Adra más o menos vivía directamente por entonces de la producción de la caña y la indignación y descontento que produjo el acuerdo del Trust azucarero fue grandísima tras anunciarse repentinamente que no admitirían más caña de nueva plantación para 1910, restringiendo su reducción. Así, propietarios y labradores tuvieron la idea de construir una nueva fábrica al no estar dispuestos a vivir de la limosna que les diese el Trust.
El diario almeriense ‘La Independencia’ se hizo eco de la noticia titulando: 'Día de júbilo'. No era pera menos. Con un orden admirable se constituía una vez impreso y repartido los Estatutos por la que había de regirse en reunión celebrada en abril de 1909, el Consejo de Administración de la nueva fábrica de azúcar e impulsada por los propios productores y denominada Sociedad Anónima Mercantil e Industrial ‘Azucarera de Adra’ siendo votado por una gran mayoría como presidente, Luis Leboucher y Gravot, hijo político del marqués de Caicedo y como consejeros vocales rezaban entre otros muchos, Eloy Espejo, José Peragalo Medina, Leopoldo Guillén, José Manuel Espa, Julio Gallardo, Nicolás Cravioto, Antonio Soler Bayona y Esteban Pérez Segado.
Terminada aquella votación, se procedió á extender la correspondiente escritura de Sociedad Cooperativa, entregándose en el acto 138.000 pesetas, quedando por abonar las otras 138.000 en diciembre del próximo año. Se sembraron unos 5.000 marjales para plantarlos de cañas para la nueva fábrica. Dos meses después, Don Nicolás Cravioto y García de Mendoza, que ya es vicepresidente del Consejo de administración de la Sociedad Cooperativa Azucarera de Adra, presentaba escrito en el Gobierno civil, al que acompaña escritura, listas de socios y reglamento. El capital es de un millón de pesetas (6.000 €) suscrito en acciones de cien pesetas (0,60 cent.).La Cooperativa Azucarera instalaría maquinaria de ‘gas pobre’ fabricadas en los Talleres Tomás Aznar e hijos en Alicante, estando como representante en Almería, Guillermo Herrera, cumpliendo con gran exactitud, tanto en lo relacionado con los plazos de entrega de los materiales, como sus condiciones técnicas. Es director-gerente de la Empresa Azucarera que se llamó inicialmente como ‘Nuestra Señora del Mar’ José Montes Garzón y cuenta entre sus ingenieros con el alemán M. G. Wieles.
Primera piedra
El 20 de agosto de 1909 se colocó la primera piedra de la nueva fábrica de azúcar, una fecha que perdurará eternamente en la memoria de los abderitanos. A las tres de la tarde recorrió las principales calles de la población la banda de música del Municipio, guiada del Consejo de Administración de la futura fábrica, autoridades, comisiones y un gentio inmenso, que con entusiasmo repetía las aclamaciones y los vitores. En el grandioso solar que ha de ocupar el nuevo edificio (Pago del Campillo), aguardaban los virtuosos sacerdotes D. Lisardo Carretero, don Manuel Soriano y D. José Rodulfo Cortés, encargados de bendecir la primera piedra. La distinguida dama doña Adriana Mesia, Marquesa de Caicedo, acompañada de la Srta. Manuela Guerrero y de lo más selecto de la villa, arrojó la primera palada de cemento en los cimientos. En el espacio estallaron multitud de cohetes, las campanas de la iglesia tronaron el espacio con sus lenguas metálicas, donde miles de personas se apiñaban en el anchuroso llano.
Día de la inauguración
Para su inauguración, el 20 de abril de 1910 y presentación en sociedad, aunque ya estaba en funcionamiento, se dieron cita más de 13.000 personas que iba en aumento agolpándose frente a las oficinas de la sociedad y que se extendía por la amplia arteria principal de la villa en más de un kilómetro, hasta las adornadas fachadas y balcones de las casas, como también se podían ver las banderas izadas en todas las dependencias oficiales, mientras volteaban las campanas de la iglesia. Al desembocar el gentío en la carrera, y al descubrirse la fábrica, la perspectiva no podía ser más risueña: la enorme mole de ladrillo que elevaba su chimenea a una altura de cuarenta y dos metros, coronada de humo, dominaba la amplia vega que ciñe el Mediterráneo, formando un maridaje asombroso el oro de la caña y el azul del mar.
Pero si fuera de la fábrica el espectáculo era bello, dentro de sus muros no podía ser más sorprendente. Los obreros, en sus puestos, vistiendo la honrada blusa del trabajo, esperaban el momento en que debían comenzar sus labores; los mecánicos de la casa constructora se hallaban junto a las potentes máquinas, y el ingeniero preparado a dirigir las maniobras. Todo estaba preparado… y no exento de polémica.
Adelantándose para la bendición de la nueva azucarera que se llevó a cabo por el presbítero Don Mariano Caballero y Caro, por consecuencia de hallarse indispuesto el señor cura párroco D. Antonio Nadal Albarrán, dio la bendición; crujieron las vértebras del monstruo y... "¡¡Viva la Cooperativa de Adra!!", gritó la multitud.
En tal instante se escuchó un ruido extraño; los volantes se paralizaron, los cilindros crujieron y una exclamación de ira salió de los labios del ingeniero. Una mano traidora y miserable, cuentan las crónicas, había colocado varias piedras, un pedazo de hierro y trozos de madera en una de las ruedas de engranaje. Gracias al ingeniero y demás mecánicos, se consiguió ponerla en marcha y evitar más desgracias mayores
En el salón del Casino, se celebró un grandioso banquete. Constaba de más de cien cubiertos; fue servido suculentamente por el dueño del importante hotel Miramar y en el se desbordó el entusiasmo más grande y espontáneo, brindando elocuentemente a la hora de descorchar el champagne D. Domingo Argonilla, D. Antonio Soler Bayona, don Francisco Cuenca Benet, D. Luis Leboucher, D. José Peragalo Medina, don Antonio Cuenca Cuenca, D. Nicolás Cravioto, D. Juan Pérez Ibarra, don Arturo Utrera, D Fernando López, D. Leopoldo Guillén Sánchez, D. Enrique Pérez y D. Antonio Manrubia Espinosa, y leyendo una sentida poesía el ilustre abderitano D. Rafael Gutiérrez de la Cruz. También merecieron elogios muy singulares el ilustrado ingeniero industrial D. José Montes Garzón, alma de esta empresa gigantesca; el Consejo de Administración de la Sociedad, por su buen acierto y el popular alcalde don Antonio Soler Lidueña. En definitiva, Adra, por fin rompió sus cadenas,limó el grillete que le hacía esclava, para convertirse por propio impulso en dueño de su porvenir económico.
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