Pensar en Francia es pensar en París, ciudad cosmopolita por excelencia, pero casi nadie se acuerda de la parte menos francesa del país, la Bretaña, un lugar donde merece la pena perderse. Al igual que ocurre con la zona periférica de España, en esa tierra aparecen cuentos de seres mitológicos, hadas, pueblos de piedra e historias de fascinantes batallas con los piratas de protagonistas. ¡Por Tutatis!, que dirían los amigos Asterix y Obelix.
Hasta esa región, concretamente a la bella ciudad de Brest, la vida llevó a la ejidense Laura López. Tras cursar un Grado de Traducción e Interpretanción en Francés, se estableció en septiembre de 2015 para encontrar una oportunidad laboral, “¡y porque me dijeron que el mejor vino y los mejores quesos estaban aquí!”.
Trabajo
La lejanía de su hogar se solventa porque Laura puede disfrutar de lo que le gusta: dar clases de español a los franceses.
“Me suelo levantar a las siete y media u ocho, dependiendo de a qué hora empiece a trabajar. Doy un par de horas de clase”. Asegura que los alumnos son muy simpáticos, aunque la mayoría no entienden nada de español, por eso le resulta un poco difícil. Su jornada continúa en la cantina, donde almuerza con el resto de los profesores mientras departen sobre los quebraderos de cabezaque les dan sus pupilos. Por la tarde, Laura vuelve a impartir otras dos horas de clase antes de regresar a casa con la mente ya puesta en preparar las actividades del día siguiente mientras desconecta viendo la televisión.
Los fines de semana son más entretenidos. “Solemos quedar todos los asistentes internacionales y hacemos algún viaje o preparamos cenas tradicionales. Somos como una gran familia”.
Anécdotas
Lo primero que Laura aprendió de la región de Bretaña es que nunca te puedes fiar del tiempo. “Uno de los primeros días de clase fui al centro de la ciudad para hacer unas compras, ya que tenía turno de tarde. No está muy lejos, como a uno 20 minutos del instituto en el que trabajo. Pues bien, era un día bastante soleado, muy raro aquí. Así que, a la vuelta decidí volver andando. A los cinco minutos de haber empezado a andar, empecé a ver nubes bastante oscuras que se acercaban hacia mí”. Ella pensó que aquello no era posile ya que diez minutos antes no había rastro de nube alguna. “De repente, comenzó a llover de una manera que no había visto antes, ¡llovía en horizontal!” Esto era a causa del fuerte viento. De nada le sirvió el paraguas, que por cierto tuvo que tirar al llegar a casa porque el viento se lo había destrozado. “Corrí todo lo que pude, porque además tenía el tiempo justo para llegar a clase, de hecho llegué cinco minutos tarde”. Apareció tan empapada que la profesora, con cara de pena, le dio el resto del día libre. Desde entonces, no ha vuelto a fiarse del tiempo, ni a volver andando del centro. Pagó la novatada con creces.
Almerimar
En Brest hay un rinconcito que a Laura le gusta mucho por su parecido con Almerimar. Es un muelle desde el que se ve un espigón y el faro. “El olor a mar, la brisa y por qué no, también la gente que pasa por allí, me hace acordarme de los buenos momentos que he pasado en mi ciudad y de mi gente”.
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