Javier Irigaray abre la ‘Puerta de yerro’ de su poesía

El autor presenta nuevo libro, editado por Vitruvio, el jueves en Vera y el viernes en Almería

Javier Irigaray en la puerta de hierro de los juzgados de Vera.
Javier Irigaray en la puerta de hierro de los juzgados de Vera.
Marta Rodríguez
21:14 • 13 feb. 2018

‘Yerro’, equivocación común en según qué zonas -y a según qué edades- a la hora de pronunciar la palabra ‘hierro’. ‘Yerro’, entendido como falta o pecado. En su nuevo poemario, Javier Irigaray ha partido de estas dos acepciones, o más bien, las ha llevado hasta el límite, para enlazar el nombre degenerado del mineral -en su libro anterior, ‘El metal de las edades’, ya jugaba con el título de la obra de referencia de Siret- con el concepto de errar. Porque, para él, la vida es “una sucesión constante de errores”, pero también tiene de peregrinaje y de divagación. Significados todos válidos.




Recuperando la mítica frase pronunciada por Bogart al final de la película ‘El halcón maltés’, de John Huston, cuando le preguntan de qué está hecha la preciada figura y él responde que “del material del que se forjan los sueños”, el metal con el que Irigaray ha fundido su vida, en el sentido de gastarla, tiene que ver con esas acepciones del verbo errar. Y su segundo libro en solitario -publicado, de nuevo, por Ediciones Vitruvio- tiene esa idea como hilo conductor. 




Abierta esta ‘Puerta de yerro’ y aceptado el reto de que en su interior el lector no encontrará respuestas, sino nuevos motivos para la duda (“procuro dejar los poemas abiertos, la poesía tiene que sugerir e invitar a la reflexión”, dice Irigaray), tres estancias: ‘No acertar’, ‘Andar vagando’ y ‘Divagar’. Estancias comunicadas por un pasillo, que no es otra cosa que el gusto por el camino en detrimento de la meta o el fin. “Lo importante es disfrutar de ese camino que es la vida, no podemos obsesionarnos con el final, sino disfrutar de esos instantes que nos proporciona el recorrido que son el verdadero motivo de la vida”, reflexiona el autor.




Al recorrer las habitaciones de esta casa construida sobre cimientos de la poesía -y precedida por un bello jardín o prólogo que firma la articulista de LA VOZ y paisajista Mar Verdejo-, uno encuentra al Javier Irigaray más comprometido que no dimite como ciudadano ni se pone de perfil ante aquello que le hiere o hiere a quienes le importan. Así, el despropósito de la guerra, el sinsentido del consumismo y el drama de los refugiados aparecen a lo largo de las casi 90 páginas del libro.




“No puedo pasar de perfil el drama de los refugiados y los inmigrantes, porque yo soy un inmigrante de cercanías que ha vivido en muchas ciudades hasta llegar a Antas y, aunque me he quedado más cerquita, me siento en la misma piel del que peregrina para buscarse la vida y huir de la muerte que proporciona tanto el hambre y la falta de oportunidades como la amenaza cierta y certera de la sinrazón de una guerra y de una dictadura”, explica en una entrevista a LA VOZ.




Sin embargo, apenas el lector mire en otra dirección más allá del umbral de esta ‘Puerta de yerro’, aparecerá el niño que también habita en Javier. Ese niño al que le gusta jugar e inventarse palabras (ahí están ‘adversitario’ o ‘desaparecedero’) y experimentar con poemas archiconocidos de Bécquer o de Neruda. “Lo de jugar con las palabras es una cosa que siempre me ha llamado la atención, lo asocio con el humor, que constituye una especie de droga que nos permite enfrentarnos a este valle de lágrimas que a veces es la vida. Jugar con las palabras me hace feliz, buscar el chiste fácil, incluso deconstruirlas”, afirma. Y pone como ejemplo ‘soledad’, que no deja de ser la suma de ‘sol’ y ‘edad’. 




Poesía y humor
Irigaray lleva la poesía al terreno del humor, pero sin ningún afán de menospreciar a los que la entienden como algo excesivamente intenso y sesudo. “Yo hago lo que creo que debo hacer, intento ser honesto y respeto lo que quieren escribir otros, pero luego soy selectivo a la hora de leer: no me gusta la poesía demasiado triste, a la poesía hay que venir llorado de casa, y en algunos autores encuentro un interés por que nadie les entienda. Si quisiera que no me entendiera nadie, escribiría símbolos que se asemejaran al chino, yo que no tengo ni idea de chino. Como dice Julio Alfredo Egea, el poema lo termina siempre el lector que está al otro lado del verso y hay que facilitarle las cosas”, afirma. 




Somos lo que leemos, lo que oímos y lo que vemos, y ‘Puerta de yerro’ adentro, Javier Irigaray no duda en mostrarse tal cual es a través de sus libros, sus canciones y sus películas. De modo que la obra está trufada de referencias y guiños a otros escritores de aquí y de allí -de Juan Pardo Vidal a Michel Houellebecq-, a cantantes que le son esenciales como la chanqueña Sensi Falán -que lo acompañará en la presentación junto a Mar Verdejo este jueves día 15 en Espacio Lector Nobel de Vera y el viernes 16 en el Museo de Almería- y a filmes indispensables como ‘Casablanca’. “Cuando uno escribe, no puede eludir aquello que le cala, es fruto del bagaje adquirido. Para mí, ‘Casablanca’ y The Clash son referencias, conocí a Strummer en Granada y no era consciente de su importancia; igual que con Houellebecq, cuando te acercas al individuo, casi te haces cómplice”, confiesa.



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