Una de las primeras cosas que hizo este hijo pródigo cuando volvió a su pueblo querido, a hablar en un acto público, fue acordarse de su primer maestro como si se acordara de Dios. Ese profesor rural se llamaba Antonio Cruz Colomer y el alumno aventajado, José Galera Romera, nacido en Sorbas en 1938, en medio de una Guerra, en una casa solariega que había pertenecido al duque de Alba.
Ningún otro almeriense, que sea notorio, llegó al grado que él alcanzó dentro de la jerarquía aeroespacial de Estados Unidos. Este sorbeño tímido, que acaba de fallecer allí en su tierra de promisión, conquistó los galones de jefe de Logística de la Nasa participando en la famosa ‘Guerra de las Galaxias’ de la administración Reagan y terminó jubilándose como vicepresidente de la General Electric, el mayor conglomerado industrial del continente americano.
Pero antes de esos vítores y entorchados, antes de diseñar trajes espaciales y trenes sin conductor, Mr. Galera fue Pepico el de Soledad, el hijo del conocido como Joaquín el de la luz, que trajo la electricidad al pueblo con una minicentral en 1931 y que inició a su hijo en el mundo de la ciencia, como aquel José Arcadio que llevó un día al suyo a conocer el hielo.
Su madre se llamaba Soledad Romera Vázquez, sabía tocar el piano y le transmitió el entusiasmo por la música y la literatura y le enseñó a tocar la flauta. Fue a la escuela que había en la casa de los Amérigo-Gardyn, que fue también edificio de Falange y con muy pocos años lo hicieron Jefe de Escuadra. Todas las tardes, al salir de la escuela, tenía que ir al Terraplén, junto a la Cruz de los Caídos, a hacer la Instrucción Militar con fusiles, cantando 'Montañas nevadas'.
El futuro ejecutivo americano salió por primera vez del claustro materno de Sorbas para ir a estudiar bachillerato a Ronda, donde vivían unos familiares.
Hizo la mili en Cartagena, a bordo de una fragata, donde coincidió con su paisano y amigo el pintor Pedro Soler Valero. Su sueño era estudiar para ingeniero Naval. Se matriculó para serlo, pero no lo consiguió. Fue un bendito fracaso que le permitió acceder en la Universidad Complutense de Madrid a los estudios de Física y de Ingeniería de Caminos que rubricó con un frondoso expediente. En Madrid conoció y se enamoró a finales de la década de los 60 de Sandra, una estudiante norteamericana que estaba haciendo un postgrado sobre el Siglo de oro. Se casaron en EEUU en 1971 y allí se quedaron. José Galera aprovechó para ampliar su currículum y graduarse en Matemáticas y en Gestión Aeroespacial, aunque tenía aún un pobre conocimiento de inglés.
Era aquel tiempo ya lejano en el que la luna estaba de moda y el sorbeño empezó a trabajar con las primeras computadoras, cuando empezaba a conocerse en el ámbito militar lo que ha terminado revolucionando el mundo y que se llama Internet. José fue el primer español que navegó en la Red veinte años antes de que fuera de dominio común, bajo el nombre de Intranet. Uno de sus proyectos más célebres fue el diseño de la renovación del Metro de San Francisco, el primero del mundo sin conductor. Después diseñó también el ferrocarril de Alta Velocidad entre Filadelfia y Nueva Jersey y obtuvo el puesto de director de la Empresa Municipal de Transportes de Nueva York. Solía decir el ingeniero de la ciudad de los rascacielos que “o te enamoras de ella o la detestas”.
Durante varios años, en plena carrera espacial, el Departamento de Defensa de EEUU le concedió la Licencia de Alto Secreto y estuvo envuelto en grandes proyectos de Defensa Nacional. Su actividad más intensa con la Nasa fue en el proyecto del rediseño del primer retrete para el espacio, para acomodarlo a astronautas femeninos, y también en el diseño del traje espacio llamado EMU y particularmente en el Transbordador del Espacio. Uno de sus momentos más duros como profesional fue cuando explotó el Challenger en 1986, cuando se encontraba con su equipo en Cabo Cañaveral.
El almeriense fue fichado después como ejecutivo por la corporación General Electric y entre sus cometidos estaba el ir reclutando ingenieros cualificados de todas partes del mundo, de La India, de Rusia, de Singapur, llegó a circunvalar la tierra en 27 ocasiones como un moderno Willy Fogg, como un Juan Sebastián Elcano de los aires, vivió en cuatro estados diferentes: Pensilvania, Connecticut, Minnesota y Ohio y llegó a tener empleados en 50 países.
Como recordaba su hermana Soledad con sus propias palabras “Nunca tuve en mi punto de mira alcanzar puestos de dirección, me los ofrecieron sin que yo los solicitara y me defendí rodeándome de empleados con talento y sin apropiarme nunca de sus éxitos”. Una de sus últimas estancias en Sorbas fue cuando vino a presentar un artículo sobre su vida en la revista El Afa, editada por la Asociación Amigos de Sorbas. Las cenizas de este portento de la física y la ingeniería que tuvo que emigrar a América volverán por su expreso deseo a la tierra que le vio nacer hace ahora 83 años.
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