¡Aquello fue un pandemónium, un monumento al horror! De lo sublime
o ruin buena muestra allí
se dio, con la pasión desbordada de la humana condición: ¡heroicos
gestos de auxilio, otros viles de ambición!
Criaturas
descuartizadas. ¡Llanto y desorientación! Cien pasos sin rumbo
dados, mil pasos sin ton ni
son. En la negra y fría noche: gritos, ayes y aflicción. ¡Madre
del Amor Hermoso! ¡No hay lenitivo al dolor!
Estas estrofas son tan sólo parte del Romance del Ciego que, desde esta semana, ha trascendido lo literario para convertirse en todo un monumento situado en pleno corazón del casco urbano de Vera. Por algo, sus palabras nos trasladan a la antigua Vera medieval conocida como Bayra, cuando esta ocupaba el cerro del Espíritu Santo. Concretamente hace referencia a la fatídica noche en la que todo se vino abajo. Cuando un terremoto acabó en 1518 con la antigua Vera y obligó a los supervivientes a asentarse en el actual emplazamiento.
Una obra del conocido veratense Diego Ramírez Soler y que, desde este lunes, ocupa un lugar privilegiado en plena Plaza Mayor de Vera, con sus versos plasmado en bonitos azulejos. Para su autor, este hecho es algo que le supone "un gran honor y una satisfacción", reconoció durante una entrevista en la Cadena SER en la que también recordó como surgió la posibilidad de dedicar estos versos a las victimas del fatídico terremoto.
"El romance tiene su origen en un grupo de facebook que se creó en
2014 titulado ‘No eres de Vera si…’. Su administrador, Diego
Alonso, me hizo la propuesta cuando ese año pensaron por primera vez hace runa subida al Espíritu Santo vestidos con trajes de época
y allí leer algunos documentos referentes al suceso. Ellos consideran interesante que yo compusiera un romance para leerlo
allí, en la cumbre del cerro. Y así empezó", rememoró Ramírez Soler.
Un tarea con la que, de inicio, fue algo "reacio" tal y como reconoce, debido a la responsabilidad del encargo pero finalmente "no pude decir que no", tal y como desde hace unos días es visible en la Plaza Mayor de Vera.
Unos azulejos que ya reflejan un romance que forma parte de un movimiento que arrancó hace alrededor de una década para poner en valor el acontecimiento histórico que acabó con Bayra y lo que supuso el seísmo de 1518. Desde entonces las investigaciones arqueológicas en el cerro, las conferencias acerca del mismo y los actos en honor de las víctimas no han dejado de sucederse. Una forma de recuperar la historia y que ahora cuenta con una obra literaria que, si bien ocupaba un lugar de excepción en los actos conmemorativos, ahora lo hace en pleno corazón del pueblo veratense.
Romance del Ciego al completo:
Hombres, mujeres y niños,
mendigos y caballeros,
civiles y militares,
carcamales y mancebos,
quien aún no peina canas
y el que se quedó sin pelo,
y el que el tupé se acicala
con
bandolina y ungüento.
¡Escúchenme
pecadores!
Damos la espalda al Creador,
con nuestra humana arrogancia,
sin reparar en su don
ni en su portentosa mano.
Hagamos la reflexión
que si perdemos su amparo
somos
barcos sin timón.
A
la clemencia me acojo
del Trino y Supremo Dios,
para que sean venablos
derechos al corazón
estas sencillas palabras.
Pido la luz de su amor
porque más que ver presiento
al
ser corto de visión.
Por
estar falto de un ojo
que me arrancara de cuajo
un infame pendenciero,
que al infierno despachamos
con mandoblazo certero.
Fue con su vida vengado
el decoro de mi hïja
que
vilmente fue forzado.
Quiero
contaros señores
un suceso desdichado.
La más espantosa historia
que a todos dejó aterrados.
Ninguna en pliegos contada
la recuerdan los humanos.
Nunca escritura plasmada
se
asemejó a tal estrago.
A
los mil doscientos años,
tras la Redención, hablamos,
fatigados de pendencias
y de continuos asaltos,
que es pesada reincidencia
en la costa que habitaron,
buscando paz y sosiego
nuestro
pueblo deja el llano.
Y
elige como morada
uno de los altozanos
media legua tierra adentro,
de los dos que son hermanos,
el que más se acerca al sur.
En ese suelo anidaron:
feraz vega en su ladera
y manantial larga mano.
En su altura amurallada,
persiguiendo sus afanes,
comparten recinto y tiempo
ricos, pobres y rufianes;
y allí sus vidas transcurren
con los trajines normales:
trato, compra y chalaneo,
que en eso somos iguales.
Pero
una nefasta noche
y con las once ya oídas,
de mil quinientos dieciocho,
noviembre noveno día.
San Teodoro se festeja,
que don de Dios significa.
¡Vivir para ver, Señor,
del
destino la ironía!
Un
soberbio terremoto,
de gran bramido hermanado
en un tris hace mudanza
y, de vivir tan confiados,
pasan del cielo al averno
y, en un tiempo eternizado,
¡tal que la cebada en criba
se
sintieron zaleados!
Lo
mismo que sus enseres,
suelos, muros y techados.
Pasado el trago terrible,
pero ya más sosegados,
de madrugada a las tres,
¡el instante del dïablo!:
se replica el zarandeo
con furor multiplicado.
El cual con violencia torna
lo normal por desquiciado:
que lo de abajo va arriba,
que lo de arriba va abajo,
va la diestra a la siniestra,
la siniestra al otro lado.
¡Y en lo que dura un suspiro,
queda todo destrozado!
Las
murallas, todas ellas,
descompuestas y atronadas.
Tronchada la fortaleza.
Las viviendas devastadas,
que cerca son de doscientas,
sus cimientos dan la cara
y es difícil conocer
el
lugar donde manaran.
Y
de las vidas humanas
tragedia sin parangón.
¡Ciento cincuenta se lloran
de toda edad y condición!
No refiero los lisiados
que el tal desastre causó:
según las crónicas dicen,
su
cifra el cien superó.
¡Aquello
fue un pandemónium,
un monumento al horror!
De lo sublime o ruin
buena muestra allí se dio,
con la pasión desbordada
de la humana condición:
¡heroicos gestos de auxilio,
otros
viles de ambición!
Criaturas
descuartizadas.
¡Llanto y desorientación!
Cien pasos sin rumbo dados,
mil pasos sin ton ni son.
En la negra y fría noche:
gritos, ayes y aflicción.
¡Madre del Amor Hermoso!
¡No hay lenitivo al dolor!
Y
llegada la alborada,
con el despuntar del día
y apuntalado ya el sol,
más desastres descubrían.
Y de fondo, ¡Santo Dios!,
en macabra sinfonía
y lúgubre partitura
¡Gritos,
llantos y agonías!
Cuerpos
partidos en dos
con miembros que les faltaban
y, por ver, también se vio
algo que al cielo clamaba:
en el vientre de una madre,
estando muerta y preñada,
—¡queden mudas las palabras!—
su
fruto aún se agitaba.
La
casa que quedó en pie
inhabitable es su estado
porque amenaza ruina.
Al valle pronto bajaron,
todos los que aún podían,
desconsolados llorando;
unos delirando a gritos,
todos al cielo clamando.
A los tres meses pasados
de la terrible experiencia,
Don Francisco de Castilla
presto cursa la licencia
al rey don Carlos de Austria
para erigir con solvencia,
el valladar comarcal
con la mayor diligencia.
Que
un cuadro sea su planta,
de gran muralla cercada,
que ocho torres la coronen.
Con ciento y cincuenta casas
y fortificada iglesia.
¡Que sea difícil tomarla
por ser la llave y el amparo
del
gran reino de Granada!
Que
se edifique en el llano,
y que diste del lugar
lo que aleja una ballesta
que se dirija a la mar
al amor de Fuente Chica.
Así se emplaza el solar
de nuestra querida Vera,
¡La
Muy Noble y Muy Leal!
Siendo
probado en sus hijos
el valor, a nadie extraña
lo que reza en su blasón
reflejo de sus hazañas:
“¡Quien aquí ve esta ciudad,
en este llano formada,
fue ponerle freno al turco
y
una llave a toda España!”
Ahora
el autor os suplica,
un Padre Nuestro rezar,
por los que aquí perecieron
en terror tan singular.
Y aquí se acaba el romance
que en el pliego escrito está.
Sólo diez céntimos cuestan
a quien lo quiera llevar.
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