Almería 1812

Almería 1812

Manuel Leon
23:20 • 19 mar. 2012
Trágala, perro, -le gritaban los gaditanos, como si fuese una longaniza, al rey Fernando VII, años después de promulgarse La Pepa. Ese día de San José de hace 200 años, para los pocos miles de almerienses de entonces, debió ser una jornada más de sol a sol. Entonces Almería era una ciudad (aún no había nacido como provincia) de segadores, aparceros y menestrales. La Isla de León estallaba de alegría, con las gaditanas haciéndose tirabuzones, pero Almería seguía igual de polvorienta, igual de irredenta, ajena a ese jolgorio. No había aún libertad de imprenta, no había periódicos y la noticia de La Pepa debió llegar por paloma mensajera meses después. Ocho de cada diez almeriensitos de entonces, nuestro tatarabuelos, no sabían leer ni escribir; la gente se moría de tuberculosis o del dengue por las calles y un hombre de 50 era un anciano. La gente vivía de lo que producían los campos, siempre con la simiente, con el arado, con la trilla. Aún no había aflorado la plata de Almagrera, aún no se embarcaba la uva de Ohanes porque ni siquiera se había puesto ni una piedra en el fondeadero. Almería, como toda España, estaba sitiada por los gabachos: por aquí andaba un tal Belair con mando en plaza, enseñoreándose por la ciudad conventual y amurallada, con su columna de soldaditos de plomo, con sus afrancesados almerienses rindiéndole pleitesía. Mientras, en Cádiz, cuatro almerienses participaron en el polvorín de las Cortes: Antonio Alcayna, Cristóbal de Góngora, Francisco Mier (obispo) y Diego Carlón. Ninguno actuó como paladín de la libertad, sino todo lo contrario. Después, curiosidades del destino, la heroina Agustina de Aragón apareció por aquí y terminó casándose con un almeriense.






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