento de la plaza situada frente al palacio. Aquel en el que tantas noches descansó la marquesa.
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