Roquetas de Mar

“Vine a poner las copas, como todas las rusas”

A los 19 años, no tenía para comer, trabajó como acompañante, hoy es dueña de su propio taller

Olga, en su taller de costura.
Olga, en su taller de costura. La Voz
Melanie Lupiáñez
18:33 • 19 ago. 2023

Comida racionada, ropa pequeña durante el frío invierno ruso, juventud y unas impetuosas ganas de progresar. Trabajar como mujer de compañía, ser madre, acompañar a su pareja en la enfermad, superar un desahucio y volver a gozar de salud, dinero y amor. Olga Trusova, una de las rusas que vino a poner las copas a El Ejido a principios de los dos mil cuenta su historia. 



La primera vez que la vi me cautivó. Ella atendía a una clienta en su taller de costura mientras yo observaba con perspicacia su atuendo, sus ademanes y el entorno. Desde el otro lado del escaparate mis pies se habían enraizado en el suelo por el asombro. Mi mente sin embargo, trataba de buscar una pista que situara a ese personaje a caballo entre diseñadora de la excéntrica Gala Met y pitonisa romaní en el tiempo presente. 



“Me llamo Olga, soy rusa y llevo 23 años en España” de esta forma se presentó la misteriosa modista. Al escuchar sus palabras se me aceleraron los pulsos, porque he tenido pocas posibilidades de crear acercamiento con un eslavo. El taller estaba concurrido y la artesana apresurada, insistió en que no podía hacer la entrevista otro día, de modo que encendí la grabadora del móvil y me aseguré que el botón permaneciera en rojo. 



Cuando pregunté por qué Olga había elegido este lugar al sur del sur de Europa respondió sorprendida y contundente: “yo viene a Almería como todas las rusas, a poner las copas”. La modista continuó su relato, tenía 19 años cuando decidió migrar a España. Su familia no podía hacer frente al alquiler social, su padre llevaba un año sin trabajar, durante los últimos dos años no tenían ni para comprar mantequilla, había subsistido de la pensión por discapacidad de su madre y, de los pollos y el huerto de la abuela. “Peor que estaba no podía estar”, dice Olga. 



En el año 1999 cuando la rusa llegó al levante español, su país de origen sufría un colapso económico, hiperinflación, desempleo, pobreza, corrupción y acababa de iniciar la segunda guerra contra Chechenia. 



Olga jamás se había subido a un avión, ni sabía nada de España, aún menos de El Ejido. Una amiga le habló de que irían a un trabajo a poner copas a los hombres, no tenían que tocarlos ni nada, solo acompañarlos y llevarse la comisión de la consumición. La joven mujer llegó al club almeriense junto a otras chicas, allí se comunicaba por gestos con los clientes porque desconocía por completo el idioma. Dice que por suerte al poco tiempo el destino le envió a su marido. A día de hoy son compañeros de vida, de hipoteca y padres de una hija. 



El permiso de residencia demoró 3 años, durante ese tiempo no pudo salir de España, ni ver a su familia u obtener un trabajo legal. Confiesa que jamás se hubiera quedado en Almería porque odia el calor, su intención era ganar dinero para terminar sus estudios de diseño de moda y ayudar económicamente a su madre, pero el amor lo cambió todo. 



Olga desgrana su vida entre montones de tela, un tablón lleno de encargos y la luz de una de las máquinas de coser que enfoca el prensa telas. Me pregunté qué fue de ella durante la crisis económica de 2008, resulta que en aquella época la pareja formada por la rusa y el español se fue a Málaga a probar suerte. En aquella ciudad andaluza montaron un bar, pero tuvieron que echar el cierre, según Olga porque la ley antitabaco les perjudicó mucho ya que no podían acondicionar el local. Por entonces la salud de su marido se resintió gravemente, sufrió un infarto. 


La rusa hizo frente sola a los gastos familiares durante dos años, el dinero no llegaba para pagar el alquiler y los desahuciaron. Olga levantó sus gafas y secó sus lágrimas, dijo que todavía se le hacía fuerte la palabra deshaucio. Aquel día que tuvo que dejar su casa a la fuerza Olga recogió a su hija del colegio sin saber dónde irían, un buen amigo de su marido les tendió una mano.


A día de hoy el taller de costura está consolidado después de 5 años abierto al público. El establecimiento comparte tabique con un ultramarinos ucraniano, la modista suele salir a fumar un cigarro con su vecina. Mientras sus países de origen hacen la guerra, ellas han encontrado la paz en esta soleada provincia. 


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