Cuevas del Almanzora

La incredulidad y el hartazgo pueden más que el nuevo acuerdo

Los vecinos de Palomares dudan que la limpieza de la tierra sea una realidad inminente

Un vecino vigila sus cabras en Palomares, a pocos kilómetros de la zona restringida.
Un vecino vigila sus cabras en Palomares, a pocos kilómetros de la zona restringida.
Guillermo Mirón
23:58 • 19 oct. 2015

La caída de cuatro bombas nucleares sobre Palomares el 17 de enero de 1966 fue tan sólo el inicio de un problema que se ha prolongado casi cincuenta años. Hoy, los vecinos de Palomares no tienen nombre para los periodistas interesados en saber su opinión tras el nuevo acuerdo alcanzado para rehabilitar la zona.

En realidad ha sido la inevitable asociación entre este pueblo y las bombas atómicas caídas en 1966 la que ha ocultado durante décadas esos nombres y apellidos, sus caras, los logros y el trabajo de los vecinos de la pedanía de Cuevas del Almanzora. La convivencia entre culturas, su sector agrícola o el turismo han quedado relegados a un segundo plano durante prácticamente medio siglo.




Abandonados
Motivos que pueden explicar el hartazgo y la desconfianza con la que están habituados a tratar este asunto cada vez que se ha lanzado una nueva promesa o tras la publicación de un nuevo estudio sobre la contaminación. La mayoría de vecinos preguntados rechazan las fotografías, ni tan siquiera creen oportuno dar su nombre real. Quienes ofrecen su opinión tras conocer el pacto para limpiar la tierra  (noticia que han recibido con incredulidad) dejan entrever las razones.
María nació antes de la caída de las bombas. Tiene 70 años y se pregunta cuándo comenzarán de una vez por todas. “Como han dicho tantos embustes no me fio de ninguno. ¿Cuándo llega la hora tras cincuenta años ya? Somos conejillos de indias. Nos dejaron abandonados y hemos seguido abandonados hasta el día de hoy”, lamenta, culpando a la dictadura franquista por su sumisión y, ante la inactividad posterior, señalando también “a lo de ahora, que es parecido también”.

Lo habitual del asunto hace que incluso aparezca el humor cuando esta vecina de Palomares “de toda la vida” explica entre risas que “ya nos hemos cansado y convivimos con la radiactividad. Pero,o somos muy malos y la radiactividad no ha podido con nosotros o no hay tanta...”. Sin embargo, no tarda en volver la seriedad. “Lo que hicieron con nosotros fue un crimen”.

En una calle cercana, un grupo de mujeres regresa al pueblo tras su paseo a pie. La única que se presta a hablar prefiere no dar sus apellidos. Con 51 años, nació poco después del suceso. Subraya también que “toda la vida hemos vivido bien y no se ha notado nada; siempre nos han dicho en Madrid que estábamos dentro de los límites, como si te hicieras una radiografía. ¿No ves que sanicas estamos?”, bromea.




Anuncio tardío
En cambio, ella sí cree que “será verdad” que esta vez el acuerdo va en serio pero que “todos los años estamos igual y ya debían haberlo hecho, porque han tenido tiempo”. ¿Por qué la reticencia a hablar sobre el tema? “Porque nos hace daño”, zanja una amiga que se aleja del micrófono. La entrevistada apostilla. “Tenemos campo, hay agricultura, playa y turismo... y esto hace mucho daño a eso de lo que vive la gente aquí”. Pese a todo, en el día de ayer no se hablaba de otra cosa en Palomares. Lo reconoce Joana Gabón, de 18 años. Los más jóvenes aceptan con mayor naturalidad comentar lo sucedido.

Y pueden hablar porque también conocen lo acontecido hace medio siglo y el acuerdo pero “eso de que ahora después de tanto tiempo vengan a recoger la tierra” les suena “raro”. Otro vecino conocido como José el Picote vigila sus cabras a pocos kilómetros de la zona restringida. A sus 61 años cree que “ lo que van a hacer es marranear. Lo que tendrían que hacer es ponerse a trabajar y dejarse ya de remover el asunto porque cuanto más se remueve, más huele...”, sentencia.









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