Fue una fría mañana del 10 de enero de 1928. Acababan de dar las ocho y media de la tarde y ya era noche cerrada. El agricultor Francisco Cazorla López de 55 años de edad y su esposa María Martínez de 50 años junto a sus tres hijos llegaban a esa hora cansados y jadeantes a su pequeño cortijo ubicado en el paraje de Las Umbrías después de casi dos horas y media a lomos de un par de mulas poniendo así fin a un corto viaje a Vera donde habían estado comprado algunos víveres y arreos para la matanza.
Nada mas apearse de las caballerías, Francisco Cazorla notó algo raro en el ambiente que empezó a helarle el sudor. Miró espaciosamente a su alrededor buscando con la mirada ese punto “extraño” que estaba percibiendo, aparentemente todo se encontraba en orden aunque le alarmó el hecho de que los perros del cortijo ladraran ruidosamente como indicándole que había gente en la casa. Dejó apartada a su mujer y a su hija Beatriz de 19 años para que se quedaran a cargo de los niños pequeños y se adentro vacilante en el cortijo.
Tras abrir la puerta del caserón fue examinado una a una las habitaciones hasta que al llegar al dormitorio del matrimonio, de imprevisto una sombra se abalanzó sobre él tomando cuerpo en un hombre que sorpresivamente le asestó una puñalada en el vientre. Ante los gritos de dolor del herido entraron precipitadamente en la casa su esposa y su hija mayor. Ambas se quedaron de piedra.
El misterioso autor de la puñalada era el marido de su hija Beatriz, yerno de la víctima que había entrado furtivamente en el cortijo con la intención de robar. Juan Belastegui no trató de huir al verse descubierto, sino que hizo frente a las dos indefensas mujeres intimidándolas y amenazándolas con el cuchillo ensangrentado. La madre, María Martínez, al interponerse cuando el sujeto increpaba a su hija intimidándola con el arma sufrió una puñalada en el brazo ante la atónita mirada de los dos niños pequeños. Tras dejar al suegro moribundo, el sujeto huyó velozmente del cortijo desapareciendo rápidamente en la oscuridad de la noche.
La idea del robo rondaba su cabeza, solo faltaba el momento adecuado. El criminal yerno sabiendo que la familia ese día estaría fuera de la vivienda entró en el cortijo haciendo un amplio boquete de más de un metro en la pared junto a la cuadra. Al escuchar los ruidos de la familia que en esos momentos llegaba al cortijo se escondió precipitadamente debajo de la cama del matrimonio de donde salió para apuñalar a su suegro ya que creía que había sido descubierto. Según se supo posteriormente el botín del robo fue de siete pesetas que María Martínez guardaba dentro de una pequeña caja en el arca del comedor.
Desde unos meses antes los padres de la muchacha estaban molestos con el incómodo yerno por la falta de interés en colaborar en las faenas cotidianas del cortijo y especialmente por los malos tratos de palabra y obra que le hacía a la muchacha por lo que le habían llegado firmemente a negarle que siguiera viviendo en la casa si no cambiaba de actitud. Juan Belastegui, que pasó toda la noche deambulando por el monte, al día siguiente se entregó en el juzgado de instrucción de Vera. Personada la Guardia Civil, el sujeto confesó su crimen reafirmando que su intención no era matar a su suegro, solo herirle para evitar que lo apresara. Belastegui, ingresó en prisión hasta la celebración del juicio en octubre de ese mismo año, cuyo tribunal lo condenó por un delito de asesinato.
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