Si yo fuera Presidente

Quien haya ido al colegio en tiempos de la EGB seguro que recordará un programa de televisión en la 1ª cadena de TVE, inventado por el añorado Fernando García Tola y presentado junto a la actriz Carmen Maura, con su mítico “Nena, tú vales mucho”. Eran los tiempos en que las opciones del televidente español eran cambiar del canal 1 al canal 2 de TVE.  

Recupero del baúl de mis recuerdos aquel programa televisivo porque me gustaban muchos las peroratas de García Tola y Maura, para soñar con ese escenario hipotético de saberse uno presidente. Claro está, en aquellos años, inicios de la década de los 80, el ser presidente venía referido a ser Presidente del Gobierno. Y se daba por sobrevalorado esa capacidad de un Presidente del Gobierno para transformar la realidad de cualquier situación y llevarla a un estado mejorado. No eran tiempos aquellos donde se hablase para nada de la figura de un Presidente de una empresa, lo que los americanos llaman el CEO. 

A mí, sin embargo, me gustaría soñar ahora que soy el presidente de una empresa. Y puesto a pedir, me gustaría ser como ese presidente que tiene una visión del futuro basada en lo aprendido de las experiencias del pasado, con sus éxitos y sus fracasos -más importantes éstos que aquellos para seguir creciendo-, atemperado por las fortalezas del presente y no menospreciando las debilidades del momento. 

Me gustaría ser ese presidente que se rodea de gente más inteligente que yo, como ese buen entrenador que tiene claro que los goles los tienen que marcar los que juegan ahora, porque uno ya está en el banquillo gestionando el talento de los que mueven la pelota.  Sin duda, es un líder ungido por una autoridad ganada por el ejemplo de su desempeño pasado y presente, capaz de concitar el esfuerzo de todos los integrantes del equipo para alcanzar el mejor escenario posible.

Un presidente que valora el mérito sobre el status, y que previene a sus máximos colaboradores de que, al final de su días en la empresa, sólo serán recordados por el número de personas que hicieron crecer, escalar por la procelosa vida de las organizaciones sujetas a la alta presión de los resultados económicos, y, sobre todo, por cuantos líderes afloraron en beneficio del futuro de la empresa, que es la verdadera sostenibilidad de toda organización humana.

Si yo fuera presidente dejaría que los jóvenes se acercaran más al santa-sanctorum de la empresa, para engarzar como savia de vida que hace crecer el árbol de la organización, como esa entrega de relevos que se hacen en las carreras en las que cada atleta corre a más no poder en su trayecto para entregar el testigo al siguiente. Ya lo dijo Jesús de Nazareth, “dejad que los niños se acerquen a mí”, y bien que sabía lo que decía.

Como Presidente haría todo lo que estuviera a mi alcance para que desaparecieran las diferencias salariales por género, origen, o color de piel. Pensaría que en la diversidad está la riqueza que inspira el sentimiento más inteligente del ser humano, porque es lo que hace aprender a unos de otros.  

Si yo fuera Presidente, no me ceñiría a trabajar sólo en mi empresa, por exigente que sea la responsabilidad y las horas necesarias para ello. Me implicaría en trabajar para mi comunidad, mi organización empresarial más cercana, mi Ayuntamiento, mi asociación socio cultural o deportiva, en definitiva, donde pudiera meter mi hombro para empujar un proyecto donde mi modesta contribución sirviese para mejorar el mundo que nos ha tocado por suerte transitar.

Premiaría la ilusión, el esfuerzo y las ganas de superación, y jamás castigaría, ni tan siquiera reñiría, el fracaso cuando se ha puesto todo lo mejor de uno en pro de una idea de progreso.

Si yo fuera Presidente me gustaría, sobre todas las cosas, tener, aunque fuera un poco, del talento y la fortaleza mental de Paco Cosentino.

Mi admirado Presidente.