Hay una característica compartida por las ciudades literarias que conocemos con los nombres de Vetusta, Mágina y Claudia: son y no son lugares imaginarios, son y no son ciudades reales. Se trata de nombres ficticios tras los que se ocultan municipios españoles perfectamente visitables, apenas el disfraz de un topónimo con el cual el escritor le concede al espacio por el que se mueven sus personajes la libertad de ser otro espacio distinto en esta esquina, en esta calle, en este monumento, ser aquí o allí más de la fantasía que de la tarea de los urbanistas.
Vetusta es y no es Oviedo: es esa heroica ciudad sorprendida por Leopoldo Alas, ‘Clarín’, a la hora de la siesta para dar comienzo a La Regenta, envuelta en un viento caliente y perezoso, oyendo entre sueños una de las campanas de la catedral. De igual forma, Mágina es y no es Úbeda: es ese lugar que Antonio Muñoz Molina alumbró para desarrollar varias de sus novelas y el lugar en el que él mismo nació, con plazas renombradas, con leyendas propias, con personajes reales y personajes inventados.
Y está Claudia, que es y no es Almería, una ciudad a medias fabulada y a medias reproducida por Miguel Naveros para su monumental novela La ciudad del sol, publicada por la editorial Alfaguara en 1999 y merecedora de la Mención de Honor del Premio Ramón Gómez de la Serna al año siguiente. Naveros, que nació y vivió los primeros treinta años de su vida en Madrid, y que había venido todos los veranos a pasar las vacaciones en la casa familiar, junto a la playa de San Miguel, en el Balneario proyectado por su abuelo, acabó por instalarse definitivamente en Almería a partir de 1986, precisamente a causa de la redacción de esta novela. Se me ocurre pensar en ese personaje creado por Juan Carlos Onetti que a su vez creó una ciudad, Santa María, para un guión de cine, y que acabó huyendo a ella. Sólo que en el caso de Naveros la ciudad no era totalmente inventada ni se trató de una huida, sino de un retorno a las raíces.
Esa ciudad del sol, en la que iba a desarrollarse a lo largo de casi todo un siglo, el XX, la vida de tres generaciones de una misma familia -los Velego-, tenía en la cabeza de Miguel Naveros la identidad de un territorio de ficción. Era la Almería, escribió en cierta ocasión, que fraguó en su cabeza de niño, con elementos tomados de la realidad pero mezclados con la pura imaginación. Y aún así, el lector puede recorrer a través de sus páginas calles y plazas donde es fácil reconocer esta ciudad nuestra, a pesar de los nombres cambiados –o no- en el juego literario: la catedral fortaleza, el Bulevar, las plazas Oval y Redonda, el río seco, el Balneario San Marinus, impulsado por el abuelo del último Velego del que la novela nos da noticia, el barrio de El Barrillo y el Barrio Bajo, el Club de Mar, todo ello modificándose con el paso de los años y las décadas, las huertas, las casucas encaladas y los tramos más acomodados en el centro, la plaza «desportillada» del Ayuntamiento, «en cuyo centro vacío faltaba la demolida Columna de la Libertad», el aledaño barrio de las putas, «la limpia pobreza del viejo barrio musulmán de La Cueva que subía enrevesado a la Alcazaba», el Parque del Puerto, luego también, más tarde, el Paseo Marítimo y el ya desmantelado Balneario, caído bajo la fiebre constructora, aunque no completamente: no Villa Marinus, la casa familiar.
Nada más justo que las ciudades rindan, de algún modo, tributo perdurable a quienes mejor las reflejaron en los libros, aunque les cambiaran el nombre y les dotaran de una vida imaginaria a través de otras historias diferentes a las verdaderas. En Úbeda, además de una Ronda Antonio Muñoz Molina, hay una ruta literaria que sigue los lugares recreados por este escritor en sus novelas, debidamente señalizados de forma permanente. ‘Leopoldo Alas Clarín’ es el nombre de un Instituto de Educación Secundaria en Oviedo, heroica ciudad que tiene también ruta literaria, la Ruta Clariniana, un recorrido por las calles de la ciudad real y de la ciudad escrita.
En Almería, las obras de la futura Biblioteca Municipal, que estará ubicada en el antiguo cuartel de la Policía Local, en la calle Santos Zárate, van concluyendo ya. Yo podría haber dedicado estas líneas únicamente a enumerar las razones por las cuales, a mi juicio, una figura de la altura literaria, periodística, intelectual y humana de Miguel Naveros, fallecido a finales del pasado mes de marzo, merecería darle nombre a esta nueva Biblioteca, pero he elegido una entre todas ellas: La ciudad del sol, la novela de Almería, de esa Almería que es y no es ella misma en sus más de seiscientas páginas. Al fin y al cabo, incluso aquella ciudad inventada por un personaje a su vez inventado por Juan Carlos Onetti le dedicó una estatua ecuestre a su minucioso creador: BRAUSEN-FUNDADOR.
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