Impresiones milenarias invaden las salas del Museo de Almería. Quien allí se adentre, con predisposición y actitud imaginativa, captará de inmediato los aromas a cedro procedentes de las lejanas montañas de Fenicia; escuchará el chasquido de la quilla de un gauló sobre la superficie del mar en su aproximación a la costa de Baria; apreciará las resonancias ancestrales de una lengua extinta que aún se refugia en los nombres de sus divinidades. La antigua ciudad, aquella fundada en el siglo VII a. C. por este pueblo de comerciantes colonizadores, se despliega ahora en forma de recorrido expositivo que abarca 1400 años de historia. Su poso cultural y civilizador compendiado a través de 400 piezas escogidas, algunas de ellas nunca vistas por el gran público, otorga fundamento a Dioses, tumbas y gentes. Baria, ciudad fenicia y romana, la gran apuesta de la dirección de esta institución cultural para el cierre de año y la primera parte del que se avecina.
Era hora de que se afrontase un proyecto de divulgación de este calado y se hiciese con la excelencia demostrada por todos los involucrados en su organización y montaje, con el cuidado de contenidos, y el esmero en la disposición y distribución de los mismos. Quienes los han trazado han tenido muy presente esa necesidad de encauzar unos procesos históricos dilatados y complejos hacia la necesaria comprensión de un público que, por fortuna, será heterogéneo. Porque, de eso se trata, de que Baria impregne, cale en quienes hasta este espacio nos traslademos en busca de un poco de luz sobre una de las etapas más fascinantes de nuestro trasiego por el tiempo. Las distintas secciones en que está dividida la muestra inciden en esta pretensión, aunque, eso sí, sin perder de vista cuál es su génesis y sustento: una colección de piezas arqueológicas que jamás, ni por su número ni por su calidad y relevancia, se habían reunido en esta provincia. De todo ello, en primera y última instancia, ha sido responsable Beba Pérez, alma mater de un museo que se mueve, que busca incansablemente penetrar en la sociedad, dinamizarla desde su actividad y hacerla partícipe de un riquísimo patrimonio que, con demasiada frecuencia, nos pasa desapercibido. A este empeño suma la magnífica exposición que nos ocupa y la multitud de actuaciones periféricas que se han programado para acercar el universo de la Baria fenicia y romana hasta el último rincón de la ciudadanía.
Nuestro Museo quiere pueblo y lo busca a través, hoy, de la divulgación de esta mítica ciudad y lo que representó. Hace unos años, allá por el 2003, la geografía que abrigó el desarrollo de Baria requirió también del pueblo para evitar que los últimos espacios por donde aquella se extendió sucumbiesen ante la indolente invasión del hormigón y el ladrillo. Fue un hombre del pueblo, nuestro añorado Francisco García Marín, quien alertó de la amenaza, quien movilizó ante el despropósito, ante un atentado que se promovía con urgencia, con opacidad y desfachatez. Quisieron levantar sobre aquel sector, próximo a la torre artillada de Villaricos, una más de esas anodinas y deleznables construcciones que violentan nuestra costa, haciendo desaparecer para siempre los restos que aquel subsuelo de siglos atesoraba. No lo consiguieron porque, tras un primer impulso de firme oposición, una parte del pueblo se organizó, exigió y consiguió la paralización, presionó para que se afrontase una excavación de emergencia, difundió a los cuatro vientos lo que allí estaba aconteciendo, y responsabilizó sin ambages a las dos administraciones, municipal y regional, por su diferente implicación –intereses espurios, desidia y hasta negligencia- en que se hubiese llegado a aquel estado de cosas. Nació y luchó Unidos por Baria, una organización comprometida con un único objetivo inicial que no era otro que la salvaguarda de aquel sector y todo lo que se escondía en sus entrañas, exigiendo una protección que fue otorgada por una Consejería de Cultura que al fin deshizo el entuerto. Por la memoria pasean algunos nombres de aquellos que nos empecinamos en que la codicia no acabase con el patrimonio de todos: el incombustible Juan Grima, Cristóbal de Haro, Manuel León, Pilar García Reche, María José Ávila, José Ramón Pérez o Isabel Mª Carrillo, entre una legión de entregados a una hermosa causa.
Quizás haya llegado el momento de que aquel pueblo que evitó en 2003 la destrucción de una parte de Baria y el que hoy ha comenzado a nutrirse de los conocimientos que manan de esta oportuna exposición confluyan en una única reivindicación, aquella que conduzca a destapar antiguos esplendores mediante su excavación completa, una posterior puesta en valor y su conversión en un recurso cultural y turístico de los que tan precisados nos hallamos. La noche del pasado 30 de noviembre, en el Museo de Almería, se escenificó la trascendencia de lo que se inauguraba, y hubo quien quiso interpretar en aquella multitudinaria afluencia el tácito deseo de que Baria no fenezca el próximo 8 de julio cuando la muestra se clausure, sino que sea el revulsivo de una inaplazable intervención arqueológica que le conceda vida para siempre, en su lugar, en Villaricos, en Cuevas del Almanzora. Acudieron unos cuantos que, en modo receptivo, debieron percibir este latido. Si no fue así, que Astarté, diosa de la fecundidad, los alumbre y les conceda voluntad.
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