Vera

Diego Ramírez, creador del Romance del Ciego: “Es un gran honor”

Los versos de su obra ocupan desde este lunes un lugar de excepción en la histórica Plaza Mayor

El autor del romance, Diego Ramírez, en el estreno de la obra en la Plaza Mayor.
El autor del romance, Diego Ramírez, en el estreno de la obra en la Plaza Mayor. La Voz
Guillermo Mirón
14:13 • 27 abr. 2023

¡Aquello fue un pandemónium, un monumento al horror! De lo sublime o ruin buena muestra allí se dio, con la pasión desbordada de la humana condición: ¡heroicos gestos de auxilio, otros viles de ambición!

Criaturas descuartizadas. ¡Llanto y desorientación! Cien pasos sin rumbo dados, mil pasos sin ton ni son. En la negra y fría noche: gritos, ayes y aflicción. ¡Madre del Amor Hermoso! ¡No hay lenitivo al dolor!






Estas estrofas son tan sólo parte del Romance del Ciego que, desde esta semana, ha trascendido lo literario para convertirse en todo un monumento situado en pleno corazón del casco urbano de Vera. Por algo, sus palabras nos trasladan a la antigua Vera medieval conocida como Bayra, cuando esta ocupaba el cerro del Espíritu Santo. Concretamente hace referencia a la fatídica noche en la que todo se vino abajo. Cuando un terremoto acabó en 1518 con la antigua Vera y obligó a los supervivientes a asentarse en el actual emplazamiento.



Una obra del conocido veratense Diego Ramírez Soler y que, desde este lunes, ocupa un lugar privilegiado en plena Plaza Mayor de Vera, con sus versos plasmado en bonitos azulejos. Para su autor, este hecho es algo que le supone "un gran honor y una satisfacción", reconoció durante una entrevista en la Cadena SER en la que también recordó como surgió la posibilidad de dedicar estos versos a las victimas del fatídico terremoto.



"El romance tiene su origen en un grupo de facebook que se creó en 2014 titulado ‘No eres de Vera si…’. Su administrador, Diego Alonso, me hizo la propuesta cuando ese año pensaron por primera vez hace runa subida al Espíritu Santo vestidos con trajes de época y allí leer algunos documentos referentes al suceso. Ellos consideran interesante que yo compusiera un romance para leerlo allí, en la cumbre del cerro. Y así empezó", rememoró Ramírez Soler.

Un tarea con la que, de inicio, fue algo "reacio" tal y como reconoce, debido a la responsabilidad del encargo pero finalmente "no pude decir que no", tal y como desde hace unos días es visible en la Plaza Mayor de Vera.

Unos azulejos que ya reflejan un romance que forma parte de un movimiento que arrancó hace alrededor de una década para poner en valor el acontecimiento histórico que acabó con Bayra y lo que supuso el seísmo de 1518. Desde entonces las investigaciones arqueológicas en el cerro, las conferencias acerca del mismo y los actos en honor de las víctimas no han dejado de sucederse. Una forma de recuperar la historia y que ahora cuenta con una obra literaria que, si bien ocupaba un lugar de excepción en los actos conmemorativos, ahora lo hace en pleno corazón del pueblo veratense.

Romance del Ciego al completo:
Hombres, mujeres y niños,



mendigos y caballeros,



civiles y militares,



carcamales y mancebos,

quien aún no peina canas

y el que se quedó sin pelo,

y el que el tupé se acicala

con bandolina y ungüento.

¡Escúchenme pecadores!

Damos la espalda al Creador,

con nuestra humana arrogancia,

sin reparar en su don

ni en su portentosa mano.

Hagamos la reflexión

que si perdemos su amparo

somos barcos sin timón.

A la clemencia me acojo

del Trino y Supremo Dios,

para que sean venablos

derechos al corazón

estas sencillas palabras.

Pido la luz de su amor

porque más que ver presiento

al ser corto de visión.

Por estar falto de un ojo

que me arrancara de cuajo

un infame pendenciero,

que al infierno despachamos

con mandoblazo certero.

Fue con su vida vengado

el decoro de mi hïja

que vilmente fue forzado.

Quiero contaros señores

un suceso desdichado.

La más espantosa historia

que a todos dejó aterrados.

Ninguna en pliegos contada

la recuerdan los humanos.

Nunca escritura plasmada

se asemejó a tal estrago.

A los mil doscientos años,

tras la Redención, hablamos,

fatigados de pendencias

y de continuos asaltos,

que es pesada reincidencia

en la costa que habitaron,

buscando paz y sosiego

nuestro pueblo deja el llano.

Y elige como morada

uno de los altozanos

media legua tierra adentro,

de los dos que son hermanos,

el que más se acerca al sur.

En ese suelo anidaron:

feraz vega en su ladera

y manantial larga mano.


En su altura amurallada,

persiguiendo sus afanes,

comparten recinto y tiempo

ricos, pobres y rufianes;

y allí sus vidas transcurren

con los trajines normales:

trato, compra y chalaneo,

que en eso somos iguales.


Pero una nefasta noche

y con las once ya oídas,

de mil quinientos dieciocho,

noviembre noveno día.

San Teodoro se festeja,

que don de Dios significa.

¡Vivir para ver, Señor,

del destino la ironía!

Un soberbio terremoto,

de gran bramido hermanado

en un tris hace mudanza

y, de vivir tan confiados,

pasan del cielo al averno

y, en un tiempo eternizado,

¡tal que la cebada en criba

se sintieron zaleados!

Lo mismo que sus enseres,

suelos, muros y techados.

Pasado el trago terrible,

pero ya más sosegados,

de madrugada a las tres,

¡el instante del dïablo!:

se replica el zarandeo

con furor multiplicado.


El cual con violencia torna

lo normal por desquiciado:

que lo de abajo va arriba,

que lo de arriba va abajo,

va la diestra a la siniestra,

la siniestra al otro lado.

¡Y en lo que dura un suspiro,

queda todo destrozado!


Las murallas, todas ellas,

descompuestas y atronadas.

Tronchada la fortaleza.

Las viviendas devastadas,

que cerca son de doscientas,

sus cimientos dan la cara

y es difícil conocer

el lugar donde manaran.

Y de las vidas humanas

tragedia sin parangón.

¡Ciento cincuenta se lloran

de toda edad y condición!

No refiero los lisiados

que el tal desastre causó:

según las crónicas dicen,

su cifra el cien superó.

¡Aquello fue un pandemónium,

un monumento al horror!

De lo sublime o ruin

buena muestra allí se dio,

con la pasión desbordada

de la humana condición:

¡heroicos gestos de auxilio,

otros viles de ambición!

Criaturas descuartizadas.

¡Llanto y desorientación!

Cien pasos sin rumbo dados,

mil pasos sin ton ni son.

En la negra y fría noche:

gritos, ayes y aflicción.

¡Madre del Amor Hermoso!

¡No hay lenitivo al dolor!


Y llegada la alborada,

con el despuntar del día

y apuntalado ya el sol,

más desastres descubrían.

Y de fondo, ¡Santo Dios!,

en macabra sinfonía

y lúgubre partitura

¡Gritos, llantos y agonías!

Cuerpos partidos en dos

con miembros que les faltaban

y, por ver, también se vio

algo que al cielo clamaba:

en el vientre de una madre,

estando muerta y preñada,

—¡queden mudas las palabras!—

su fruto aún se agitaba.

La casa que quedó en pie

inhabitable es su estado

porque amenaza ruina.

Al valle pronto bajaron,

todos los que aún podían,

desconsolados llorando;

unos delirando a gritos,

todos al cielo clamando.

A los tres meses pasados

de la terrible experiencia,

Don Francisco de Castilla

presto cursa la licencia

al rey don Carlos de Austria

para erigir con solvencia,

el valladar comarcal

con la mayor diligencia.


Que un cuadro sea su planta,

de gran muralla cercada,

que ocho torres la coronen.

Con ciento y cincuenta casas

y fortificada iglesia.

¡Que sea difícil tomarla

por ser la llave y el amparo

del gran reino de Granada!

Que se edifique en el llano,

y que diste del lugar

lo que aleja una ballesta

que se dirija a la mar

al amor de Fuente Chica.

Así se emplaza el solar

de nuestra querida Vera,

¡La Muy Noble y Muy Leal!

Siendo probado en sus hijos

el valor, a nadie extraña

lo que reza en su blasón

reflejo de sus hazañas:

“¡Quien aquí ve esta ciudad,

en este llano formada,

fue ponerle freno al turco

y una llave a toda España!”

Ahora el autor os suplica,

un Padre Nuestro rezar,

por los que aquí perecieron​

en terror tan singular.

Y aquí se acaba el romance

que en el pliego escrito está.

Sólo diez céntimos cuestan

a quien lo quiera llevar.


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